Como en un oscilante mercado de valores, el precio de las credenciales en este momento electoral, sube y baja, según sea el comprador y según sea la fortaleza o debilidad del vendedor. Pero hay una variable que es constante: el tiempo. A medida que se acerca el día de las elecciones, el precio tiende a subir, de la misma manera en que se incrementa exponencialmente cuando se acerca la hora del escrutinio en el día de la votación. Extraña mercancía esta, cuyo precio, como un péndulo constante, oscila hacia arriba y hacia abajo, según sea la coyuntura del proceso electoral y de acuerdo al nivel de agresividad en la competencia de los compradores.
Si la carrera hacia la presidencia de la República es muy cerrada y las posibilidades de lo que llaman un empate técnico son cada vez más reales, el valor de las credenciales tiende a aumentar. Los afortunados que las poseen las han recibido en forma gratuita de manos del ente estatal que las imprime y distribuye. Y después, paradójicamente, el mismo funcionario estatal, reconvertido en activista político, se convierte en comprador ansioso de una mercancía tan prolíficamente distribuida por el mismo Estado. Curiosidades y paradojas del bazar electoral.
En esta ocasión, cuando entramos ya en la recta final del proceso electoral y se acerca el día crucial de la votación, circulan en el mercado miles de credenciales que se venden al mejor postor. Oficialmente se ha dicho que han sido distribuidas unas 360 mil, a razón de unas 36 mil por cada partido contendiente. O sea que el mercado está saturado de mercancías y las ofertas van y vienen. El partido gobernante, con sus arcas llenas de dinero acumulado a lo largo de tantos años de administración estatal, compite con mayores ventajas y está en capacidad de comprar credenciales con más solvencia y amplitud. Tiene más dinero y puede ofrecer más. Los vendedores se apresuran a colocar una buena parte de sus productos en las manos del que mejor paga. Otros compradores, con menores recursos, regatean como en un mercado persa y logran adquirir unas cuantas credenciales, siempre menos que el partido oficial.
Pero, cosa curiosa, no todos los tenedores de credenciales están dispuestos a venderlas. Saben que al hacerlo, se venden ellos mismos y comprometen la escasa representatividad de sus partidos políticos. Les preocupa la imagen y temen ser acusados de corruptos y delincuentes. Son los menos, es cierto, pero existen. Al concluir el proceso electoral, devuelven al ente estatal las credenciales que no pudieron distribuir ni intentaron vender.
En cambio, los otros, los que no tienen escrúpulos en venderse al mejor postor, no devuelven nada porque ya lo vendieron todo, ya empeñaron su imagen y escasa honra en las manos del afortunado comprador que, por obra y gracia de esta inescrupulosa maniobra, aumenta su representación en las mesas electorales y duplica o triplica el número de sus incondicionales al momento del conteo de los votos y redacción de las actas. En ese momento afloran las ventajas y beneficios de la competencia desleal.
Mientras exista el mercado de las credenciales, el sistema electoral hondureño no será nunca un sistema confiable y legítimo. La venta de credenciales opaca y nubla la necesaria transparencia, reduciendo la confiabilidad de los resultados y abriendo de par en par las puertas de la trampa y el fraude.
La proliferación de credenciales va de la mano con la proliferación de partidos pigmeos, creados sólo para beneficio de unos cuantos mercaderes de la política criolla. Algunos de esos partidos surgen con el propósito casi exclusivo de obtener los beneficios de la llamada deuda política y la venta de credenciales cada cuatro años. Sus promotores, verdaderos tahúres del sistema político, se han vuelto expertos cambistas de valores en el mercado electoral. Son los agentes de la opacidad y del fraude, los actores de una comedia siniestra que desnaturalizan el proceso electoral y convierten lo que debería ser una práctica democrática, en una burla vulgar y tramposa contra la voluntad popular.
Es hora ya de ponerle fin a esas prácticas de engaño y corrupción. En una verdadera reforma del sistema electoral, tarea, por lo demás, cada vez más impostergable, se debe incluir la eliminación del sistema de credenciales y la aplicación rigurosa de la ley a los partidos que las venden o las compran. Basta ya de tanta tolerancia hacia la impunidad y la corrupción.