El Premio Nacional de Literatura y el Premio Praxis de Poesía
Una buena noticia cultural es que le han dado el Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” 2020 a José Luis Perdomo Orellana quien, además de ser el lector más disciplinado que conozco y un poseso de la corrección idiomática ―casi tanto como Carlos López―, es un extraordinario escritor de ficciones y un entrevistador tan agudo y responsable a la hora de hacerles preguntas a sus colegas, que ha hecho de la entrevista un género literario respetabilísimo. A él le debo dos libros míos publicados por Editorial Praxis, en México, sin erratas: Los que se fueron por la libre y Epigramas de seducción y rituales para purificarse. Un libro sin erratas suele ser el sueño de opio de los escritores conscientes de que su primer deber para con la literatura es el conocimiento de la estructura del idioma en que escriben, a fin de quebrantarla con responsabilidad y audacia creativa. También le debo la revisión de Jinetes en el cielo y de mi novela inédita La nave del olvido. La tríada que forman Carlos López, Perdomo y Praxis es un referente obligado para explicar el desarrollo de la mejor literatura guatemalteca de las últimas décadas, no sólo por su labor editorial, sino sobre todo por su magisterio idiomático y literario, el cual está siendo de vital importancia para la formación de los nuevos escritores (jóvenes o no) que asumen la correspondiente y debida responsabilidad histórica por cada una de las palabras que pronuncian y que escriben.
Otra buena noticia es que Giovany Coxolcá Tohom ganó el Premio Praxis de Poesía 2020 con un libro que, según sus declaraciones a la prensa, busca resolver el problema de cargar con dos tradiciones culturales encima, articulando esas diferencias de manera consciente, puesto que en la cotidianidad todos las articulamos como nos lo permite nuestra extracción de clase, nivel cultural, mestizaje y énfasis étnico. Esto me satisface porque Giovany ha dicho que mi libro La articulación de las diferencias o el síndrome de Maximón le fue de utilidad para su aventura poética, la cual tengo gran curiosidad de leer. Creo que este año se ha hecho justicia a dos escritores de generaciones y trayectorias diferentes y que trabajan en direcciones distintas, pero que tienen el denominador común de respetar el idioma en que escriben. En el caso de Perdomo, el español. Y en el caso de Giovany, el español y el cachiquel. Este respeto, que en Giovany es explicablemente más reciente que en Perdomo, es una condición básica de la creación literaria, por eso duele que a menudo se extrañe en cierta producción letrada local que se confía más al “genio” que al conocimiento.
Pero, volviendo a Perdomo, algo más que hace del premio otorgado un reconocimiento merecido es que se trata de un cultor que forma nuevos escritores por medio de su actividad con los jóvenes que se dejan aconsejar y que no anteponen un ego inflado a una obra literaria que justamente por eso quizá nunca madure. Esto, y sus constantes lecciones literarias por muchos otros medios, como por ejemplo los prólogos, las introducciones, las reseñas, las conferencias, los ensayos, los artículos de prensa, los talleres, la incansable labor que realiza en la Editorial Universitaria de la USAC y otras actividades propias de un cultor y un intelectual público ―como su compromiso activo con los grupos literarios populares de ciudades y provincias― hace a este miembro numerario de la Academia Guatemalteca de la Lengua un digno Premio Nacional de Literatura.