México fue el patio trasero de Estados Unidos por cuatro años. Un presidente de extremos -Donald Trump- lo convirtió en su coladera. Hubo indignación, pero también costumbre. Fue un “sí, señor” tras otro. Decían que era diplomacia, pero fue sumisión. La nuestra se convirtió en una relación tóxica agravada por la pandemia, pero con un constate complejo de negación. Ya no.
En la reunión virtual del presidente Joe Biden y su homólogo Andrés Manuel López Obrador no hubo ring. Los que esperaban una confrontación política se quedaron con las ganas. Biden fue paciente y conciliador, congruente con su propuesta de sanar, reconstruir y dialogar. Lo hizo a puerta abierta. Tomó pausas, mostró respeto al dejar hablar a la traductora, sonrió y disimuló la confusión.
López Obrador no tomó aire, no hubo palabras de empatía para su vecino del Norte, no se percató de que su discurso se convirtió en un monólogo casi irrespetuoso y no concedió. No era lo mismo con Trump; entonces se deshacía en elogios. Ahora se le notaba el nervio con un tono de prepotencia. Lo sorprendió el respeto y eso fue lo que reinó. Cachetada blanca con la bandera de la paz.
Lo que vimos a través de los medios de comunicación fue solo una parte del primer encuentro oficial entre los mandatarios. Hablaron generalidades. Se tomaron la foto. Cumplieron. Pero poco se sabe de la discusión que tuvieron a puerta cerrada. Solo se envió un comunicado de prensa con algunos planes a desarrollar: migración, cambio climático y la pandemia. Lo demás es especulación.
Lo cierto es que cada quien defendió lo suyo. Dejaron que terceros discutieran sus propuestas: distribución de la vacuna, legalización para trabajadores del campo, la reforma energética y el cierre fronterizo. Por primera vez en cuatro años, hablaron como iguales, sin amenazas ni intimidaciones. Esto es ya un avance.
En Estados Unidos se vuelve a ver a México como un aliado y socio comercial, no como un peón político que se mueve al antojo del poderoso en turno. Se miden como iguales, no como dependientes, aunque lo sean. Hubo diálogo civilizado y con esto se marca el inicio de otra temporada en la relación binacional.
Pero no hay que malinterpretar la serenidad. Cada uno de los presidentes tiene la intención de llevar agua a su pozo. Biden no dobló el brazo en el tema de las vacunas; su prioridad es vacunar a la mayoría de los estadounidenses antes de poder hablar de cooperación internacional. México tampoco cedió en el tema de las restricciones fronterizas, porque sabe que la imperante crisis de salud no les permite tener la infraestructura necesaria para hacerle frente a la nueva realidad.
Con esta primera reunión virtual empieza la reconstrucción de una relación histórica: dolorosa, disimulada, a pedazos y necesaria. Después de todo, quizá no sea tan malo -o bueno- estar tan cerca de Estados Unidos -o de México-. Tal vez sea momento de lo que somos y los vecinos que tenemos.