Siempre el inicio del año es buen momento para hacer un listado de propósitos, de buenas intenciones y de metas por cumplir. Esto es importante porque nos permite trabajar por generar cambios en nosotros.
Además, el nuevo año nos permite celebrar fechas importantes, festividades, aniversarios. Por ejemplo, hoy en enero, vamos a conmemorar el 26 aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz, evento trascendental para el país, pero que sin embargo la población poco celebra.
Una de las razones por las que esta fecha no la celebramos como deberíamos es por el desconocimiento que tenemos sobre este hecho histórico. Con frecuencia escuchamos a nuestros políticos, analistas y opinadores hablar de que los Acuerdos de Paz ‒firmados el 16 de enero de 1992 por la entonces guerrilla del FMLN y el gobierno de El Salvador‒ fueron un parteaguas en la historia del país, refundaron El Salvador y otras aseveraciones similares.
Lo primero que debemos tener claro es que los Acuerdos de Paz fueron la firma de un cese al fuego. Ni más ni menos. Las partes beligerantes se dieron cuenta que no tenían más fondos para mantener una guerra que duraba ya 12 años y tenía más de 70 mil muertos; por esta razón se pactó el fin de las hostilidades. Luego se negoció, entre otros puntos, que la guerrilla se convirtiera en partido político, que se disolvieran los antiguos cuerpos de seguridad y que se crearan nuevas instituciones, como la Policía Nacional Civil o la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos.
Por este desconocimiento de los Acuerdos escuchamos con frecuencia personas que piden más de estos, que hablan de “la deuda de los Acuerdos de Paz”, cuando dichos acuerdos fueron creados con el propósito de silenciar las armas. Para eso fueron firmados.
Lo que los Acuerdos de Paz no contemplaron (y que es lo que erróneamente se les atribuye) fue el desarrollo de una visión de nación. El lograr que todos los salvadoreños y salvadoreñas trabajáramos juntos para lograr un país próspero.
A lo largo de estos 26 años ha habido débiles intentos por lograr un acuerdo de nación, pero se han quedado en eso: en intentos. Se buscó con la creación de la Comisión Nacional de Desarrollo (CND), la cual presentó el “Plan de Nación”, una herramienta que intentaba cambiar el terreno político, económico y social del país. Luego hubo otras iniciativas, desde diversos sectores, pero todas fracasaron. El último intento fue el que las Naciones Unidas hicieron con su embajador Benito Andión, delegado para buscar un diálogo nacional que tratara resolver los graves problemas del país. Luego de meses de trabajo infructuoso, el embajador Andión retornó a las Naciones Unidas con las manos vacías.
Podemos ver que el gran acuerdo de nación no ha prosperado por falta de propuestas, estudios técnicos o comisiones. El plan de país no existe por el lastre pesado de la falta de voluntad política. En este país vivimos una polarización tal que nos impide ver más allá de nuestros propios objetivos. No hemos logrado renunciar a los intereses partidistas, en beneficio de los intereses nacionales. Cuando vemos que después de 26 años de Acuerdos de Paz las partidos mayoritarios se enfrascan en pleitos estériles que solo buscan dañar al adversario y lograr victorias electorales, sabemos cuán difícil puede ser llegar a entendimientos.
Hoy, a 26 años de la firma de los Acuerdos de Paz, es imperativo renunciar al sectarismo, a pensar que solo mi bando tiene la razón, a creer ciegamente que “o estás conmigo o estás contra mí”. No se puede lograr un consenso nacional si unos siguen gobernando para “el pueblo” y los otros gobernando para “los ricos”. Así no lograremos nada para nadie y todos seguiremos viviendo en un país precario. Todos.
En este inicio de año precisamos de una clase política que fomente una actitud de apertura, donde predomine el consenso, el diálogo, la concertación y los entendimientos. Solo así lograremos cambiar realmente el país.
Ese sí sería un gran propósito de año nuevo.