miércoles, 11 diciembre 2024
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Huracán Fifi: devastó las costas de Honduras y había entrado a tierra sin ninguna resistencia natural. Según decían a El Salvador solo había llegado la cola por estar rodeado de volcanes

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Por Gabriel Otero


FIFÍ

El nombre de Fifí sonaba a perro faldero, demasiado delicado para bautizar a un huracán, el mote remitía a un french poodle miniatura, trémulo y nervioso pelando los dientes a las visitas porque se sentaban en el sofá.

Fifí se tornó en tragedia el 16 de septiembre de 1974, nos dimos cuenta de su gravedad cuando la mañana del 18 aparecieron decenas de pedazos de fierro retorcido en el Jardín Guirola, los restos eran del recién estrenado ascensor de carga del Liceo Salvadoreño, el viento impulsivo lo había arrancado.

Como país éramos tan pequeños que nadamos en las aguas del diluvio, Fifí devastó las costas de Honduras y había entrado a tierra sin ninguna resistencia natural. Según decían a El Salvador solo había llegado la cola por estar rodeado de volcanes. La misma madre naturaleza se encargó en desmentir ese optimismo en los años posteriores ante fenómenos climatológicos similares.

El meteoro me causó cuitas profundas, el 19 de septiembre me convertiría en un hombre de 9 años y Fifí había frustrado cualquier intento de celebración multitudinaria, ningún papá prudente expondría a sus hijos a que les nacieran escamas entre tanta agua o de perdida a un accidente por la abundancia de charcos, porque es imposible encerrar al ímpetu de muchos niños.

Mi madre Lucy, sociable toda ella, no dejaba pasar ninguna oportunidad para las fiestas familiares, era un ser vital y bello que le encantaba agradecer todo lo que recibía e improvisó una fiesta en casa. Y el día de mí cumpleaños y sin yo saberlo invitó a cinco de mis mejores amigos y la pasamos de maravilla.

Y desde que estuvimos metidos en casa porque afuera había un huracán, la fecha de mi onomástico fue emblema de tragedias cada vez más espantosas y terribles, yo no sé si por coincidencias o el destino o es que el destino son las coincidencias.

Así ha sido durante 57 años.

1985

El 19 de septiembre de 1985 oficialmente dejaría la adolescencia, estudiaba el tercer semestre de la carrera de literatura y por la tarde tendría examen de El Quijote en la clase de modelos literarios españoles. Había pasado gran parte de la noche leyendo y la jornada sería larga entre obligaciones y celebraciones.

A las siete de la mañana seguía en la lectura, estaba agotado con los ojos hechos trizas, me senté junto al teléfono a esperar las llamadas que usualmente se reciben cuando se cumplen años, por lo general mamá y papá marcaban temprano, al igual que la novia de turno, pasaron 19 minutos y comenzó, las paredes y el piso del departamento crujían y todo oscilaba, era un terremoto.

Julieta salió cargando al bebo y bajamos las escaleras lo más rápido que pudimos, de nada sirvió ver que la vecina salía asustada en baby doll presumiendo su exquisita humanidad, estábamos alarmados y expectantes, cuando pasamos el estacionamiento vimos que el agua desbordaba la tapa de la cisterna, se escuchaban llantos y la histeria era colectiva.

No recuerdo quien más de la familia estaba con nosotros, pero alguien fue a recoger a Julieta hija que tenía poco de haberse ido en el transporte escolar.

A la media hora subimos al departamento, no tenía grietas ni cuarteaduras, resistió la rabia del sismo, en mi recámara se cayeron los libreros hechizos de madera y ladrillos, la única víctima fue un cerdito gigante de papel maché que fue sepultado por varios kilos de papel.

No había energía ni tampoco teléfonos, estuvimos incomunicados unas horas y pudimos hablar con Diana pero no salían llamadas internacionales.

Me sentía abrumado y resolví dar una vuelta por la colonia, fue una pésima decisión, a unas calles del departamento estaba un Sears que por efectos del temblor parecía que le hubiese caído una bomba de media tonelada. Y así por el estilo. Gran parte del otrora Distrito Federal yacía en ruinas.

Era mi cumpleaños número 20, el más triste que he vivido.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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