La democracia, como quiera que se construya o entienda, frente a la violencia política no se caracteriza por satanizarla, excluirla y reprimirla sino que por conferirle marcos de expresión legal e institucional que la admiten como mecanismo de negociación. La huelga es una demostración de fuerza de los trabajadores que, para plantear ciertas demandas, suspenden la jornada laboral dentro de una empresa. Las leyes democráticas admiten ese recurso, lo legislan, lo ritualizan, no lo niegan, ni lo reprimen por principio porque entra dentro del marco de los derechos de asociación y expresión. Una dictadura o una mentalidad conservadora prohíben esa violencia (la de la huelga) y la ven como un delito y tachan al huelguista de delincuente político que debe ser reprimido, encarcelado y, si es necesario, asesinado.
La democracia admite ciertos grados de violencia popular (tal como acabamos de ver en Francia). En ningún momento enfoca y reprime la violencia ciudadana con criterios militares y autoritarios como los que vimos hace poco en una ciudad salvadoreña donde unos vendedores ambulantes fueron reprimidos a balazos.
Esa represión brutal (que dejó el saldo de un muerto y varios heridos) es hija del enfoque conservador de la violencia. Ahí donde el orden es sacro y maligno cualquier intento de interrumpirlo, el ciudadano crispado es por principio un delincuente que debe ser reprimido con todos los medios, incluso los letales.
Los brutalidades más terribles que se han cometido en nuestro país se deben a la mente y a la mano de estos sensibles amantes del orden ¿Quiénes denigraron y asesinaron a Monseñor Romero?…Los amantes del orden ¿Quiénes mataron mujeres, viejos y niños en el Mozote?…Los amantes del orden ¿Quiénes amputaron, torturaron y degollaron gente de manera casi industrial en los años ochenta del siglo pasado?… Los amantes del orden.
Esa paz oligárquica e idílica que anhelan ha convertido en tradición satanizar y reprimir con ferocidad cualquier expresión política de descontento por parte de los de abajo. A los muy sensibles amantes del orden debemos esa atrocidad genocida que permeó nuestra cultura en los años 80 y quizá marcó la infancia de esos niños que luego integrarían la primera generación de mareros. La crueldad de los mareros actuales repite la bestialidad de los escuadrones de la muerte de los años ochenta del siglo pasado.
No resulta extraño pues que los muy sensibles amantes del orden en nuestro país tengan en la actualidad por héroes y próceres de su ideología a dos célebres criminales de guerra.