lunes, 15 abril 2024
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Del espectáculo al desafío de construir una República

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Por Ricardo Sol

Turba ver desfilar por los salones de la Asamblea Legislativa, atosigados por jóvenes políticos emergentes, a los dirigentes del “Ancien Régime” en El Salvador, arrinconados en aquel que fuera su espacio vital, lugar de arreglos políticos, honrosos -que los debió haber habido- o deshonrosos, que ahora nos saltan como incontables sapos en una noche de penumbra.

Estos políticos, que durante treinta años lideraron sus partidos o que fueron diputados o funcionarios públicos de alto nivel se les puede identificar, recurriendo a Julius Fucik, como “figurías”, dado su comportamiento ante las acusaciones que se le imputan: corrupción, sobresueldos, financiamiento de organizaciones no gubernamentales dirigidas por políticos en funciones públicas, evasión de impuestos y otros cargos. ¿En dónde están las figuras?

Sí, debo confesar que ver ese espectáculo me causa turbaciones o quizás siendo más descriptivo un cúmulo de impresiones contrapuestas: asco/tristeza; congoja/indignación; piedad/zozobra; lástima/frustración y un sin números de etcéteras parecidos.

No es posible dejar de percibir, -con angustia humana si-, la incapacidad de éstos para levantar argumentos sólidos y convincentes, en su defensa o descargo. La pregunta que me salta es la de ¿por qué ninguno de esos dirigentes logra articular un discurso fluido, sólido, capaz de defender con seguridad el régimen que lideraron durante los 30 años de posguerra? ¿En dónde quedó el pensamiento republicano o socialista en defensa de ese Estado que debería ser orgullo de tales dirigentes? Por el contrario, lo que se escucha son explicaciones y escusas de su actuar.

Pero también, -por la reflexión que sobre los seres humanos en el poder he podido hacer, no sólo en mis estudios sino por mi experiencia vivencial-, me veo obligado a poner atención en la orientación y la capacidad de aquellos que identifico como “jóvenes políticos emergentes”, para llevar este proceso no solo a un juicio político, sino a resultados que den paso a estadios superiores al régimen que estuvo vigente en los últimos 30 años.

El desafío es enorme: en una época de cambio y grandes incertidumbres en el ámbito internacional, construir una república, con leyes justas, que garanticen la equidad y el desarrollo humano integral, en un país cuyo principal activo es el culto al trabajo, el esfuerzo tesonero de sus habitantes, sus lindos parajes y su deliciosa comida.  

El escenario y el comportamiento de los actores obliga a la reflexión. No estamos ante juicios sumarios, como tampoco ante procesos como aquellos que registran los anales de la historia, que quedaron simbolizados en la guillotina, el cadalso o el paredón. Pero hay algo que los recuerda. Obviamente, tengo claro que estos referentes no son apropiados, basta con observar las circunstancias, las formas y la magnitud. Sin embargo, parece oportuno citar, a riesgo de parecer prepotente, aquella frase que dijo algún pensador: “…la historia tiende a repetirse, la primera trágica y la segunda trágica-cómica”.

En todo caso, sí estamos ante juicios políticos que como tales no siempre sacan a flote las mejores virtudes de los seres humanos. Cada día es más urgente la apertura de procesos en las instancias judiciales, que de por si requieren entrar en un proceso de fortalecimiento y dejar atrás también, sus propias debilidades institucionales, para convertirse -efectivamente- en un sólido pilar de un Estado de ciudadanos con derecho y responsabilidades.

En lo personal, me resisto a emitir un juicio maniqueo y personalista, aunque los hechos son abrumadores. La condena no es lo mío. Mi formación sociológica me obliga a separar a las personas de los hechos sociales, al menos desde un punto de vista metodológico. Ciertamente, una cosa son los errores o debilidades humanas y otras son los hechos sociales que se generan como resultado de determinadas condiciones históricas, económicas y políticas; aunque a la larga, unos y otros se junten. Esta diferenciación, la que hago desde mi fuero personal, también es imprescindible para quienes ahora, estando en el poder, tienen la responsabilidad de ir más allá de juzgar a personas y decantarse por profundizar en los hechos sociales y políticos, para así encontrar asideros que permitan construir un Estado más justos y solidario.

No hay que engañarse, hay muchos ejemplos de esto en la historia, la sociedad salvadoreña, particularmente aquella población que con justa razón ahora demanda claridad de los hechos, identificación de responsables, etc. con seguridad pronto se aburrirá del espectáculo que transcurre en el escenario legislativo. Alargar ese drama puede desviar la atención de la encomiable intención por generar leyes justas y normas que garanticen los derechos ciudadanos que, a su vez, se proyecten en políticas públicas que garanticen calidad de vida para las mayorías. Esta aspiración, sin duda, -además del castigo a los malos gobiernos del pasado-, es lo que sin duda movió a la ciudadanía a votar por la opción que le ha ofrecido un cambio para mejorar la convivencia social.

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Ricardo Sol
Ricardo Sol
Académico, Comunicólogo y Sociólogo salvadoreño residente en Costa Rica. Fue secretario general del Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA). Columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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