El debate entre Jordan Peterson y Slavoj Zizek sobre la felicidad
El debate entre Slavoj Zizek y Jordan Peterson ─en el Sony Center de Toronto el 19 de abril pasado─ sobre “La felicidad: capitalismo versus marxismo”, empezó con un ataque escolar (sin ofender a los estudiantes) de Peterson contra lo que él percibe como “el marxismo per-sé”, es decir, contra el Manifiesto comunista, al cual descalificó con argumentos conservadores de la más estricta guerra fría, los cuales evidenciaron que el conocimiento del marxismo de Peterson se reduce al esquematismo soviético y al determinismo economicista, también llamado marxismo vulgar. Es decir, al desconocimiento de Marx y de su método de análisis crítico. Zizek lo ignoró y complejizó el problema de la felicidad introduciendo a Hegel en la ecuación y al análisis dialéctico de las paradojas psicoanalíticas, concluyendo en que la felicidad es un producto secundario (un by-product) que surge tangencialmente de nuestra actividad en el mundo, y en que si uno se centra y estanca en ella, está perdido. Esto, porque, al igual que el amor, la felicidad no existe en sí misma y menos separada de la dinámica social en la que los seres humanos se individualizan.
Peterson expresó (creyéndole a Soros) el común error de percibir como marxistas a las legiones de posmodernos profesionales de la diferencia cultural, la marginalidad étnica, la victimización subalterna y la corrección política, y criticó la política identitaria (identity politics) como marxista. Zizek lo invitó a que le diera un solo nombre de un marxista que reuniera todas las características de lo que Peterson llamó neomarxismo posmoderno, y éste no pudo hacerlo. Agregó Zizek que la corrección política sólo es una “hipermoralización impotente” (o hipocresía) y que toda esa parafernalia superficial de la marginación asumida como identidad no es marxista, sino todo lo contrario, ya que lo que Marx estableció fue que la condición de clase del individuo lo identifica al situarlo en la estratificación social, y sólo después lo hacen sus construcciones culturales. El culturalismo, por tanto, es de derecha.
Por más que insistió Peterson en encerrar a Zizek en una defensa del marxismo vulgar, no lo logró. Al contrario, fue obligado a establecer un debate en el que las diferencias de enfoque sobre la felicidad no pudieron reducirse a la dicotomía mecánica individuo versus colectividad, sino a concluir con Zizek en que los malestares individuales y familiares expresan siempre las crisis de lo social.
Para terminar, Peterson deseó que el debate sirviera como algo productivo aunque se tratara de puntos de vista distintos. Mientras que Zizek se dirigió al público espetando: “¡Si usted es de izquierda no se sienta obligado a ser políticamente correcto! ¡Piense por sí mismo!”
Un consejo útil para tanto despistado inútil.