Nuestro cuerpo es el territorio de materialización de relaciones de poder y de apropiación por parte de los hombres y de grupos patriarcales. El poder patriarcal necesita de un espacio geográfico en el cual materializar su dominio y el cuerpo de las mujeres es considerado parte de esa geografía.
La apropiación de los cuerpos femeninos se produce fundamentalmente en los ámbitos físico -íntimo, subjetivo de mujeres y niñas que cotidianamente son objeto de varias formas de violencia. El abuso sexual, violación y feminicidio son hechos ejecutados por hombres emasculados que necesitan afirmar su masculinidad en territorios conquistados. Al respecto Sagato dice que “en el leguaje del feminicidio el cuerpo femenino significa territorio (…). Ha sido constitutivo del lenguaje de las guerras tribales o modernas que el cuerpo de las mujeres sea anexado como parte de un país conquistado. La sexualidad vertida sobre el mismo expresa un acto domesticador y apropiador, cuando insemina el cuerpo -territorio de las mujeres“<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]>. Los apropiadores son casi siempre esposos, amantes, padres, tíos, abuelos, hermanos, desconocidos y bandas delincuenciales que ejercen poder sobre la vida y la muerte de mujeres y niñas.
El Estado es cómplice de esa apropiación cuando se muestra incapaz de brindar seguridad ciudadana a mujeres y niñas. Ineficaz cuando penaliza el aborto y deja impunes al o los responsables de violaciones y femenicidios. El Estado salvadoreño tiene una profunda esencia patriarcal de otra manera no es explicable que sus instituciones y los sectores conservadores de la sociedad, en una oscura dialéctica, se apropien del cuerpo/territorio femenino, cuando obligan a mujeres y niñas a llevar a término embarazos impuestos por la violación sexual o por actos domesticadores caracterizados por un brutal ejercicio de poder
El Estado salvadoreño ha creado la ficción social que nos hace imaginar que protege nuestras vidas a través de leyes (que no salen de su propia iniciativa sino del movimiento feminista) y adhesión a Convenios internacionales que por una parte, democratizan su fachada pero que por otra, no se materializan en la práctica de las propias instituciones.
Concluyo con la reflexión de Sagato (op.cit.) la “inaudibilidad del discurso femenino en las estructuras del Estado. Las luchas de las mujeres, los discursos, las reivindicaciones en realidad no tienen cabida dentro del mismo (…), (…) porque él es parte de la historia del patriarcado, tiene el ADN (…) y la genealogía patriarcal. Es el espacio político de los hombres porque tiene todos los protocolos de la vida masculina y es por esta razón que las mujeres no somos creíbles en los espacios estatales. Esto explica el por qué cuando una mujer pone una denuncia de violación el o la funcionaria pública no logra creer lo que le dice”. En síntesis es hipócrita de parte del Estado decir que su actual legislación ampara la vida cuando el país muere cada día porque es incapaz de defender a las mujeres, dadoras de vida.