Después de que impartí mi última clase del
día en la Facultad de Ciencias Económicas, me dirigí al Teatro Universitario, en el camino me encontré a dos grandes amigos: un historiador y una directora de teatro, conversamos de nuestras vidas y de nuestros hijos. Al llegar al teatro preguntamos si ya había
empezado la presentación de danza y nos dijeron que habían hecho la segunda llamada. Me llamó la atención que la sala estaba bastante, no obstante que la Escuela de Danza de la Universidad tiene aproximadamente sesenta alumnas (os) y cuando tienen presentaciones la sala se encuentra completamente llena de familiares. Era el primer espectáculo en conmemoración del “Día de la Danza”, que realiza la Universidad de El Salvador.
Disfrutamos de “El Último Aleteo de Andrea” a cargo de Marisol Salinas, una salvadoreña, profesional de la danza, que enseña y actúa en Paraguay, donde reside junto a su esposo e hijos. La obra transcurre durante una larga noche que dura muchos meses; la música expresa los cantos de animales nocturnos; sólo había dos luces, una blanca instalada en el lado derecho del escenario enfocada en partes del cuerpo de la bailarina y una roja que estaba en la parte frontal izquierda del mismo que servía para mostrar que la bailarina estaba completamente sola, abandonada y en cierta forma perdida. La obra expresa el sufrimiento, angustia, desesperación, miedo y soledad que sentía Andrea, en la localidad del Mozote, durante un período de la guerra civil. La danza consistía principalmente en contracciones musculares, movimientos lentos de brazos y piernas, así como expresiones faciales de dolor y soledad; se siente una especie de alegría triste cuando el conflicto termina y las personas regresaron a sus comunidades. La obra y presentación son de primera calidad, resultado de la madurez profesional de la ejecutora y directora, la magnífica pista musical y el lento juego de luces. En mi caso personal, las lágrimas me comenzaron a brotar desde que en el escenario sólo se veían los brazos de la bailarina, como pidiendo que alguien la ayudara; sollocé cuando vino al frente del escenario a gritar, sin que nadie la escuchara; sentí el miedo profundo cuando se escuchaba el paso de los aviones de guerra y me sentí frustrado cuando finaliza la guerra y pareciera que todo volvía a la normalidad en la forma de los pregones de las vendedoras de frutas y agua helada. Me recordé que hace unos días le pregunté a mi nieta, la cual es bailarina clásica, que es lo que había sentido viendo a su tía Marisol presentando la obra “Guindas”, en una comunidad del norte del país, que sufrió mucho durante la guerra, ella se me quedó viendo durante unos segundos y luego dijo “lloré…lloré mucho”.
Andrea Márquez, sobreviviente de la masacre de El Mozote, en la huida perdió a su pequeña hija; pasó escondida durante dos años y medio, fue encontrada por una escuadra guerrillera, trató de escapar, pero finalmente se integró y tuvo nuevos hijos; veinte años después de finalizar la guerra se suicidó.