Hay monumentos conmemorativos, los que consignan para el imaginario colectivo, grandes momentos, épocas o situaciones que fundaron parte de esas sociedades. Hay otros, que son erigidos para prez y gloria del tirano de turno. Un culto a su ego. Los primeros prevalecen por los siglos, como el Arco del Triunfo de París, la Puerta de Alcalá, la de Brandemburgo, o los arcos más antiguos, como los romanos, erigidos, incluso, antes de nuestra era. También pueden ser monumentos, como el de la Revolución, en México y, vale la pena mencionar, nuestros incomprendidos monumentos a la Revolución y a la Constitución, el primero, el monolito que está en el Marte y el segundo, el que se conoce popularmente, como el Chulón de la Teja.
El segundo caso, los monumentos a personajes actuales, meros turíbulos a la prepotencia y transitoria grandeza de los egos de los tiranos están destinados a sucumbir por la ira de las multitudes, una vez cumplido su tiempo histórico. Caso de las estatuas de Trujillo en Dominicana, Somoza en Nicaragua, Hitler, Mussolini y Franco en Europa.
Hay otra clasificación, que mencionaré de pasada, y son los monumentos erigidos para revivir antiguas glorias, como es el caso del gigantesco guerrero chino, y los de corte religioso, Cristos y Budas, en especial (el islam y el judaísmo prohíben las imágenes, pero tienen figuras simbólicas).
¿Quiénes y cuándo los botan?
Mejor dicho, quiénes tienen el derecho de botarlos. Por ley de la vida, los pueblos, cuando avanzan en su historia, acaban con los rasgos visibles de lo que los sometió y humilló mientras tuvo el poder.
El fenómeno que está ocurriendo ahora, es digno de analizar. Desde el inicio del siglo actual, se ha generalizado una resistencia a los valores históricos impuestos por los quinientos años de dominio europeizante. Se rechaza la historia y sus imágenes, con lo que los monumentos están sufriendo la ira de las masas desarraigadas y sin un referente claro de su meta, pero lo único que tienen claro es que no quieren más esa estructura ideológica, paradigma de la opresión. Cristóbal Colón, militares y, en el caso de los Estados Unidos, hasta los evangelizadores, como fray Junípero Sierra. Pareciera que estamos viendo caer un régimen basado en la explotación, el racismo, la violencia contra las minorías.
Pero la ola sube y llega a otros países, como México, donde el presidente dio la orden de quitar la estatua de Cristóbal Colón del Paseo la Reforma, el 11 de octubre, para evitar que la vandalizaran en la protesta del día siguiente.
Parece que esta es la nueva normalidad a la que tenemos que acostumbrarnos. La civilización de quinientos años de sometimiento a las peores condiciones sociales de las amplias mayorías está crujiendo en sus andamiajes. Me recuerda el sueño de Nabucodonosor, la estatua con pies de barro. Y eso no lo evitará nada ni nadie. Pero derribar una estatua tan grande, con piernas de hierro, significa que, en su caída, hará mucho daño.