Por Gabriel Otero
Para Julieta Otero, in memoriam
AÑOS GRISES: 1978-1980
Julieta era amiga de empresarios y líderes de oposición. Los espacios políticos estaban clausurados con los fraudes electorales de 1972 y 1977 y el disenso estaba proscrito en la república cafetalera de El Salvador. Cualquier vía no oficial se calificaba de comunista, ese esquematismo permeó la sociedad y la tornó intolerante, aspiracional y poco educada.
Don Julián regresó de Florida con un corazón renovado, le sustrajeron las venas de las piernas y se las injertaron en el pecho, con esos avances de la medicina le prolongaron la vida varios lustros más. Era todo un espectáculo verlo abrirse la camisa y mostrar su cicatriz de veinte centímetros que le llegaba al esternón como un trofeo ante las circunstancias.
Moloch el torturador, resultaba atractivo para las hormonas de las damas de sociedad, su fama de hombre fuerte las atraía como azúcar a las hormigas, el Mayor se promovía muy bien entre los empresarios garantizando la estabilidad del país, su entrenamiento en contrainsurgencia en la Escuela de las Américas en Panamá le servía de bagaje indeseable para manejarse en la penumbra. Fue uno de los principales impulsores para asesinar sacerdotes partidarios de la teología de la liberación que habían formado comunidades de base en el campo, mismas que eran consideradas sediciosas.
Fueron mis épocas de ferviente católico, asistía todos los domingos a la misa de la capilla de la Divina Providencia que quedaba a la vuelta de mi casa y en más de una ocasión me desempeñé como monaguillo del padre Alfonso Navarro que también fue asesinado.
Entonces, la represión se hizo selectiva. Durante más de medio siglo “los dueños del capital se apoderaron de las instituciones del estado liberal, manejaron los procesos democráticos según sus intereses y usaron las fuerzas armadas como vigilantes celosos del sistema”1. El sindicalismo se criminalizaba por igual.
Sectores izquierdistas aprovecharon el descontento para organizar a la gente de tal forma que entre 1978 y 1980 se realizaron más de 300 tomas de embajadas, iglesias e instituciones de gobierno2. Estas acciones buscaban llamar la atención, recrudecer la violencia, establecer una postura beligerante y negociar los presos políticos.
Una última oportunidad para evitar la guerra civil se dio con el golpe de estado del 15 de octubre de 1979 contra el general Carlos Humberto Romero, organizado por los coroneles Adolfo Arnoldo Majano y Jaime Abdul Gutiérrez. Hasta esa fecha se calculaba que la fuga de capitales en 18 meses ascendía a mil millones de dólares por la creciente inseguridad3.
Se integró la Primera Junta Revolucionaria de Gobierno con la participación de sectores progresistas que renunciaron el 2 de enero de 1980. Después se conformó la Segunda Junta Revolucionaria de Gobierno a cuyo gabinete se incorporó al esposo de Julieta, el doctor Eduardo Colindres, como ministro de Educación.
Los hechos sucedían vertiginosos, se sentía en el ambiente la llegada de la guerra civil.
LA TOMA DEL PDC: 29 DE ENERO DE 1980
Era una mañana calurosa la del 29 de enero de 1980, Eduardo llevó a Julieta a la sede del Partido Demócrata Cristiano, ubicada en el número 924 de la 3a. Calle Poniente en el Centro de San Salvador. Eduardo estuvo a punto de quedarse, pero tenía un par de citas importantes y se fue al Ministerio de Educación.
La casa del PDC, era enorme, contaba con tres pisos. Tenía una fachada de color extraño. En el centro estaba la puerta principal y a un extremo la entrada de un garaje. Adelante tenía un murete con arcos y herrería garigoleada. En la planta baja había una sala habilitada como recepción, seis recámaras que eran oficinas, una cocina, un baño y un comedor. La casa tenía salida trasera a la 15 Av. Norte, ahí había un muro de dos y medio metros de alto con portón y un estacionamiento para ocho coches que se utilizaba también como espacio alternativo para mítines con capacidad para trescientas personas. En el segundo piso estaba un vestíbulo, una sala de reuniones, un baño privado y la oficina del secretario general con el retrato de Luis Herrera Campins, presidente de Venezuela y miembro distinguido de la Democracia Cristiana de ese país. Por último, en la azotea, a la que se subía por una escalera metálica, se había construido un techo de lámina con bancas de madera para las reuniones multitudinarias con las bases.
Hacía un par de días habían llegado refugiados de San Francisco Chinameca huyendo de la persecución y asesinatos en ese municipio por parte de la Guardia Nacional4.
En la sede del partido se encontraban, además, cinco secretarias, un menor de edad, Marina Morales Erlich, hija del Dr. José Antonio Morales Erlich miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno y Julieta Otero de Colindres, esposa del ministro de Educación, doctor Eduardo Colindres. Eran 17 personas que en minutos se convertirían en rehenes en un secuestro colectivo.
