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Cinema memento: por sus cines los conocerás

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El actual cine "nada que ver con la personalidad y grandeza de los antiguos cines como el Futurama, el Internacional, el Latino y el Chapultepec que sobre pasaban las mil butacas": Gabriel Otero

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Por Gabriel Otero


A los 14 años me comprometí con los grandes amores que me han acompañado toda la vida: la música, la literatura y el cine, con las dos primeras llevaba una relación larguísima desde la infancia al volverme coleccionista ávido de comics, libros y discos.

Al llegar a México me volví cinéfilo. La geografía de la ciudad la conocí por sus cines, recorrí salas inmensas y cine clubes, el universo es una sala oscura adonde fluye la existencia. Iba casi a diario, sin importar distancias o condiciones climáticas o si ya hubiese visto la película, lo trascendente era la contemplación, desmenuzar la mirada del director y la intensidad de los momentos actorales, la acción podía o no interesar.

Asistí a ciclos enteros de directores o a colecciones por temáticas, es obligatorio agradecer a los curadores de antaño que se preocupaban por fomentar la afición al cine.

Y vi todo tipo de cine, el gore me encantaba al igual que el humor de Monty Python o lo enigmático de Zulawski, pero Tarkovsky era de otro mundo los tempos de sus filmes causaban somnolencia aunque su sorpresiva poesía visual regocijaba y se salía de la pantalla. Cuando uno se adentraba en una de sus películas se debían tener despiertos todos los sentidos. Había cine que hacía pensar o cuestionarse, era un mundo enriquecedor.

Todo ha cambiado y mucho se ha perdido, la cultura y el entretenimiento prevalecían sobre la rentabilidad, las salas pequeñas solían ser los cine clubes como el Visconti, el Chaplin y el John Ford y en el Elektra y el Bella Época cambiaban de programación a diario, las ofertas en una ciudad, en aquel entonces, de 14 millones de habitantes, debían ser variadas.

También existían salas semejantes a las actuales por su tamaño en los centros comerciales, siempre estaban llenas y no es casualidad que los creadores de ese concepto sean los dueños del consorcio Cinépolis, eran feos, y lo siguen siendo, muy a pesar de los asientos reclinables, el sonido, la proyección y la pantalla.

Nada que ver con la personalidad y grandeza de los antiguos cines como el Futurama, el Internacional, el Latino y el Chapultepec que sobre pasaban las mil butacas. Es cierto, nunca se llenaban, salvo cuando estrenaron “El día después” en el que se narraba la hecatombe nuclear, que esperábamos en cualquier momento; y “The Wall” de Alan Parker que muchos interpretaron como un video de casi dos horas en el que los pachecos fumaban hasta ver a Dios para escuchar la música de Pink Floyd, porque antes era permitido fumar en las salas de cine.

La cineteca era el reducto de cine nuevo y maravilloso, durante varios años consecutivos compraba el abono para ver durante un mes la muestra internacional de cine. En la UNAM, además del Centro Cultural Universitario, eventualmente proyectaban en el Auditorio Justo Sierra/ Che Guevara documentales dramáticos como “El Salvador, el pueblo vencerá” con la joya de música de Adrián Goizueta o “Carta de Morazán” con esa narración apagada y sin matices que dormía.

Con este bagaje, lustros después y ya como gestor cultural me lancé a la aventura de organizar un cine club de arte en la Quinta Colorada en Chapultepec, compraba películas en formato dvd y exhibía de manera gratuita todo lo que me gustaba, por lo que no faltaron ciclos de Woody Allen, Danny Boyle, los Hermanos Coen, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Ingmar Bergman y Akira Kurosawa, entre otros.

Este proyecto representó una terquedad personal que mantuve durante años, las funciones eran los viernes y la afluencia nunca superó las 20 personas.

Y en los Festivales del Bosque de Chapultepec en sus ediciones 8, 9 y 10 en un tráiler habilitado como sala de cine y en coordinación con la Alcaldía Miguel Hidalgo y la Revista Cinefagia organizamos tres maratones nocturnos de cine de terror que resultaron en una experiencia maravillosa.

El cine club de arte terminó porque llegaron los de una casa de representaciones de productoras a invitarme atentamente a adquirir la licencia umbrella, no hubo manera para comprarla y menos de forma anual, el rígido sistema administrativo gubernamental lo impedía.

Del surgimiento del lanchacinema hablaremos en otra ocasión.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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