Las estadísticas no mienten, los muertos tampoco. Dijo Groucho Marx “¿A quién le vas a creer, a mí o a tus propios ojos? Y andando en carro, en moto, en bicicleta o a pie, me doy cuenta que no necesito creerle a un columnista lo que me dicen mis ojos. Exponía hace algunas semanas que es imperante una reeducación vial y lo sostengo, pues los accidentes se siguen incrementando. Hay gente que al parecer o desconoce el reglamento de tránsito, o no le importa o quiere sentirse superior a los demás.
Se dice que la velocidad es la causa número uno de los accidentes, pero si una persona ha tenido el entrenamiento adecuado y se priva de distracciones al manejar, es posible manejar rápido obedeciendo los límites establecidos en las leyes, ¿pero quién hace que se cumpla la ley? En Alemania hay secciones de las autopistas o Autobahn que no tienen límite de velocidad y según el Federal Highway Research Institute la posibilidad de morir en un accidente es de 1 en 57,000 comparado a 1 en 7,200 en los Estados Unidos. Me da miedo conocer las estadísticas en un país como el nuestro donde las leyes de tránsito son opcionales.
Desde luego, es iluso comparar a Alemania o a Estados Unidos con El Salvador. Las diferencias en infraestructura, topografía o hacinamiento vehicular son abismales. Sí es importante tomar consciencia que podemos ser nosotros mismos los que estemos debajo de hierros retorcidos por no acatar las reglas. Y a veces ni siquiera tiene que ver con las leyes, un simple “pase usted” puede marcar la diferencia.
Primeramente, los alemanes tienen que aprender a manejar bien antes que les otorguen la licencia. Hay que recordar que conducir es un privilegio y no un derecho. Toman clases con profesionales y luego toman un exhaustivo examen vial. Si eso se hiciera aquí como primer paso, estoy seguro que los accidentes se reducirían drásticamente.
Al aprender a manejar y al acatar las normas básicas de convivencia nos encontraremos con motoristas corteses manejando a la derecha. Cientos de rótulos en las carreteras señalan “mantenga su derecha” pero allá va Monchito con su camión de arena manejando despacio a la izquierda, causando que los motoristas le pasen a la derecha poniendo en peligro a los demás conductores.
Hay carreteras con muchas curvas o con poca visibilidad donde un conductor medianamente inteligente no sobrepasaría, pero donde Monchito astutamente ganará 30 segundos sobrepasando. ¿Vale la pena arriesgarnos de esa forma?
Monchito es también de los que se te pegan al bomper y te pitan cuando el semáforo en rojo está, según su parecer, por cambiar. ¿Cuál es la prisa? Claro, no vamos a juzgar a Monchito por no haber salido de su casa 5 minutos antes, pero el resto de la sociedad no es culpable de sus desajustes emocionales.
En Nueva York dice claramente en las cuatro esquinas “Do not block the box”, o sea, si uno obstruye alguna parte del cruce de calle le espera una jugosa multa sin importar las excusas. Acá los Monchitos se creen vivianes por topársele al carro de enfrente para de tal forma poder avanzar en su dirección sin importarles los demás conductores.
Los Monchitos también tienen una tendencia de textear mientras manejan. ¿Será que son personas tan importantes que no pueden aguantar estar incomunicados? Hay estudios que aseguran que mu chas personas usan su teléfono mientras manejan porque se sienten solos, pero la soledad individual no tendría que marcar la desgracia colectiva.
Manejar borracho no te hace cool, sino todo lo contrario. Cool es quien toma responsabilidad de sus actos y al verse borracho llama a una amiga o a un Uber para que los lleve a su casa.
Finalmente, si no estamos en condicion de ayudar, cedamos el paso a quienes pueden hacerlo. Hay que reeducarnos como sociedad para que no nos dé ese placer morboso de lo qué pasó o de ver a la gente pidiendo auxilio sin siquiera usar el celular para llamar a una ambulancia. La ayuda llegará si todos nosotros en lugar de pitar sin cesar porque queremos llegar a nuestro destino sin importarnos los demás cedemos el paso. Recordemos que pudimos haber sido nosotros en los hierros retorcidos de ese accidente.