miércoles, 4 diciembre 2024

El derecho, la polí­tica y Nuevas Ideas

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El consecuencialismo jurí­dico asume que la racionalidad de una ley no se decide tan solo por su respeto a unos principios y procedimientos sino que también por los efectos derivados de su aplicación. Una decisión legal coherente puede, en determinados casos, llegar a tener consecuencias negativas para una comunidad. Por ejemplo, quienes promulgaron la ley de amnistí­a al final de nuestra guerra civil, impidiendo así­ que las victimas cursasen demandas de justicia y reparación, creyeron que tales demandas aunque fuesen legí­timas y conforme a la ley podí­an desestabilizar el precario orden polí­tico surgido tras el conflicto.

Algunos polí­ticos y abogados en aquel momento nos dijeron que no se podí­a tener todo, es decir, que si querí­amos la justicia plena poní­amos en peligro la estabilidad polí­tica y que si ansiábamos esta última debí­amos sacrificar el derecho a la justicia que tení­an las ví­ctimas. Ciertos valores debí­an sacrificarse en aras del mantenimiento de un bien mayor: la paz.

Quienes fueron pragmáticos defensores de la ley de amnistí­a, hoy se nos presentan como ortodoxos valedores de la deontologí­a jurí­dica. Hoy, aquellos consecuencialistas de antaño, ante la posibilidad de eliminar en los tribunales a un adversario polí­tico, piden que se le juzgue sin pararse a pensar qué consecuencias podrí­a tener para nuestra democracia y la convivencia polí­tica la inhabilitación de Nayib Bukele.

No pienso en Bukele como persona fí­sica sino que como ese valor polí­tico que encarna la preferencia de voto y la esperanza en el cambio de millares de ciudadanos. Todo el valor que pueda tener él en este momento es el valor que le atribuye un segmento nada despreciable del pueblo. No juzgo la consistencia de dicha valoración popular ni abogo por ella, solo constato que ya pertenece a nuestra realidad. Y por eso, excluir a Bukele supone excluir a sus votantes y excluir a sus votantes supondrí­a falsear los resultados de las próximas elecciones. No se puede tener todo, a veces, como en este caso, una sentencia encerrada en el formalismo legal puede tener como efecto la traición del espí­ritu de “la democracia”.

Si hay muchí­sima gente atrapada en la admiración acrí­tica hacia Bukele, lo mismo pasa con quienes lo repudian de manera enfermiza. Ni unos ni otros captan el complejo e inédito papel que el curso de la historia le ha hecho desempeñar al lí­der de Nuevas Ideas. En Nayib, como figura simbólica, converge un doble rechazo que a lo largo de la posguerra se ha ido incubando en un sector del pueblo. Antes, optar por Arena suponí­a negar al Frente y elegir al Frente implicaba el repudio de Arena. Esa dicotomí­a se ha roto porque ahora hay muchí­sima gente que rechaza por igual a la derecha y a la izquierda que han dominado el tiempo polí­tico de la posguerra. Y si este doble rechazo emergente y poderoso no tiene un canal de expresión en las próximas elecciones, sean cuales sean sus resultados, no reflejarán en su complejidad la auténtica y heterogénea voluntad del pueblo. Así­ de claro.

Quienes creen que los conflictos polí­ticos (y este lo es) se resuelven con las leyes en la mano no tienen una visión realista de las luchas por el poder en el marco de una “democracia”. A una población que se siente ví­ctima de una serie de arbitrariedades, que se siente menoscabada en sus derechos, será difí­cil convencerla diciéndole que así­ son las normas legales y sus procedimientos. En nuestra sociedad se sospecha de jueces y fiscales y últimamente, en lo que respecta a sus sentencias sobre Bukele y Nuevas Ideas, se sospecha todaví­a más. Si a este clima de desconfianza en las instituciones se suma la frustración polí­tica del ciudadano a quien se impide votar por su alternativa, podrí­amos estar acercándonos al umbral de una crisis de mayor magnitud. Tan solo harí­a falta una chispa.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto
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