Hace menos de quince días se perpetró una de las masacres considerada como la más violenta y mortal en contra de la comunidad LGTBI, en Orlando (Florida), la cual ha sido considerada, por algunos, como el mayor tiroteo con más muertos en la historia de los Estados Unidos, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001. Hecho que ha generado repudio de parte de los gobiernos de varios países y paradójicamente para algunas religiones ha sido causa de “celebración”.
Situación que llama a reflexionar: ¿porque en pleno siglo XXI la humanidad continúa utilizando la violencia como método para callar a personas que no encajan con sus creencias y/o formas de pensar y actuar?
Dicha situación evoca episodios de la conquista por parte de españoles, portugueses y otros al llegar a América en donde en nombre de “Dios” perpetraron gran cantidad de masacres contra los pueblos nativos, bendecidas y acompañadas por religiosos, para el caso de la Iglesia Católica que consideraban que estas personas no poseían alma ni eran consideradas como humanas y como tal debían ser tratadas, o el incendio provocado en UpStairs Lounge en junio de 1973; el cual hasta lo de Orlando era considerado como el ataque más letal conocido en un club gay en la historia de Estados Unidos, y que decir del Estado Islámico que ha ejecutado a más de 120 hombres por sospechas de homosexualidad.
El Código Penal de El Salvador no hace mención a ningún castigo en contra de la homosexualidad, siendo el único país de Centroamérica que nunca ha criminalizado los actos homosexuales consensuados entre adultos desde su conformación como Estado soberano, sin embargo en el Salvador durante el periodo entre 1996/2015 más de 500 personas LGBTI han sido asesinadas por razones de odio, sin que hasta la fecha se haya investigado sus respectivos casos, con una Policía manifestando tener problemas internos de homofobia y una Fiscalía, que simplemente guarda silencio.
La discriminación y violencia contra la comunidad LGBTI persiste en el mundo actual, lo cual está determinado por la manera dicotómica con la que el Patriarcado, desde su sistema de relaciones ha estructurado un pensamiento cerrado ante las diferentes formas y/o maneras de ver, hacer y sentir la vida y el mundo.
Desde la sexualidad, la familia, la femineidad y la masculinidad se ha determinado como valido únicamente una manera de ver e interpretarlas, por ende quien este en la línea permitida será normal y valorado como “bueno” por el contrario quien no se ubique en dicha línea se considerara como anormal y consecuentemente “malo”.
A pesar de que la sexología moderna sostiene que para una relación sea humana y sana, ya sea entre personas del mismo sexo o del sexo opuesto, lo importante es que no se de dominación o poder de una persona sobre la otra, ni abuso, violencia o maltrato. Además que en la pareja las dos partes tengan claro el deseo de estar juntas por voluntad propia.
Estudios e investigaciones científicas y médicas demuestran que en la sexualidad hay diferentes opciones y que ni las hormonas, ni la biología son las causantes de esa preferencia sexual, por lo tanto no son personas enfermas ni física ni psíquicamente.
Cualquier expresión respecto a su sexualidad de parte de la comunidad LGBTI, no tienen que ver con una práctica desviada que debe corregirse. Las relaciones entre mujeres y entre hombres pueden ser tan profundas, humanas, solidarias y placenteras como lo pueden ser las relaciones entre heterosexuales.
A través del tiempo se ha marcado diferentes formas de regular las conductas relacionadas con la sexualidad humana, también lo hace la cultura a través de todo el planeta, sin embargo para lograr caminar como “personas humanas” (que creemos que somos) en el Siglo XXI, será bueno dejar los fundamentalismos que nos rigen todavía gracias al refuerzo permanente de muchas iglesias, que con su discurso arcaico de lecturas de libros fuera del contexto actual continúan juzgando, condenando y asesinando a sectores de la población.
También desde los sistemas educativos, la cultura y la psicología todavía se resisten a dar cabida a nuevas visiones sin fundamentalistas y desde lo científico. Resumiendo el mismo Estado deberá impulsar Políticas Públicas de Estado con especial énfasis al cambio cultural que promuevan los derechos de toda la ciudadanía en lugar de proteger y avalar aquellas concepciones fundamentalistas y arcaicas que lo único que hacen es retrasar nuestro caminar como personas humanas -que se supone que somos- respetando nuestras diferencias y reconociendo nuestros derechos.