domingo, 6 octubre 2024
spot_img
spot_img

El colapso del tráfico

¡Sigue nuestras redes sociales!

spot_img

De repente no podí­a creer lo que estaba pasando, no entendí­a si aquello era un absurdo surrealista en la existencia de su pequeño paí­s, pero lo que estaba viviendo era el resultado de diversas circunstancias que habí­an colmado de vehí­culos todo el territorio.

Carlota como todos los dí­as se habí­a trasladado de su casa ubicada en una residencial clase media, en donde la mayorí­a de personas tenia carro, incluso habí­an grupos familiares que cada uno de sus integrante tení­a su propio carro, era una forma de evidenciar su posición social, y aun cuando sus cocheras solo eran para dos vehí­culos, cuando eran más de dos, los ubicaban sobre las calles peatonales cerrando el paso de transeúntes, daba la impresión que valoraban más sus coches que el bienestar y la vida de la vecindad, porque muchas veces personas mayores o infantes tení­an que bajarse de las aceras con los peligros que ello implica, para poder pasar.

La verdad es que habí­an muchos factores que permitieron que la pequeña ciudad se inundara de carros, desde el negocio de traer vehí­culos chocados del norte, arreglarlos y venderlos aquí­, pasando por las malas condiciones del servicio colectivo, con unidades de transporte que en el estricto sentido de la palabra eran desechos de láminas motorizadas o lo que comúnmente se conoce como “chatarras” , hasta las acciones timoratas y complacientes de las autoridades que permití­an que las regulaciones de transito no se respetaran ni cumplieran, realmente era una pesadilla trasladarse de un lugar a otro por las calles copadas de automotores y colectivos pequeños y grandes.

Pero ese dí­a en que Carlota se conmociono, fue cuando al salir de su trabajo ya no pudo moverse con su vehí­culo, habí­an tantos y tantos que ninguno podí­a avanzar, ni retroceder ni moverse para ningún lado, las calles estaban llenas y la desesperación hacia que las bocinas sonaran y sonaran y era por gusto, porque no habí­a espacio para que los carros se movieran, pero es que ni las motocicletas lo podí­an hacer.

 Muchas y diversas reacciones de los automovilistas formaban un barrullo insoportable y lo espantoso era que las puertas de los coches no se podí­an abrir por que el espacio no lo permití­a, la reacción inmediata de las personas en los carros era bajar los vidrios de las ventanas y los que tení­an aire acondicionado lo mantení­an abierto, para no sofocarse, consecuencia de que somos un paí­s del trópico con calor humano y atmosférico.

Era angustiante, sobre todo en los automotores en donde habí­a infantes, porque inquietos lloraban y gritaban en coro que se multiplicaba a medida que pasaba el tiempo.

Otra saturación se daba con las lí­neas telefónicas, todas las personas querí­an comunicarse ya fuera con sus familias, con tránsito, con la policí­a, o con quien fuera para pedir auxilio, el problema era que nadie podí­a llegar por que no habí­a espacio para moverse, mucho menos espacio para que aterrizara un helicóptero, personas desesperadas con mucho esfuerzo, y cuando su cuerpo se los permití­a salí­an por las ventanas y se subí­an en los carros, entonces su desesperación aumentaba porque lo que veí­an era un interminable plafón variopinto de techos de carros atascado por la falta de espacio.

Los comportamientos ante tan insólito caso eran diversos, no faltaron gritos desaforados aludiendo a madres, excremento, trabajo sexual y otras frases altisonantes que nada tení­an que ver con el fenómeno; tampoco faltaron coritos de alabanza que pedí­an hacer cadenas de oración para pedir a seres supra naturales que despejaran las ví­as, realmente el resultado esperado no se daba, pero por lo menos las personas se mantení­an ocupadas y su ansiedad en algunos casos aumentaba o disminuí­a

Entonces, como un lejano rumor, Carlota escucho que unas personas murmuraban, y poco a poco logro entender que un hombre decí­a: “esta mujer quizás esta drogada o se ha desmayado” y una mujer opino que mejor llamaran una ambulancia y cuando una joven marcaba su celular para hacerlo, Carlota reacciono y le pidió que no lo hiciera porque no era necesario pues ya se sentí­a lucida y explico que posiblemente el desvanecimiento se debió a que habí­a almorzado unos espaguetis con champiñones y quizás en estos alguno o varios de ellos eran alucinógenos; como ya estaba adentro de su carro, lo encendió y se puso en marcha notando con alegrí­a que lo que habí­a creí­do vivir solo fue una alucinación y/o premonición de lo que en un futuro podrí­a ser el resultado del caos vehicular que se vive, pero que por el momento, con ciertas dificultades, todaví­a se podí­an usar las calles bacheadas de San Salvador.

¡Hola! Nos gustaría seguirle informando

Regístrese para recibir lo último en noticias, a través de su correo electrónico.

Puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

spot_img

También te puede interesar

spot_img

Últimas noticias