Los lideres de las dos superpotencias nucleares, Vladimir Putin y Joe Biden, se han dado cita en Ginebra para aplacar sus divergencias e intentar frenar la discordia pero bilateralmente, y al margen que en la distinguida ciudad suiza existen los dos principales organismos multilaterales de la ONU destinados a enfrentar las violaciones de los derechos humanos a escala planetaria, y los retrasos del desarme internacional.
Una regla no escrita del sistema de Naciones Unidas, es que el cuartel general de Nueva York debe estar dirigido por un estadounidense, o por un occidental. En cambio, la conducción de la sede europea de la organización supranacional en Ginebra, tiene que recaer en una personalidad rusa o del este europeo. Es el caso pues la actual la patrona de la ONU al borde del Lago Leman es Tatiana Valovaya, una ex funcionaria del aparato presidencial de Vladimir Putin.
Por primera vez desde su creación en marzo del 2006, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas que funciona en Ginebra -compuesto por 47 países elegidos por el voto secreto de la Asamblea General de la ONU, según una distribución pactada por regiones, cuyo tercio se renueva anualmente- va a contar en sus filas con los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad, más Japón, que también forma parte del G 7. Hoy ya se encuentran en su seno Rusia, China, Francia y Reino Unido, y en octubre venidero, Estados Unidos postulará para volver, dejando atrás la renuncia promovida por Donald Trump en 2018. El contexto multilateral parece optimo para abordar todos los desafíos en la materia.
Al propio tiempo, no ha sido casual que pocos días antes del encuentro Putin-Biden, el ministro de exteriores de China, Wang Yi, uno de los 9 miembros que gobiernan el gigante de casi 1400 millones de habitantes, lanzara un encendido discurso en favor del multilateralismo en el seno de la Conferencia sobre el Desarme de Ginebra, a la que asisten casi todos los representantes diplomáticos del planeta. Exhortó implícitamente a Estados Unidos y Rusia, y a los demás países que disponen de armas atómicas, a una “reducción de riesgos estratégicos”, en pos de una “seguridad común, global, de desarme y no proliferación”.
Fue al respecto significativo que Wang Yi planteara precisamente que “los dos grandes Estados dotados de armas nucleares deben aún reducir sus arsenales para crear condiciones propicias al proceso multilateral de desarme”. Recordó a la comunidad internacional que “una guerra nuclear no puede ser ganada y jamas debería emprenderse”. Advirtió a los demás países que “el despliegue en ciertos países de sistemas antimisiles regionales y globales” atenta “contra la estabilidad estratégica”. Reclamó a sus pares el respeto del Tratado de no proliferación de armas nucleares, y afirmó que para “preservar la paz, la seguridad y el desarrollo durable en el mundo”, hace falta intensificar el desarme y la no proliferación, y “la utilización de la energía nuclear con fines pacíficos”.
En cuanto a propuestas más concretas Wang Yi sugirió “continuar preparando las negociaciones sobre un Tratado” que frene el desarrollo de armas nucleares, mientras sigue vigente la “moratoria sobre ensayos nucleares”, que debería desembocar en su abolición “completa”. Saludó los esfuerzos para concluir un acuerdo nuclear con Iran, y lanzó la idea de “establecer una plataforma de dialogo multilateral por la seguridad regional en el Golfo”, y la creación de “una zona exenta de armas nucleares” y de “armas de destrucción masiva en el Medio Oriente”.
Finalmente Wang Yi lanzó las ideas de una “desnuclearización completa” de la península coreana, junto a poner a su vez en marcha una Conferencia Internacional para prevenir “la carrera a la armamentización en el espacio”. Y dio su apoyo “al establecimiento de un régimen de verificación de la Convención sobre la prohibición de armas biológicas. Particularmente exhortó a los Estados Unidos a renunciar “bloquear la negociación de un Protocolo de verificación jurídicamente vinculante”.
Sin embargo, las desavenencias entre Estados Unidos y Rusia desbordan las problemáticas de derechos humanos y desarme nuclear. Sus propios jefes de Estado de hoy han coincidido, admitiendo paralelamente que el vínculo entre ambos es deficiente. Probablemente sea la razón de reunirse en un país neutro que no forma parte de alianza militar alguna, con el cual cada uno mantiene relaciones históricas centenarias y fructíferas. Se van a encontrar en la “Villa La Grange”, un palacete del siglo XVII propiedad del Canton de Ginebra, urbe donde ya se reunieron en noviembre de 1985 sus predecesores Ronald Reagan y Mikhail Gorbarchev.
Sus sucesores dicen ahora que se auto-convocan para hacer “estables” y “previsibles” sus conductas, tal vez abandonando el entrecruce de sanciones de uno contra otro, quizá para impedir inesperados derrapes ante repentinas iniciativas de cada lado. Por lo pronto, Washington le reprocha a Moscú, entre otras alegaciones, la anexión de Crimea en 2014, la ocupación de una parte de Ukrania, cuando esta quiso aproximarse a la Unión Europea, manteniendo últimamente tropas rusas estacionadas ante la frontera, para previsiblemente disuadir a Ukrania si resolviera postular sumarse la OTAN, la alianza militar del Atlantico Norte.
Biden agrega la supuesta ingerencia de Rusia en las elecciones estadounidenses a través de los ciberataques, la presunta intención de Putin de anexar Bielorusia frente a la indefendible dictadura de autócrata Alexander Loukachenko, la oferta de un satélite espía al régimen iraní, la represión contra la oposición al Kremlin, en particular el intento de envenenamiento del disidente Alexeï Navalny y su actual encarcelamiento, sin olvidar la detención de dos estadounidenses en Rusia: Paul Whelan y Trevor Reed.
La replica de Putin sería geopolítica, “asimétrica, rápida y brutal”. Insinúa que Navalny es un agente al servicio de Washington, que Estados Unidos busca orquestar la oposición contra el Kremlin y paralelamente alentar la protesta contra Loukachenko en Bielorusia, sin presionar a las autoridades de Kiev para llegar a un acuerdo en el conflicto ukraniano, junto a la hostilidad norteamericana a dos proyectos rusos de envergadura: el de la “Ruta de la Antártida norte”, que aprovecharía el deshielo del cambio climático para multiplicar las rutas marinas en alianza con China, y el de “Nord Stream 2” que abastecería de gas ruso a la Unión Europea. Tanto Putin como Biden no ha revelado sus “lineas rojas”. No obstante, parecen dispuestos a permanecer en Ginebra todo el tiempo que haga falta para conseguir un acuerdo.