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César Menéndez, la vida en imágenes

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Por Carlos Velis

1972, el nuevo ingreso del Bachillerato en Artes recibía a un par de centenares de jóvenes adolescentes de todas partes del país. De Armenia, Sonsonate, llegaba César Menéndez, como todos, ya no niño, aún no adulto, con más preguntas que respuestas, pero, como todos, con ganas de darle una mordida a la vida. Eran momentos de la Reforma Educativa más audaz de Latinoamérica. Se abrían horizontes ilimitados para aquellos que, como yo y otros, entre ellos César–, sentíamos la vocación por el arte.

Después, por los avatares de la historia, desde 1975, lo volví a ver hasta en 1986, cuando me asombré al ver a calidad de obra que había alcanzado. Según la cuántica, el tiempo es maleable, se estira y encoge, así que, para mí, por esos once años, no había pasado el tiempo y seguía siendo el muchacho flaco con el que compartíamos salones e íbamos a las cafeterías del centro. Recuerdo que la primera obra que vi de él fue un bus atestado de gente, en el Palmarés de ese año. Me pareció un espejo diáfano, una exacta interpretación de nuestra realidad, la más sentida, de nuestra gente. Después, a lo largo de los años, entre mis idas y venidas, como ave migratoria que regresa a su querencia, siempre me ha impresionado la evolución de César. A estas alturas, su obra está presente en varios museos del mundo. Por ejemplo, el Museo de Arte Latinoamericano de Long Beach California MOLAA.

En la actualidad, su momento es, diríamos, de una explosión semántica, donde vemos huellas de todos los grandes que le han precedido. Allí están el surrealismo, el cubismo, el abstracto, el impresionismo latinoamericano –reminiscencias de José Luis Cuevas–, así como la filosofía de Nietzsche y Camus. Obras monumentales en su formato, como que sus pinceles ya no caben en el mundo de los mortales. La obra de César habla a los códigos internos de cada uno. Y nos desafía. Sus tesis no son filosóficas y políticas de lo cotidiano; sin embargo, cuestionan el mundo. Imágenes poderosas, de gran fortaleza, colores y volúmenes que mantienen intacto el misterio. Figuras humanas fantasmagóricas, que gritan, sufren en una atmósfera opresiva existencial.

El pasado 16 de diciembre tuve el placer de asistir a la inauguración del IX Salón Internacional del Arte Abstracto, dedicado a él, honor indiscutiblemente merecido. Una exposición de primer nivel, donde pinceles jóvenes de varios países exponían su trabajo con gran dignidad. El ganador de la noche fue Alex Donado, un joven de gran altura, además de maestro ejecutante de guitarra flamenca. Pero la calidad de toda la muestra me hace decir que esta fue una noche de triunfadores.

El maestro César Menéndez, quien ha dedicado toda su vida a su obra, esa noche brilló con luz propia y nos dio una lección de humildad y gratitud, cuando agradeció y dedicó su triunfo a su esposa, Leda, quien lo ha acompañado en las buenas y en las malas.

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Carlos Velis
Carlos Velis
Escritor, teatrista salvadoreño. Analista y Columnista ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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