CAMBRIDGE ““ El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha hecho alarde de que sus políticas generarán un crecimiento sostenido del 3-4% por muchos años. Su predicción va en contra de la opinión de muchos analistas profesionales, inclusive en Wall Street y en la Reserva Federal, que estiman que Estados Unidos, con suerte, alcanzará un crecimiento del 2%.
Ahora bien, ¿existe alguna posibilidad de que Trump tenga razón? Y si fuera así, ¿en qué medida esto será producto de sus políticas? ¿Y un crecimiento más acelerado conllevará serios costos a largo plazo para el medio ambiente y la desigualdad de ingresos? Al mercado bursátil tal vez lo único que le importe sea la tasa de crecimiento, pero la mayoría de los norteamericanos deberían estar muy preocupados por cómo se alcanza el crecimiento.
El pronóstico de Trump para la tasa de crecimiento económico general de Estados Unidos difícilmente sea descabellado. Un flujo constante de datos económicos sugiere que la tasa anual ya se ha acelerado al 2,5%, dividiendo aproximadamente por la mitad la diferencia entre Trump y los expertos. Es más, las alzas del empleo han sido sólidas durante los primeros seis meses de la presidencia de Trump, con la creación de más de un millón de puestos de trabajo, y las acciones se están disparando a nuevos picos. Ambos indicadores están alimentando un mayor consumo.
Frente a estos números, llegar a un crecimiento anual del 3% no parecería un milagro. Y alcanzar el objetivo de Trump sería aún más probable si su administración, de repente, se volviera más coherente (lo que sí podría exigir un milagro).
Por supuesto, el crecimiento este año es, en muchos sentidos, una continuación del que se alcanzó durante la presidencia de Barack Obama. Alterar el curso de un barco gigante -en este caso, la economía estadounidense- lleva mucho tiempo y, aun si Trump efectivamente lograra hacer pasar parte de su agenda económica por el Congreso de Estados Unidos, es probable que los efectos del crecimiento recién se sientan bien entrado el 2018.
Sin duda, Trump ha destripado la Agencia de Protección Ambiental (lo que ha favorecido la minería de carbón), ha aligerado la supervisión financiera (buena noticia para las acciones bancarias) y ha manifestado poco interés por las normas antimonopolio (una decisión que agradecen los monopolios tecnológicos como Amazon y Google). Pero sus principales iniciativas en materia de políticas en torno a la reforma de los impuestos corporativos y el gasto en infraestructura no han avanzado.
Es más, los planes de Trump de aumentar el proteccionismo y reducir marcadamente la inmigración, si se llevaran a cabo, tendrían importantes efectos adversos en el crecimiento (aunque, para ser justos, la propuesta de hacer que la composición de la inmigración responda más estrechamente a las necesidades de la economía es lo que la mayoría de los países, incluidos Canadá y Australia, ya hacen).
Quizá la única decisión más importante que tome Trump sobre la economía sea su elección de quién debería reemplazar a Janet Yellen como presidenta del directorio de la Reserva Federal. En otras designaciones, Trump ha preferido a generales y empresarios que a tecnócratas. En general, los banqueros más exitosos en los últimos años han sido exactamente los tipos de expertos que Trump parece evitar.
La persona que Trump elija probablemente tenga que enfrentar desafíos importantes desde el día uno. Es poco probable que un crecimiento salarial moderado frente a un mercado laboral en contracción continúe, y cualquier aumento importante de los salarios ejercerá una fuerte presión alcista en los precios (aunque esto podría no suceder en lo inmediato, dada la constante presión bajista en los salarios como consecuencia de la automatización y la globalización).
La manera en que la Fed maneje una eventual transición a un crecimiento salarial mayor será crucial. Si los responsables de las políticas aumentan las tasas de interés demasiado bruscamente, el resultado será una recesión. Si el aumento de las tasas es demasiado lento, la inflación podría volverse desagradablemente alta y enraizada.
De modo que, sí, Trump podría alcanzar su proyección de crecimiento, especialmente si encuentra la manera de normalizar la toma de decisiones en materia de políticas económicas (lo cual es sumamente incierto en el caso de un presidente que parece preferir las tormentas de tuits que el análisis paciente de las políticas). Pero aún si Estados Unidos alcanza la meta del 3%, tal vez no sea la panacea que Trump espera.
Por empezar, es poco probable que un crecimiento más rápido revierta la tendencia actual hacia la desigualdad, y unas pocas intervenciones presidenciales dirigidas y de escasa relevancia en las acciones de estados o compañías específicos difícilmente vayan a cambiarlo. Por el contrario, no existe ninguna razón para suponer que los dueños del capital vayan a seguir siendo los principales beneficiarios. Llegado el caso, esa tendencia podría revertirse, pero no apostaría a que suceda pronto.
Si la degradación ambiental y una creciente desigualdad hacen que el crecimiento económico tenga sus pros y sus contras, ¿el gobierno de Estados Unidos se equivoca al concentrarse tanto en eso? No del todo. Las tasas de crecimiento más elevadas son particularmente buenas para las pequeñas empresas y para las empresas nuevas, que a su vez contribuyen de manera importante a la movilidad económica.
Las bajas tasas de crecimiento recientes han hecho que los potenciales empresarios se muestren más reticentes a trasladarse a otros estados o a cambiar de empleo, y han reducido la movilidad económica en general. Y si la economía de Estados Unidos fuera a debilitarse sustancialmente por un período prolongado, podría acelerarse considerablemente la llegada del día en que Estados Unidos ya no tenga una superioridad militar importante sobre sus rivales.
Aquellos que, como Trump, quieren reducir la participación militar estadounidense en el exterior pueden decir que esto no es algo de lo que haya que preocuparse, pero se equivocan. Aun así, las políticas que generaran un crecimiento más compartido y sustentable desde un punto de vista ambiental serían mucho mejores que las políticas que perpetúen las tendencias distributivas actuales y exacerben los males de muchos norteamericanos. Aun si Trump alcanzara sus objetivos de crecimiento en 2018 y 2019 -cosa que podría suceder-, sólo el mercado bursátil se pondría contento.
Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard.
Copyright: Project Syndicate, 2017. www.project-syndicate.org