Alguna razón tiene que existir (o varias, vaya usted a saber) para que mediáticamente solo visualicemos la corrupción política. Cuando pensamos en la corrupción, de inmediato se nos viene a la cabeza la imagen de un ex presidente esposado y flanqueado por dos policías muy altos. Si alguien nos pregunta por ella, le diríamos sin pensarlo que es una infracción ética y legal cometida por individuos que se valen de su cargo público para lucrarse o beneficiar a sus allegados. Esta definición apresurada incluye en el universo de los corruptos a ciertos políticos y a ciertos funcionarios.
Pero esta solo es una parte del rompecabezas, porque en esta obra de teatro hay más personajes a tener en cuenta. En ella pueden participar, y con papeles nada despreciables, empresarios, periodistas y hasta expertos asesores. Una de las caras activas y centrales de la corrupción y, también hay que decirlo, una de las menos perseguidas, la encarnan aquellos dueños de empresas que tienen una caja negra para torcer leyes y comprar voluntades con el objetivo de beneficiar a sus negocios. La narrativa periodística, ignoro por qué razón, suele presentar a estos personajes centrales como figuras borrosas y bastante secundarias.
Algunos periodistas suelen aparecer en esta tragicomedia como sujetos pasivos de la corrupción: son sobornados por políticos o empresarios para que callen aquella noticia, griten aquella otra o para que mientan a secas. Waldo Chávez Velasco dijo que una parte de su oscuro trabajo al servicio de las dictaduras militares había sido ese: comprar periodistas. Y que no les quepa duda, esta práctica que el cínico Waldo confesó continúa siendo un deporte muy practicado en nuestro país.
El caso es que hay un tercer personaje en esta intriga que no cuenta con apellidos ilustres, ni grandes sumas de capital y que es más bien como un coro griego compuesto por ciudadanos de a pie que ha interiorizado de manera harto pragmática que para acelerar o torcer procedimientos judiciales y administrativos conviene pasarles modestas sumas de dinero por debajo de la mesa a los funcionarios. En este coro suelen encontrarse aquellos primos en primer y segundo grado que tranzan para obtener un cargo público gracias a sus vínculos familiares.
Estas redes de corrupción interactuante donde intervienen políticos, empresarios, funcionarios, periodistas y ciudadanos comunes y corrientes se mantienen vivas a lo largo del tiempo porque son una economía sumergida donde se intercambian bienes, servicios, cargos y exenciones de manera lucrativa. Su continuidad en el tiempo la explican sus beneficios, pero también una cultura que justifica la recurrencia de dichas infracciones.
Hablamos, pues, de una maquinaria que lleva años en movimiento y echando sus raíces en el fondo de nuestra sociedad. Una maquinaria que va a ser muy difícil que tuerza la voluntad política que pueda tener el nuevo Presidente. Lo más probable es que, en cierta medida, acabe siendo una nueva víctima de ella. Tal como lo ha sido el FMLN.