A las 9 con 12 minutos entró por la puerta principal un grupo de 15 muchachos que no sobrepasaban los 22 años, el que parecía el líder dijo:
─Somos integrantes de las Ligas Populares 28 de febrero, esta es una toma pacífica, no se preocupen, si no intentan nada no les haremos daño─.
A la recepcionista la invadió un ataque de pánico y comenzó a llorar. Julieta estaba hablando por teléfono en la oficina del secretario general en el segundo piso y no se había dado cuenta de lo que pasaba.
Por el lado de la 15 Av. Norte ingresó otro grupo de 10 personas, entre muchachas y muchachos, en ese sector la mayoría eran mujeres. Todos se reunieron en una de las oficinas del primer piso y de dos en dos empezaron a verificar las instalaciones, “peinar la zona” como dicen en el argot militar.
De los 25 secuestradores, seis estaban armados, tres con revólveres 357 Magnum y tres con escuadras Beretta de 9 milímetros, algunos se notaban nerviosos. En la entrada y en las ventanas colocaron mantas con letreros como “Libertad a los presos políticos”, “Democracia Cristiana asesina”, y “Solidaridad con ANDES 21 de junio”.
Uno de ellos habló a Teleprensa y a algunas radiodifusoras como la YSKL, YSU y a La Prensa Gráfica, Julieta era la de mayor rango ente los rehenes y asumió un papel de líder y vocera.
En la familia nos enteramos de que Julieta había quedado de rehén por el noticiario de la una de la tarde, don Julián marcó a la Democracia Cristiana y se identificó como su padre, contestó un tal Víctor y se la comunicaron, a partir de ahí les llevaba comida dos o tres veces diarias. La primera vez lo acompañé con una hilera de 12 pizzas familiares que dejamos afuera del muro del estacionamiento.
El pliego petitorio de los secuestradores era simple: libertad a 200 presos políticos y la renuncia de la Democracia Cristiana a la Junta Revolucionaria de Gobierno.
Al intentar localizar al doctor Eduardo Colindres supimos que el Ministerio de Educación también había sido tomado por el MERS, Movimiento de Estudiantes Revolucionarios de Secundaria, otra organización de la naciente Coordinadora de Masas, nos alarmamos y en ese momento acompañé a don Julián a recoger a Julieta hija al domicilio de ellos en la colonia Metropoli. La niña estaba bien y nos la llevamos a casa.
¿Qué se hace cuando uno está secuestrado en una toma de carácter político? ¿platicar, leer, aplacar a los nerviosos? ¿contenerse y guardar la calma? ¿esperar la vida o la muerte? ¿no desesperarse? A Julieta le tocó soportar los embates ideológicos de sectarios con pretensiones revolucionarias, incluso la mantuvieron aislada tres días por indisciplinada debido a que los secuestradores no pudieron rebatir sus argumentos.
Los rehenes no tenían capucha ni estaban amarrados, su única libertad con toda la contradicción semántica, era que podían moverse en el interior de la casa, pero se les impedía salir al estacionamiento o asomarse en las ventanas o colocarse detrás de puertas.
Era evidente que la mayoría de los secuestradores carecían de instrucción militar, los que si la habían tenido se turnaban las postas nocturnas y no soltaban el arma en ningún momento.
Pasaron siete días y sus noches de relativa calma, Julieta se distraía con el niño inventándose lugares fantásticos y comida asquerosa, sacó el repertorio de juegos de su mente, los rehenes estaban fascinados con la frescura de su imaginación o ¿habrá alguien que haya probado la leche con mondongo? O ¿el licuado de tripas con chocolate?
Lo que hacía todos los días era hincarse para rezar con fe, desconocía si saldría de esta, había vivido con intensidad cada instante como si fuera el último, pero se encomendaba a la voluntad divina para que todos los rehenes salieran avante de esta prueba, incluso en un signo de madurez política y simple humanidad, había perdonado a sus secuestradores.
Y llegó la madrugada del octavo día, ya era miércoles y no se veía para cuándo se irían los indeseables, y sobre todo, cuándo quedarían en libertad ellos, Julieta deseaba abrazar a su hija, ver a Eduardo y burlarse y reírse con él y de él, esas cosas que se hacen en pareja cuando uno ama a alguien, besarse, coger, pensar que el amor es eterno hasta que los huesos se hagan polvo, en fin, los ojos se le llenaron de nostalgia pero fue fugaz, a los segundos estos sentimientos los sustituyó con enojo e ira, ella no se dejaría vencer por nada ni nadie, el encierro empezaba a afectarla, se metió al baño a enjuagarse las lágrimas porque nadie la podía ver en ese estado.
Por la mañana, afuera, en la Junta Revolucionaria de Gobierno el doctor José Antonio Morales Erlich gestionaba al más alto nivel para que el ejército, la policía o la guardia no desalojaran a los secuestradores5, los mandos militares accedieron a regañadientes, pero el doctor tenía razón, nadie quería convertir en mártires a los incipientes subversivos, pero tampoco iban a ceder en sus peticiones, faltaba más, ellos, la Democracia Cristiana si eran revolucionarios no como estos jóvenes que se cagaban en los pantalones.
