Cruzar la frontera, sentir que estás en tierra extraña, escuchar lenguas que no entiendes, sentir la soledad, sentir que tu familia solo existe en el recuerdo y en esas imágenes o sonidos del teléfono; así es el dolor del inmigrante, en medio de una sociedad que se aprovecha de su esfuerzo.
Ser inmigrante es la imposición de un sistema que empobrece. Son miles de inmigrantes que abandona su tierra por el sueño americano. Estos que si tuvieran opción para vivir dignamente en su tierra natal, nunca tomaran esa aventura de muerte. Los anti inmigrantes deben entender que el derecho a la vida en este planeta es de todos, que migrar es ejercer ese derecho a vivir, es luchar contra la pobreza que impone un sistema económico injusto, un sistema que distribuye con inequidad el sustento de vida. El dolor del inmigrante es recibir ataques cuando busca solo salvar su vida y la de su familia.
Duele que el inmigrante sea visto solo como fuente de dinero. Para muchos el familiar en Estados Unidos es una fuente de ingresos, disponible sin más esfuerzo que pedir. Pedir es lo que hacen los hijos con todo derecho. Pedir dinero también es lo que hacen los políticos cuando recaudan fondos para las campañas electorales. Los políticos han visto en estos compatriotas, una mina de recursos, por las cuales, no tendrán que rendir cuentas. Los políticos se recuerdan de estos hermanos solo cuando necesitan un manojo de billetes, pero en poco les toman en cuenta cuando de gobernar se trata, porque estos compatriotas solo son visto como fuente de dinero para los políticos. Es tiempo que se les pida cuenta a los políticos para reducir el dolor que generan con sus equivocadas políticas de gobierno. Hay que ejercer con urgencia el derecho a incidir en la política exterior.
El dolor del inmigrante se agrava por la torcida política exterior salvadoreña. Tener posturas políticas contra los intereses de Estados Unidos, es atentar contra la estabilidad de la casa donde conviven miles de compatriotas. Pronunciamientos internacionales contra Estados Unidos, son acciones contra la sociedad que da trabajo a nuestros hermanos que envían remesas y sostienen la débil economía salvadoreña. No se puede pensar que se consigue miel golpeando al panal sin recibir un aguijonazo, así también no se debe esperar que atacando al gobierno de Estados Unidos se facilita la renovación del TPS, que con posturas anti estadounidenses se aliviarán las condiciones de nuestros hermanos en el exterior. Tener políticas desconectadas de esta relación de dependencia es tener una política exterior torcida.
El dolor del inmigrante se profundiza por la división y la desorganización. Al dividir la fuerza, el impacto es pérdida para todos; al vivir segregados, las organizaciones son débiles. Cuando uno visita las comunidades que alberga los salvadoreños en Estados Unidos, uno percibe su desintegración, su falta de proyecto político, no tienen agenda clara que enrumbe un esfuerzo cohesionado y organizado. Las acciones organizadas que existen son como la representación de feudos, pequeñas células que poco crecen; porque ven como rival a sus hermanos. Tener diferencias no es el problema, sino ser incapaces de establecer una agenda común que permita mejorar sus condiciones de vida como inmigrantes. El dolor del inmigrante solo podrá aliviarse con la acción organizada que permita reorienta la política exterior salvadoreña, solo con una organización capaz de incidir en la política de inmigración del gobierno de los Estados Unidos. Es tiempo de dejar de quejarse y sufrir, es tiempo de luchar por el bien común.