De repente no podía creer lo que estaba pasando, no entendía si aquello era un absurdo surrealista en la existencia de su pequeño país, pero lo que estaba viviendo era el resultado de diversas circunstancias que habían colmado de vehículos todo el territorio.
Carlota como todos los días se había trasladado de su casa ubicada en una residencial clase media, en donde la mayoría de personas tenia carro, incluso habían grupos familiares que cada uno de sus integrante tenía su propio carro, era una forma de evidenciar su posición social, y aun cuando sus cocheras solo eran para dos vehículos, cuando eran más de dos, los ubicaban sobre las calles peatonales cerrando el paso de transeúntes, daba la impresión que valoraban más sus coches que el bienestar y la vida de la vecindad, porque muchas veces personas mayores o infantes tenían que bajarse de las aceras con los peligros que ello implica, para poder pasar.
La verdad es que habían muchos factores que permitieron que la pequeña ciudad se inundara de carros, desde el negocio de traer vehículos chocados del norte, arreglarlos y venderlos aquí, pasando por las malas condiciones del servicio colectivo, con unidades de transporte que en el estricto sentido de la palabra eran desechos de láminas motorizadas o lo que comúnmente se conoce como “chatarras” , hasta las acciones timoratas y complacientes de las autoridades que permitían que las regulaciones de transito no se respetaran ni cumplieran, realmente era una pesadilla trasladarse de un lugar a otro por las calles copadas de automotores y colectivos pequeños y grandes.
Pero ese día en que Carlota se conmociono, fue cuando al salir de su trabajo ya no pudo moverse con su vehículo, habían tantos y tantos que ninguno podía avanzar, ni retroceder ni moverse para ningún lado, las calles estaban llenas y la desesperación hacia que las bocinas sonaran y sonaran y era por gusto, porque no había espacio para que los carros se movieran, pero es que ni las motocicletas lo podían hacer.
Muchas y diversas reacciones de los automovilistas formaban un barrullo insoportable y lo espantoso era que las puertas de los coches no se podían abrir por que el espacio no lo permitía, la reacción inmediata de las personas en los carros era bajar los vidrios de las ventanas y los que tenían aire acondicionado lo mantenían abierto, para no sofocarse, consecuencia de que somos un país del trópico con calor humano y atmosférico.
Era angustiante, sobre todo en los automotores en donde había infantes, porque inquietos lloraban y gritaban en coro que se multiplicaba a medida que pasaba el tiempo.
Otra saturación se daba con las líneas telefónicas, todas las personas querían comunicarse ya fuera con sus familias, con tránsito, con la policía, o con quien fuera para pedir auxilio, el problema era que nadie podía llegar por que no había espacio para moverse, mucho menos espacio para que aterrizara un helicóptero, personas desesperadas con mucho esfuerzo, y cuando su cuerpo se los permitía salían por las ventanas y se subían en los carros, entonces su desesperación aumentaba porque lo que veían era un interminable plafón variopinto de techos de carros atascado por la falta de espacio.
Los comportamientos ante tan insólito caso eran diversos, no faltaron gritos desaforados aludiendo a madres, excremento, trabajo sexual y otras frases altisonantes que nada tenían que ver con el fenómeno; tampoco faltaron coritos de alabanza que pedían hacer cadenas de oración para pedir a seres supra naturales que despejaran las vías, realmente el resultado esperado no se daba, pero por lo menos las personas se mantenían ocupadas y su ansiedad en algunos casos aumentaba o disminuía
Entonces, como un lejano rumor, Carlota escucho que unas personas murmuraban, y poco a poco logro entender que un hombre decía: “esta mujer quizás esta drogada o se ha desmayado” y una mujer opino que mejor llamaran una ambulancia y cuando una joven marcaba su celular para hacerlo, Carlota reacciono y le pidió que no lo hiciera porque no era necesario pues ya se sentía lucida y explico que posiblemente el desvanecimiento se debió a que había almorzado unos espaguetis con champiñones y quizás en estos alguno o varios de ellos eran alucinógenos; como ya estaba adentro de su carro, lo encendió y se puso en marcha notando con alegría que lo que había creído vivir solo fue una alucinación y/o premonición de lo que en un futuro podría ser el resultado del caos vehicular que se vive, pero que por el momento, con ciertas dificultades, todavía se podían usar las calles bacheadas de San Salvador.