Movieron el polo del poder
Han estallado una serie de conflictos en la institucionalidad del Estado salvadoreño, que apuntan hacia una crisis importante en nuestra “democracia”. Toda crisis es procesual hasta llegar al estallido que la corona.
Tenemos al Presidente de la República en abierta confrontación con el grueso de la Asamblea Legislativa, y con un choque casi personal con el presidente de la misma. Pero a su vez, hay una abierta confrontación de la Presidencia de la República con los partidos políticos, Arena y Fmln. Ahora bien, este no es cualquier choque. La causa de la crisis, que abordaremos más adelante, deja al descubierto que ambos partidos eran parte de la realidad constitutiva, de eso que llamamos el sistema político; es decir, eran sus beneficiarios principales. Ambas cúpulas partidarias privilegian sus propios intereses a costa de sus visiones partidarias.
Arena tiene una división marcada en su fracción legislativa y, parte de esta fracción no obedece a su cúpula.
En el Fmln se deja ver esta discordia, a partir de la posición de su secretario general, Oscar Ortiz, para entenderse con Arena de cara a romper el protocolo de entendimiento legislativo. Pero su fracción dice que ellos no entrarán en ese tema, según Nidia Diaz.
La amenaza de ruptura del protocolo legislativo que marca que el PCN tendrá la presidencia del órgano legislativo por la mitad del período, se debe básicamente, a que dicho partido no acuerpó con sus votos la elección del nuevo Procurador de derechos humanos; que por cierto está cuestionado por no cumplir los requisitos y con el agravante de tener varios expedientes abiertos. Deja en claro que en su elección hay un compromiso político entre los partidos “mayoritarios” para repartirse los cargos de elección de segundo grado, lo cual constituye una burla a nuestra Constitución Política, pero también la ilegalidad de poner funcionarios con militancia partidaria.
Y para ponerle broche a la crisis, la Sala de lo Constitucional, admite la demanda de inconstitucionalidad de la Asamblea Legislativa en la elección de los magistrados del Tribunal Supremo Electoral; con lo cual tenemos otro actor de peso en el conflicto institucional.
Ahora bien, toda esta revuelta tiene una causa anterior y que no debe pasar desapercibida, si queremos entender e incidir en la realidad nacional, y esto tiene que ver con el poder.
El poder, –una bestia magnifica—como diría Foucault, es fundamentalmente, relaciones de poder. Y el polo de estas relaciones de poder estaba hegemonizadas por Arena y el Frente.
El soberano, que tiene todo, menos el ser homogéneo, se expresó electoralmente a través del voto nulo, voto en blanco y abstención, para luego dar el salto y cambiar el polo de las relaciones de poder. En concreto, las pasadas elecciones no derrotaron sólo a partidos políticos, derrotaron al sistema; y movieron el polo de poder hacia otro lado, que no son los partidos tradicionales.
Esta es la verdadera razón política de la crisis que vivimos. La sociedad salvadoreña ha dado un golpe duro desde las urnas, no todavía en las calles, al sistema corrupto y empobrecedor.
¿Será el gobierno de Bukele un nuevo gobierno, o será un “gobierno nuevo”, que responda a las demandas reales de la población? Esa puede ser la diferencia entre reclamos cívicos y pacíficos o reclamos cívicos y con violencia.
El soberano ha demostrado su conciencia creciente de lo que quiere como país. Y además, muchos cuadros políticos jóvenes y no tan jóvenes de los partidos tradicionales, están empujando fuerte para que todos y todas pongamos en el centro los grandes intereses nacionales que beneficien a las mayorías de este país.
Concluyendo diremos que, las crisis son un peligro pero también una oportunidad. Un peligro si los partidos tradicionales no se suman al cambio y hacen una oposición propositiva; y también, si el gobierno no interpreta que esta relación de poder con el electorado significa un cheque en blanco y transita hacia el autoritarismo. Ante esto sólo se podría perfilar un escenario conflictivo y violento.
La crisis abre la puerta de oportunidad para afianzar la democracia, y reorientar, con el concurso de todos y todas, la construcción de un modelo de desarrollo que dignifique al pueblo salvadoreño.