“Todos debemos recordar que los discursos de odio anteceden a los crímenes de odio…”
Adema Dieng Asesor de la ONU para la prevención de genocidios.
El informe del Colectivo Nicaragua Nunca Más sobre las torturas que sufrieron los expresos políticos, no deja ningún margen de dudas: la dictadura orteguista practica la tortura de manera sistemática y generalizada. No importa el uniforme que vistan ni el rango de los policías, torturan a quienes han sido apresados; independientemente de la máscara que los oculte, los miembros del FSLN torturan a quienes han sido secuestrados y mantenidos en cautiverio en centros clandestinos donde se ensañan sin freno ni escrúpulos. El FSLN y su gobierno son una organización para la tortura.
¿De dónde salió tanta maldad fanática? ¿Quién plantó en el alma de estos energúmenos la semilla tanto odio visceral?
Como ha dicho el Sr. Dieng, antes del genocidio de Ruanda estuvo el discurso del odio, como antes de la limpieza étnica en los Balcanes también estuvo el discurso del odio; dos casos que ilustran que la narrativa del odio antecedió al comportamiento de los asesinos. Es decir, ese tipo de discurso primero sembró la semilla del mal en los fanáticos, quienes cerrados a cualquier cuestionamiento que considerara como semejantes a sus oponentes, llevó a mirarlos como descartables, prescindibles para la sociedad; luego actuó como justificante moral de la crueldad, el patrón de sus actuaciones para torturar, mutilar y eliminar a quienes el discurso del odio ya había despojado de su condición de seres humanos.
En Nicaragua no ha sido diferente. Desde su regreso al poder en 2007 el orteguismo ha recurrido al discurso del odio. En los primeros años fueron los ataques contra las organizaciones de la sociedad civil, las ONG, las feministas y todo lo que oliera a iniciativas autónomas. Luego le correspondió a la iglesia católica, con quien pretendió rivalizar en rezos y vírgenes en las rotondas de Managua. Más tarde le tocó a las fuerzas opositoras que osaran desafiar la hegemonía del FSLN, denunciar los fraudes electorales y el estrechamiento de las libertades.
Con la consolidación del orteguismo llegó la omnipresencia de la regenta y vocera. De ordinario cada mediodía para versionar en su neolengua el calvario de Nicaragua y verter veneno en contra de quien les amenazara. Extraordinariamente, en cualquier momento, cuando el nivel de bilis superara a su continente. Este desenfreno alcanzó su máximo nivel durante la revuelta de abril, con una virulencia que no ha disminuido como lo demostró en estas mismas páginas el magnífico trabajo de Cindy Regidor.
Contemporáneamente se incrementó la práctica de torturas por agentes del Estado que desgrana el informe de Nicaragua Nunca Más: agresiones durante las manifestaciones, golpizas en la detención, torturas de todo tipo en los centros de detención, violencia sexual reiterada por numerosos miembros de la policía, desnudez permanente, grabación, burla, escarnio público, negación de atención médica, amenazas en contra de las familias. No se han saltado ninguna página de los manuales de tortura.
¿Qué pretendían obtener con estas torturas? Los agentes de la dictadura sabían mejor que nadie que las personas capturadas no podía brindarles información acerca de ninguna conspiración fraguada por una organización superior ni por un gobierno extranjero. Pese a ello siguieron preguntado lo mismo: ¿Quién financia las protestas? ¿Quiénes son los dirigentes? ¿Dónde estás las armas? De modo que las torturas no han tenido ningún objetivo de inteligencia que condujera a desarticular una conjura previamente planificada.
Las torturas tenían y siguen teniendo -como lo demuestran el caso de la familia Reyes Alonso y la captura de los aguadores- el propósito del escarmiento, castigar por rebelarse a la dictadura, aleccionar a las demás personas que en su fuero interno se opongan a la tiranía para que no osen manifestar en público su rechazo al régimen de opresión. Por eso capturan y allanan sin orden judicial, acusan con pruebas fabricadas y encierran en condiciones inhumanas a personas inocentes.
La tortura, al igual que las balas, se ha convertido en el lenguaje del orteguismo en contra de la población, dentro y fuera del FSLN. Para quienes apoyan al dictador, es una advertencia de lo que espera a “los traidores”; para quienes lo adversan es una condena que se empieza a cumplir desde el mismo momento que se cae en poder de las fuerzas del déspota. El mensaje está claro: nadie tiene está a salvo, ni tiene derechos; los nicaragüenses están condenados a sobrevivir entre el remolino de Caribdis y los perros de Escila.
Voceros y torturadores confían en quedar impunes. Cuando caiga la dictadura los primeros podrán argumentar que jamás arrancaron una uña ni apretaron el botón de las descargadas eléctricas en los genitales de los presos; los segundos dirán que no hay pruebas concretas que los incriminen, que nunca colgaron por los pies a nadie ni violaron sexualmente a los reclusos. Seguramente creerán que igual que otras veces los arreglos políticos no sólo los salvarán de los tribunales, sino que además les permitirán reciclarse en cargos públicos, incluso dentro de las fuerzas del orden o del Poder Judicial.
Pero esta vez son las evidencias son abrumadoras. No hay nieblas de guerras en las que puedan ocultar su implicación en las torturas. Los voceros, por instigadores de las torturas, por extender la patente del exterminio, por oficiantes de la brutalidad. Los torturadores, por ser el hacha que taló las carnes de sus prójimos, por causar tanto dolor en sus congéneres.
Para ambos personajes. Benedetti escribió en Torturador y espejo, lo que desde ya son sus epitafios:
…no escapes a tus ojos, mírate así
aunque nadie te mate, sos cadáver
aunque nadie te pudra, estás podrido
dios te ampare, o mejor
dios te reviente.
(*) Autor es columnista de Confidencial de Nicaragua: https://confidencial.com.ni/