Los secuestradores se alarmaron cuándo al décimo día vieron una caravana de patrullas y tanquetas sobre la 3a Calle Poniente, desfilaron despacio como reconociendo el terreno, Víctor y Bruno se apostaron en la azotea y los otros se repartieron en la primera planta y el segundo piso. Fue falsa alarma para fortuna de todos.
Al décimo cuarto día, el 12 de febrero, la mañana trajo vientos de esperanza los integrantes del MERS habían desalojado el Ministerio de Educación, los secuestradores celebraron ese enorme triunfo como si fuera de ellos, y esperaban irse pronto, siempre y cuando los reaccionarios dirigentes de la Democracia Cristiana cedieran a sus demandas y liberaran a los compañeros.
Y a las 17:00 horas el miedo tocó las ventanas, un operativo conjunto de la Policía Nacional, la Guardia Nacional y el ejército se apostaba en lugares estratégicos y a gritos el comandante del operativo exigió que los secuestradores se rindieran.
Julieta se asomó por la ventana y les pidió asustada:
─” No disparen, yo soy la esposa del ministro de Educación, Eduardo Colindres─.
El comandante espetó:
─Mirá, hija de puta, vos podés ser dama de diez ministros, pero de todas maneras vamos a entrar”6─.
Minutos después tumbaron la puerta principal y entraron los encapuchados, fue el infierno, las balas de G3 chiflaban y caían por todos lados, las postas de los secuestradores fueron exterminadas de inmediato, los primeros que cayeron fueron los que opusieron resistencia, la sangre rebotaba en las paredes y en el suelo, los rehenes temblaban, hubo un momento en que juntaron a secuestradores y rehenes y los tiraron al suelo, los interrogaron uno a uno, sin que voltearan la cabeza, ahí preguntaron quién estaba a cargo de la toma y Víctor como pudo levantó la mano y ahí mismo le destrozaron el cráneo a balazos. Fue una masacre. Murieron 15 secuestradores y un policía. Los 17 rehenes no sufrieron daños.
A la hora de subir a los 10 secuestradores sobrevivientes a los camiones del ejército, que se dirigían a una muerte segura, una de ellas se resistió y dijo:
“─Un momento, se han confundido conmigo, yo soy empleada o sirvienta de la señora Julieta, entré aquí cuando le traía fruta para su alimentación─.
El militar que no era nada sencillo, le dijo, empujándola:
─Ya vamos a ver si no mentís, porque aquí mismo la pagás─ y entró con ella donde la señora de Colindres y le preguntaron si era cierto lo que la mujer decía y ella sin titubear dijo que ─Sí, que era su sirvienta─ y la dejaron con ella”7
Así Julieta le salvó la vida a una de sus secuestradoras.
El comandante del operativo se comunicó con el Lic. Julio Adolfo Rey Prendes, alcalde de San Salvador, le preguntó si le podía llevar a los rehenes porque los veía muy nerviosos, más a ellas que estaban alteradas y temblaban. El alcalde le respondió que los esperaba.
Y recibió a 18 rehenes a quienes proporcionó bebidas alcohólicas y refrescos, además permitió que se limpiaran en el baño porque estaban sucios y llenos de sangre.
El alcalde era muy amigo de Julieta, “ella se le acercó y en voz baja le dijo que entre nosotros se había venido una de las guerrilleras que no paraba de temblar”, después fueron juntos a dejarla al colegio de la Sagrada Familia 8.
Ahí terminó una de las experiencias más extremas en la existencia de Julieta, ella narraba todo llorando, esas cosas jamás se olvidan, siempre se vuelve a vivirlas en la memoria.
Siempre se sienten en la piel.
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- Colindres, Eduardo. Fundamentos económicos de la burguesía salvadoreña. UCA Editores, 1977
- AFP (1980. 21 de enero) Ocupan 300 iglesias en El Salvador, El Día. P. 13
- UPI y PL. (1980. 29 de enero) Intensifican la vigilancia ante posibles nuevos ataques guerrilleros, El Día. P.14
- Rey Prendes, Julio Adolfo. De La Dictadura Militar a La Democracia Memorias de un político Salvadoreño 1931-1994. S/E. 2009
- Et al.
- Testimonio de un testigo presencial: Bruno Amaya, “Bruno” es seudónimo.
- Driotez Guevara, María Lidia. Abraham. S/E. S/A
- Rey Prendes, Julio Adolfo. De La Dictadura Militar a La Democracia Memorias de un político Salvadoreño 1931-1994. S/E. 2009
AGRADECIMIENTOS
Agradezco a Eduardo Colindres, Marvin Galeas, David Humberto Trejo, Romeo Molina y Julio Martínez la información brindada para la elaboración de este texto, sin su apoyo no hubiese sido posible.