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Dislates

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Hace unos dí­as leí­ dos noticias que aparecieron en un medio local y otra en un medio suramericano. Las notas informaban que una editorial española ha publicado el clásico El Principito, en su versión feminista La Principesa. Y que en la Argentina, otra editorial ha sacado el mismo libro con lenguaje inclusivo.

En La Principesa, por ejemplo, además que el personaje principal es una mujer, la Rosa del Principito se convierte en un hermoso clavel y el aviador es ahora una aviadora. A pesar de esos cambios (entre otros), los autores afirman que el libro respeta la esencia del original. En la versión de El Principito con lenguaje inclusivo, podemos apreciar que todo el texto ha sido modificado con marcas de género inclusivo, en este caso el neutro “e”. Así­, podemos leer en el texto introductorio de la obra: “Pido perdón a les chiques por dedicar este libro a un adulto…Todes les adultes primero fueron chiques (pero poques se acuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria…”.

Las noticias, si no fueran consignadas por medios serios, parecerí­an que son fake news o una tomadura de pelo; pero lastimosamente no lo son. Estas notas son tan reales como lo es la cada vez mayor insistencia de ciertos colectivos feministas de usar el lenguaje inclusivo, de desterrar de la literatura a autores considerados machistas y de re-escribir obras, para adecuarlas a los tiempos que vivimos.

En esta época de corrección polí­tica y de posverdad, pareciera que si no decimos “todes” o si no abjuramos de Pablo Neruda y su “poesí­a misógina” somos unos reaccionarios. Y aunque hay gente que cree que todo esto son modas pasajeras, el asunto no es nada baladí­. Cada vez más sabemos de este tipo de posturas que buscan, en nombre de la inclusión y de los derechos de las minorí­as, normalizar actitudes que llegan a dislates como los siguientes: En Estados Unidos, algunos estados han prohibido novelas como Huckulberry Finn porque tiene la palabra “nigger”, despectivo hacia los afroamericanos; en Londres, Inglaterra, estudiantes universitarios exigen que eliminen del programa de estudios a filósofos de la talla de Aristóteles, Schopenhauer o Hegel, por ser “racistas” y “colonialistas”; en España, un “decálogo de ideas para una escuela feminista” sugiere prohibir el fútbol en los patios de recreo y eliminar todos los libros escritos por autores machistas, a saber: El ya citado Neruda, Arturo Pérez Reverte y Javier Marí­as.

Más allá de lo disparatado que pueda resultar todo esto, lo realmente preocupante es que en nombre de la inclusión y de la igualdad se llegue a estos extremos. La literatura no puede ser retroactiva. Es imposible leer en clave feminista los clásicos. Es cierto que hay muchos libros que pueden no ser polí­ticamente correctos hoy dí­a, pero fueron escritos en otros momentos históricos, con otras situaciones sociales. Pretender hoy que esos libros se “acoplen” al espí­ritu del tiempo me parece un exceso. Además, buscar que ya no se escriba con “ideas machistas” es desconocer que el arte es una expresión del momento histórico de la humanidad. Y en el caso de la literatura, la creatividad no se puede encorsetar −en nombre de la igualdad por poner el caso− pues la literatura es contestataria, no es ni moral ni inmoral, solo refleja de manera genuina las realidades en las que está inserta y desde las cuales el escritor se expresa.

Respecto al lenguaje inclusivo, si bien es cierto es un campo donde algunos grupos feministas están dando la batalla, no creo que se logre la dignidad de la mujer al decir “todes”, “diputades” y “nosotres”. Primero porque el uso de la “@” o de las letras “e” y “x” como marcas de género inclusivo es ajeno a la morfologí­a del español. Segundo porque se busca un igualitarismo a través de una severa modificación de la sintaxis del español y, en el caso de las “x”, esas secuencias son simplemente impronunciables. Y tercero, porque si bien es cierto que estas expresiones pueden pasar por nuevos códigos (sobre todo usados en las redes sociales), no son adecuadas para los textos formales.

La realidad que enfrentan las mujeres es aplastante; creo firmemente que se puede lograr la dignidad de la mujer si buscamos resolver los más graves problemas que las aquejan: como vivir en uno de los paí­ses con mayor í­ndice de violencia contra la mujer, como luchar porque ya no existan casos tan espantosos como el de la joven Imelda Cortez, como exigir a nuestras autoridades que cese la violencia feminicida y que se combata efectivamente, como garantizar el derecho que tienen todas a una vida libre de violencias. Estas cuestiones son las que, en mi opinión, deberí­an formar parte del debate de toda la opinión pública, respecto a la igualdad entre los hombres y las mujeres de nuestra sociedad.

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Manuel Vicente Henríquez
Manuel Vicente Henríquez
Columnista de ContraPunto https://twitter.com/Pregonero_SV

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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