Por Gabriel Otero,
Para Gabriel que siempre será Gabito.
Es la tercera vez que vengo al campus de tu universidad. Para mí significa regresar al lado hermoso de la vida, los veo a todos despreocupados, libres, preparándose para lo que certero llegará, el destino de cada uno resultado de las decisiones tomadas, buenas o malas.
Porque eso lo debes saber, con el libre arbitrio se abren laberintos y caminos alternos que incluso pueden desviarte de tu objetivo original. Lo importante es estar claro de las capacidades propias y tus limitaciones y tener en forma tu mente, el talento para pensar y analizar es algo cada vez más escaso y tú lo tienes de sobra, así como la facilidad de expresarte con claridad y concisión a través de la palabra escrita.
Ha sido un placer leerte mientras has ido creciendo, recuerdo cuando te publicaron un cuento en una antología cuando apenas tenías cinco años, y me enorgullecí como pavorreal al estudiar tus ensayos universitarios y análisis coyunturales sobre temas económicos y no es que yo entienda de fórmulas, de hecho, me parecen complicadas e inusuales, pero asumo que fueron creadas por mentes brillantes para intentar comprender esta ciencia tan exacta como imaginativa.
No en vano eres mi crítico más feroz, cuando no te ha gustado algún texto mío me lo has dicho directo carente de adornos y circunloquios y con tu opinión me has ayudado a modificar cierres o finales, ahí vas forjando el respeto intelectual no solo mío sino de tus compañeros, los mismos que te pagan honorarios por tus asesorías.
Y vuelvo a esta tercera visita a tu universidad, hay tres puntos neurálgicos en cualquiera de estas: la cafetería, la biblioteca y la plaza central, que tiene diferentes nombres según sea el caso, ahí conoces su verdadera idiosincrasia.
Creo haberte contado que en mi alma mater, la cafetería a las cinco de la tarde, parecía desfile de modas, por el derroche de hermosura de niñas y niños que salían para despedirse del sol crepuscular, era también un despliegue de vestuario ochentero, yo los miraba a todos, cual observador impertinente, porque sabía que algún día iba a escribir sobre ese momento, como una postal del recuerdo, un daguerrotipo de la memoria que finalmente vería la luz.
Hoy puedo mirar a través de los vidrios de la maravillosa biblioteca de tu alma mater, y ver a la juventud reclinarse en esos sofás mullidos mientras devoran libros por placer y aprendizaje, y puedo identificar tus desvelos y golpes de cabeza contra la pared, porque cuesta aprender y aprender a vivir.
Hoy en tu graduación me siento pleno y feliz, el contemplarte con toga y birrete, traen a cuenta unos versos que te escribí hace veinte años:
Nunca vislumbré tu llegada
apareciste arropado
por cantos de madrugada
saliste del vientre
como quien descubre
oquedades
como añorando
la viscosidad del limbo
te veo crecer
y veo a tus ojos
devorando cielos ciruelos
ay hijo nos falta tanto
por encontrar
y por encontrarnos
lo inusual es lo cotidiano
como crecer
junto a los cedros
he despreciado tanto
al tiempo
a ese tiempo
que no existe
y este es un día más
en el que sale el sol
pero es diferente
tú eres la intensidad
de estos abismos.
Y acá estamos hoy, hijo, en esta mañana fría, acompañándote en lo que será la alquimia de tu vida, y seguirás siendo, hasta siempre, la intensidad de estos abismos.