Crónica de un pueblo allá al pie de la montaña

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En mi pueblo natal, Villa El Rosario, allá al pie de la montaña, se nutrió mi canto y creció mi conciencia popular. Por eso, siempre que puedo vuelvo a mis raíces, de visita o recordando en mis escritos a su bella gente, sus parajes frondosos, sus mesetas y ríos, su fauna y flora, sus antecedentes. Me agrada recordar su historia…

El primer fin de semana de octubre, Villa El Rosario estará celebrando -como cada año- su fiesta patronal, en honor a la Virgen del Rosario, fecha propicia para el estrecho abrazo de su gente, honrada y laboriosa, y el de los paisanos que, residiendo afuera, volvemos a nuestras raíces para el ansiado reencuentro. Solo que hoy, por la pandemia, el abrazo fraterno será a la distancia.

Quien conoce la comunidad Segundo Montes, al norte de Morazán, ha de recordar que en cuanto se pasa su último caserío, en ruta hacia Perquín, hay un desvío hacia la izquierda, que se bifurca unos metros adelante: hacia la derecha, a un kilómetro y medio, está Jocoaitique; y, hacia la izquierda, a nueve kilómetros, Villa El Rosario.

Pueblito de rostro amable, de pureza ancestral, de exaltado corazón y orgullo Lenca. Rumor de paisajes agrestes. Correntadas de luna serpenteando en las aguas de los ríos Torola, Sapo y Araute. Olor a brisa nostálgica, desprendida de los pinares fronterizos en leve contacto con el cielo.  

Con el nombre de El Rosario, el pueblito fue fundado a principios del Siglo XIX,  por la reducción de la región de Araute, nombre vernacular que significa “Valle de las cuatro casas”. Enclavado en una meseta entre la montaña de Nahuaterique al norte y la de Cacahuatique al sur, su extensión territorial es de 19.2 Kms² y, su altitud de aproximadamente 465 metros sobre el nivel del mar.

Fue un asentamiento donde numerosos ladinos convivieron bajo el mandato de las Leyes de Indias y Ordenanzas, siendo constituido en pueblo; y desde 1883, goza de la jerarquía municipal de Villa, situada a 32 kilómetros de San Francisco Gotera, cabecera departamental de Morazán; y a 208 kilómetros de la capital, San Salvador. Es una región de pura ascendencia y estirpe Lenca, con algunos núcleos Ulúas, como todas las poblaciones de la Zona Oriental de El Salvador; es decir, desde el río Lempa hasta el río Goascorán.

Villa El Rosario, plenitud de recuerdos. Comunidad de simbolismos perennes de nuestros ancestros. Heredero del signo autóctono, batallador y libre, que le legaron sus antepasados. Raza Lenca, pura y aguerrida, desafiando al tiempo y a los conquistadores de entonces. Su historia nos viene por tradición o por documentos que el tiempo ha apolillado y porque, de boca en boca, las generaciones se han ido acostumbrando a marcar un rastro, una huella, para rescatar y mantener viva su memoria histórica.

  Villa El Rosario, semillero de leyendas y recuerdos sin tiempo ni distancias. Para sus hijos residiendo aquí o allá, en Gotera, San Miguel, San Salvador o en Houston, Los Ángeles, Nueva York o en cualquier otro lugar de los Estados Unidos, o en Canadá, Australia, Suecia o en el resto del mundo, siempre será depositario fiel de su ombligo. Será también enorme arcón de recuerdos de aquella gente buena, la gente que se fue, la que entregó su cariño entrañable y sincero allá por los años sesenta, cincuenta y cuarenta, hasta donde yo recuerdo.

Nunca será una Villa El Rosario distinta a pesar de las ausencias y las distancias. Entre más distante, más presente estará en cada uno de sus hijos, lejanos y trashumantes. Yo me incluyo. Y por ese arraigo pueblerino, su recuerdo siempre será caricia encendida en mi equipaje de peregrino irredento.

El primer fin de semana del próximo octubre, como canto  popular, el noble pensamiento/corazón de los auténticos rosarinos estará convergiendo -simbólicamente en un abrazo-  en Villa El Rosario, allá al pie de la montaña.

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Renán Alcides Orellana
Renán Alcides Orellana
Académico, escritor y periodista salvadoreño. Ha publicado más de 10 libros de novelas, ensayos y poemas. Es columnista de ContraPunto
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