Del odio al amor por las competencias

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Mi recorrido por las competencias, para ser sincera, ha sido del odio al amor no romántico como casi todo en mi vida. Desde mi ser que se cuestiona y abraza lo que no comprende para ser una mejor docente.

Desde allí­ ha partido mi lugar de creación, provocación, análisis y construcción. Es así­ como llegué al enfoque socioformativo; cuestionando las competencias y la visión funcionalista del capitalismo, es así­ como me enfrenté a ellas en mi primer taller sobre este modelo de educación por competencias.

Al final, reforzó mi sensación de que un indicador no ilustraba mi práctica docente, la enmarcaba. Un verbo de acción no reflejaba el proceso de ejercicio docente ni el de mis estudiantes. Así­ decidí­ discutir y dialogar, disentir y aprehender sobre competencias pedagógicas y sus diferentes enfoques, analizando lo que se declaraba y cómo lo abordaba en mi desempeño docente; es decir, equivocándome.

Hasta que me descubrí­ abrazando dicho enfoque, el socioformativo, que me brindó principios para elaborar criterios de análisis y evaluación de un modelo educativo con enfoque de género. Así­ elegí­ abordarlo desde sus principios filosóficos, pedagógicos y sociales.

La incertidumbre, la vulnerabilidad, la recursividad, la visión holí­stica y sistémica del ser, el proyecto ético de vida y el saber ser y actuar con idoneidad en contextos complejos son principios de este enfoque, también lo son de mi cuestionar mi práctica humana – docente.

Ahora este enfoque me acompaña en mi ser artista, docente, feminista y ciudadano.

Así­ es como he abordado procesos donde no solo se declara, se fundamenta y se cuestionan los entornos, sino también se delimitan necesidades y demandas de formación en función del entorno y su cambiante necesidad de responder a las diversas situaciones problemáticas a las cuales se enfrenta a sus ciudadanos y ciudadanas constantemente.

Las nuevas epistemologí­as sociológicas, filosóficas, pedagógicas y socioafectivas, principalmente del sur, han tomado un lugar privilegiado en este proceso, donde las competencias ya no son universales, son humanas, diversas y complejas, pero también se declaran en etapas, niveles y especialidades en función de la niñez y las juventudes, ese es el fin último. Y hacia allí­, buscar la pertinencia del quehacer curricular, no desde lo conceptual, no desde lo procedimental, no desde el convivir, sino desde todo esto y el ser en sociedad. Por lo que requiere de un resistir, existir y persistir desde lo metodológico y operativo pero en un lugar y un no lugar que defina el punto de partida para la reflexión y la pertenencia de la actuación.

Yo, entonces, ubico mi lugar de análisis, crí­tica, apuesta y propuestas desde el paradigma de la complejidad de Morin, del sorprenderse y descubrir del error de Calvo, del sentir mi entorno y conectar con la otredad de Bausch, del cuestionar feminista del sistema de Navas y el humanismo del ser en sociedad para su transformación de Flores.

Sigo aprendiendo, creando rutas, armando mis mapas conceptuales caóticos y asentando procesos para establecer puntos de coincidencia y disidencia del quehacer docente, aportando a procesos de sistematización y diagnóstico de nuestra realidad y contexto tomando en cuenta todas las dimensiones del ser para aportar con premisas curriculares que den luz a menos desaciertos que beneficien a ese sujeto educando que tiene derecho a estudiar para ser feliz, para crear, para responder a entornos vulnerables dentro y fuera del aula… porque tenemos derecho a ser y a elegir lo que queremos ser.

 

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Paola Lorenzana
Paola Lorenzana
Columnista Contrapunto
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