“Una persona puede equivocarse muchas veces, pero eso no se convierte
en fracaso hasta que empieza a culpar a otros de sus propios errores”.
John Burroughs
Cuando un paciente llama al 132 para reportarse como sospechoso de Covid 19 y las líneas telefónicas están saturadas; cuando por fin su llamada es atendida y se le atiende hasta el tercer día a pesar de requerir de atención médica inmediata; cuando los pacientes se acumulan y son atendidos en los pasillos y en los parqueos de los hospitales; cuando un paciente consigue llegar al hospital en búsqueda de atención de emergencia y no la recibe hasta 12 o más horas después; cuando un paciente no recibe el tratamiento médico que necesita o lo recibe muy tarde y esto le conduce a la muerte; y, finalmente, cuando las personas obligadamente escogen padecer la enfermedad y morir en casa; eso, aunque se quiera ocultar, matizar o llamar de otra forma, no es nada menos que un colapso total del sistema de salud.
El objetivo principal –general o central– de un plan para hacer frente a esta pandemia o a cualquiera otra, es el famoso “aplanamiento de la curva” para precisamente evitar el colapso de un sistema sanitario en cualquier país del mundo, independientemente de su nivel de desarrollo y de lo que heredó de los gobiernos que le precedieron. Y si la curva no se aplana sino todo lo contrario y el sistema de salud colapsa, eso se llama FRACASO. Y si encima de eso, los números oficiales nos aportan datos que no son dignos de confianza, pues los cálculos de diferentes expertos independientes nos indican que el número de contagios y fallecimientos son al menos el triple de los que se reportan, eso se llama FRACASO ROTUNDO.
Al presidente se le subieron los humos cuando a nivel internacional se alabó la iniciativa del confinamiento domiciliar y el cierre temprano de fronteras y aeropuerto, medidas que fueron consideradas precisas para el primer momento pero obviamente fuera del marco de una planeación estratégica integral, lo que ha convertido una crisis sanitaria en un desastre socioeconómico y político sin precedentes, de tal modo que, de ser inicialmente un ejemplo a seguir, El Salvador es ahora un ejemplo de lo que no se debe hacer. Nuestros compatriotas continúan varados en el exterior; los llamados “centros de contención” se convirtieron en centros de contagio; los elementos militares y policiales destinados a mantener el confinamiento se convirtieron en uno de los principales blancos del virus y, obviamente, en portadores y transmisores del mismo; los profesionales de la salud han enfrentado la epidemia sin la protección indicada; y para rematar, se ha insistido más en la propaganda preelectoral que en la educación comunitaria masiva para evitar la propagación de la enfermedad.
Pero esto no acaba ahí porque ha llegado la hora de justificar los espantosos errores cometidos y buscar a quiénes culpar por este fracaso. Sabemos que se acusará a todas las personas e instituciones que han osado demostrar o expresar su opinión en contra de la verdad absoluta de Su Excelencia. También se culpará a la población por hacer caso omiso de la recomendación de permanecer en casa y atreverse a salir “solamente” para buscar alimento para sus hijos.
El canto de “priorizar la vida” se esfuma cuando contemplamos impotentes el curso de los acontecimientos; cuando nos damos cuenta de tantos profesionales de la salud, parientes, amigos, colegas, conocidos, vecinos, amigos de nuestros amigos, gente de los medios, políticos y funcionarios que han sido contagiados o fallecidos como consecuencia de esta enfermedad. Entonces no nos cabe en la cabeza que apenas haya 8000 contagios y poco más de 200 defunciones en nuestro país. Es fácil deducir que se nos miente y que el temor a que se conocieran los verdaderos números hizo que el gobierno negara el acceso a expertos no alineados y la atención de pacientes en la práctica privada, sino cuando el sistema público ya está sumido en una profunda crisis.
La vida de los salvadoreños nunca ha sido la prioridad de este gobierno, por más que lo repitan y lo requetecontrarrepitan – valga la expresión–. Su objetivo prioritario ha sido posicionar la imagen del presidente, su partido y sus allegados familiares y amigos y asegurarse un triunfo arrollador en las próximas elecciones. ¡Que Dios nos encuentre confesados!