miércoles, 11 diciembre 2024

El diálogo mágico de la formación humana en la vida de Robert Burns, S.J.

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Falleció el Sr. Burns del Perú Lo llamábamos Bob, el cambia vidas... Fue un sacerdote comprometido con las causas sociales de los países de los Andes. Denunció los atropellos de Pinochet, y los de Fujimori. Este es un reportaje de Hans Alejandro Herrera.

Por Hans Alejandro Herrera Núñez


Existió un Sr. Burns bueno en Perú, lo llamábamos Bob, el cambia vidas. Sacerdote, filósofo, catedrático, revolucionario de almas y de consciencias, amigo de Serrat, compañero de Cristo y amante de las canciones de Bruce Springteen. Hace unos días partió a la casa del Padre. Hace unos días que Lima parece más gris, pero la alegría de su sonrisa nos acompaña más que como un recuerdo.

Robert Burns se hizo jesuita muy joven. En una época que reclamaba justicia social, él y muchos otros jóvenes optaron por los pobres, los marginados y perseguidos. Su aspecto de hombre anglosajón generaba a veces reticencias entre algunos, sin embargo Bob sabía cómo ganárselos: a través del arte de la música y el amor. En una oportunidad cuando comenzaba su magisterio en un fundo del sur del Perú, se encontró con la antipatía a priori de un obrero, para este, Bob representaba por su apariencia al rostro y el cuerpo del patrón y opresor. No obstante, Bob se lo ganó cuando le pidió que le enseñara a tocar el charango. Fue difícil, me contó Bob, porque el jornalero lo hacía sufrir. Finalmente el día de la Virgen, el jornalero y Bob tocaron juntos y en ese momento pudieron entenderse, verse distintos y desde entonces se hicieron amigos. ¿Cómo vences al prejuicio alimentado por siglos de resentimiento? Con el arte. Con la humildad de cambiar los roles de mando a través del simple gesto de pedir aprender al otro. Jesús decía que quien pida se le dará.

En 1980, en plena dictadura de Pinochet, Bob fue enviado a los poblados, zonas marginales de Santiago dónde la policía y hasta los militares intervenían en búsquedas de conatos de subversión. La Iglesia entonces era el único bastión desde donde preguntar y denunciar las recurrentes desapariciones de periodistas, sindicalistas y cualquier voz crítica al régimen. Más de una madrugada la policía sacó a Bob a rastras de la parroquia a una canchita de fútbol a formar junto a otros pobladores. Simulacros de paredón de fusilamiento en la época de las caravanas de la muerte. Pero, Bob siguió resistiendo.

Años de viajar por los Andes, conocer la realidad latinoamericana, sus injusticias y abusos, su desidia y polarización lo convencieron de que solo siendo facilitadores del diálogo se podría salvar a nuestros pueblos. En Perú la cosa no fue mejor. Pasamos de la oscura época del terrorismo a la dictadura de Fujimori, y cuando esté cayó a la dictadura del mercado que aún sigue vigente en Perú. “Las estadísticas pueden decirte cuánta hambre hay, cuántos son los hambrientos, pero los números jamás podrán decir que es el hambre, como se siente, como se sufre”, me explicó una vez Bob. En una era obsesionada por hacer mediciones frías olvidamos al hombre y sus necesidades y sueños. Es precisamente a lo que en sus últimos años Bob se enfocó. Un trabajo inconcluso suyo fue sobre la educación en las universidades peruanas. Como profesor de filosofía de la Universidad del Pacífico, orientó sus últimos años de investigación, por el que tuve la dicha de conocerlo, en el desarrollo de un marco teórico para una propuesta formativa de las universidades. En resumen se trataba de educar a la educación.

La educación universitaria tiene un problema serio y es que se estudia en las universidades con el único fin de hacer carrera, obtener trabajo y ganar dinero. “Si hacemos las cosas solo por dinero, la corrupción tarde o temprano nos agarrará del pescuezo”, decía Bob. Se trata según él de pasar de una educación de enfoque a la renta a una educación de formación humana. Se trata de formar personas, y esto solo se logra a través del diálogo. “Hay que escuchar al otro, hay que amar al otro” solo así podremos escucharlo, solo hizo podremos salir de la ciénaga de la cultura de la corrupción que nos engulle.

Cuando en el año 2000 la hipercorrupta dictadura de Fujimori cayó, muchos creímos que tendríamos un país mejor o cuando menos con una baja corrupción. Mentira, en los años del retorno a la democracia nos superamos en corrupción, el caso Odebrecht develó que tan podridos estaban el gobierno y además las empresas privadas. Resultado un ex presidente con pedido de extradición, un presidente que renuncia y acaba en detención domiciliaria, un ex presidente que se suicida, otro ex presidente detenido junto a Fujimori, y un presidente en funciones en el peor momento de la pandemia que se hizo vacunar a si mismo y a su familia con dosis de prueba de la vacuna china, cuando el Perú entero tenía el mayor índice en Latinoamérica de muertes por Covid. Todos estos tenían educación, pero educación para la renta. Sabían medir la realidad, pero solo desde la frialdad numérica de su interés. Con una educación así no hay futuro, solo un eterno retorno, y eso no es cosa de cristianos.

Bob, formó una camada de jóvenes administradores, economistas y abogados entre los que se encuentran Carlos Octavio Rueda o Bernardo Pereyra. Su forma de acercarse a través de la escucha activa, y de comprender del amor deja en el país andino una estela de esperanza por algo mejor, por algo que valga más que el dinero.

Hace casi exactamente cien años el Perú era exactamente el mismo, un país sin partidos y gobernado por la corrupción. Sin embargo surgieron Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, quienes partiendo de la cultura y la educación, en tanto conciencia social, pusieron las bases de lucha por un país mejor, en que las guerras electorales eran por programas de un país y Estado distinto, eran, en definitiva, la lucha por la justicia para todos. Lamentablemente a apristas y socialistas les faltó más diálogo. Hoy que Bob ha partido queda un legado a recuperar, y una esperanza tan grande como su sonrisa. Los ciclos se repiten pero no en eternos retornos, el cristiano aprende cuando se arrepiente. Hoy nos queda aprender de la corrupción que nos anega, aprender de las oportunidades perdidas que fueron la constitución socialdemócrata de 1979, sacada en plena dictadura, y nos queda algo más, el diálogo mágico que nos enseñó Bob, no solo para cambiar unas cuantas y personales vidas, sino para transformar la vida personal del Perú.

Hasta muy pronto Padre Robert, hasta la resurrección de la carne Hermano Bob.

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Hans Alejandro Herrera
Hans Alejandro Herrera
Consultor editorial y periodista cultural, enfocado a autoras latinoamericanas, Chesterton y Bolaño. Colaborador de ContraPunto
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