sábado, 13 abril 2024
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El impeachment como una anti-revolución

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Si los pobres supiesen lo que se está armando contra ellos, las calles de Brasil serí­an insuficientes para contener el número de manifestantes que protestarí­an en contra

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Soy uno de los pocos que ha dicho y repetido que la ascensión del PT  y de sus aliados al poder central del estado, ha significado la verdadera revolución pací­fica brasilera que, por primera vez, ocurrió en  Brasil. Florestán Fernandes escribió sobre La revolución burguesa en Brasil  (1974) que representa la absorción por parte de la iniciativa empresarial post-colonial de un patrón de organización de la economí­a, la sociedad y la cultura, con la universalización del trabajo asalariado, con un orden social competitivo y una economí­a de mercado de  base monetaria y capitalista (cf. en Intérpretes de Brasil, vol 3, 2002 p. 1512).

Si miramos bien, no se produjo exactamente una revolución, sino una modernización conservadora que impulsó el desarrollo brasilero, pero no hizo lo que es decisivo para hablar de revolución, un cambio del sujeto de poder. Aquellos que siempre habí­an estado en el poder, de diversas formas continuaron y profundizaron su poder. Pero no hubo un cambio de sujeto del poder como ahora.

Esto es, en mi opinión, lo que ocurrió con la llegada del PT y aliados al elegir al presidente Lula. El sujeto no forma parte de los dueños del  poder, tradicional o moderno, siempre conservadores, sino que forma parte de los sin-poder: los provenientes de la Senzala, de las periferias, del Brasil profundo, del nuevo sindicalismo, los intelectuales de izquierda y la Iglesia de la liberación con sus miles de comunidades de base. Todos estos, en un largo y doloroso proceso de organización y articulación, consiguieron transformar el poder social que habí­an acumulado en un poder polí­tico de partido. Ví­a el PT realizaron analí­ticamente una auténtica revolución.

Superamos la visión convencional de la revolución como un proceso de cambio vinculado a la violencia armada. Asumimos el sentido positivo dada por Caio Prado Jr. en su clásico libro La revolución brasileña  (1966, p.16): «transformaciones que reestructuran la vida de un paí­s de  manera en consonancia con sus necesidades y aspiraciones más generales y  profundas, y las aspiraciones de la gran masa de su población que, en el estado actual, no son debidamente atendidas, algo que lleve la vida del paí­s por un rumbo nuevo».

 Pues esto fue lo que realmente ocurrió. Se dio un nuevo rumbo al paí­s.  El presidente Lula tuvo que hacer concesiones a la macroeconomí­a neoliberal para asegurar el cambio de rumbo, pero se abrió al mundo de los pobres y marginados. Consiguió montar polí­ticas sociales, algunas inauguradas previamente en forma solo inicial, pero ahora oficiales como  polí­ticas de Estado. Ellas «atendieron a las necesidades más generales y  profundas que no habí­an sido antes debidamente atendidas» (Caio Prado Jr.).

Vamos a enumerar algunas conocidas por todos, como la Bolsa Familia, Mi Casa Mi Vida, Luz para Todos y numerosas universidades y escuelas técnicas, el FIES y los diversos sistemas de cuotas para el acceso a la universidad. Nadie puede negar que el paisaje social de Brasil ha cambiado. Todo el mundo, incluso los banqueros y los ricos (Jesse de Souza) han salido ganando.

Lógicamente, herederos de una tradición perversa de exclusión y desigualdades, aún queda mucho por hacer, sobre todo en los campos de la  salud y la educación. Sin embargo, hubo una revolución social.

¿Por qué nos referimos a todo este proceso? Porque está en marcha en Brasil un anti-revolución. Las viejas élites oligárquicas nunca aceptaron a un obrero como presidente. En relación con la crisis económica y polí­tica (que destruye el orden capitalista mundial), una derecha conservadora y rencorosa, aliada de los bancos y el sistema financiero, los inversores nacionales e internacionales, la prensa empresarial hostil, partidos conservadores, sectores del poder judicial,  el FP y MP sin excluir la influencia de la polí­tica exterior norteamericana que no acepta una potencia en el Atlántico Sur vinculada a  los BRICS, esta derecha conservadora está promoviendo la anti-revolución. El impeachment de la presidenta Dilma es un capí­tulo de esa negación. Quieren volver al estado anterior, a la democracia patrimonialista, de espaldas al pueblo, para enriquecerse como en el pasado.

Además de defender la democracia y desenmascarar el impeachment como un golpe parlamentario contra la presidenta Dilma, es importante asegurar la revolución brasileña, por la que esperamos desde hace siglos. Repito lo que escribí­ en un twitter: «Si los pobres supiesen lo que se está armando contra ellos, las calles de Brasil serí­an insuficientes para contener el número de manifestantes que protestarí­an en contra».           

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Leonardo Boff
Leonardo Boff
Teologo brasileño

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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