El Profe permaneció en la celda de castigo durante aproximadamente cinco días, pasaba pensando que en el último interrogatorio posiblemente le habían inyectado el “suero de la verdad”, no recordaba más que haber oído la palabra “cubano” en varias ocasiones; sufría por el hecho de que posiblemente había dicho cosas que no debía, pero también recordaba con claridad el consejo que le dio su jefe militar durante su entrenamiento para la lucha armada en El Salvador, hacia unos nueve años: “la mejor forma de salir airoso en un interrogatorio es decir la verdad, cuando te preguntes algo que es un secreto militar o político no divulgarlo, pero responder con algo que es verdad, hay que partir del hecho que el enemigo cuenta con alguna información sobre nuestras actividades políticas y militares”.
Lo llegaron a traer nuevamente, no le pegaron, no lo vendaron, caminaron por un largo pasillo, salieron por una especie de portón, se dio cuenta que eran como las nueve de la mañana, lo subieron a la cama de un vehículo militar, le dijeron que se acostara boca abajo y que no levantara la cabeza; el vehículo caminó por calles de la ciudad de Arica como quince minutos, el Profe lo sabía porque reconoció algunos de los ruidos que escuchaba.
Lo llevaron al cuartel del ejército, entraron en una oficina, el oficial que estaba sentado en el escritorio se levantó, le dijo que se sentara en una silla frente a su escritorio; se presentó como capitán, con su nombre de pila y que su especialidad era la inteligencia militar; abrió un folder y dijo que el Profe había salido de Cuba en el año 1962, se había integrado en el Partido Comunista en El Salvador, pero cuando este partido abandonó su proyecto de lucha armada se había integrado a la lucha sindical y a las campañas políticas; miró fijamente a los ojos del Profe y preguntó ” ¿esto es cierto?. El Profe trató de hablar como alguien que ha recibido entrenamiento militar y dijo: “es cierto, capitán”.
El oficial le dijo a los soldados que custodiaban al Profe que esperaran afuera de la oficina y luego dijo: “Doctor, creo que nos vamos entendiendo”. Luego se levantó, se paró al lado del Profe y contó, en tono de mucha confianza, que había sido instructor de inteligencia de varios oficiales salvadoreños en Santiago (capital de Chile), durante cuatro años. El oficial volvió a sentarse y preguntó: ¿Cuál es su verdadero nombre, Doctor?; el Profe le dijo su nombre; el Capitán insistió ¿Quiero que me diga su verdadero nombre y su grado militar?. El Profe repitió su nombre y dijo que había sido miembro de tropa en una célula militar del Partido Comunista. El Capitán aconsejó al Profe que fuera inteligente, que él era un oficial de inteligencia que utilizaba la inteligencia, que había sido entrenado en Israel y que no le gustaría que otros oficiales le maltrataran. Llamó a los soldados que se encontraban fuera de la oficina, llevaron al Profe nuevamente a su celda de castigo, sin tratarlo mal.