¿Quién abrió la puerta?
Suele ser una frase común la que dice que es la mente la que crea el miedo. Por su parte, la mente no puede producir el miedo de la nada. Tuvo que experimentarlo antes, de seguro en la niñez. Paradójicamente, el miedo infantil es la condición necesaria para que la mente adulta lo enfrente y supere como un sentimiento paralizador de la alegría, la ilusión, la esperanza, la bondad y el amor, y creador de amargura, apatía, pesimismo, maldad y odio. El miedo congela la alegría de vivir y estimula el deseo de la muerte; se instala en el ánimo como un telón gris que no deja salir el impulso vital. Por ello el miedoso es un derrotado, aunque emita respuestas enfermizas para ocultar su temor e incurra en la bravuconería, el abuso, la temeridad y hasta el heroísmo, con tal de que, mediante el fingimiento de que no le teme a la muerte, el prójimo no se entere de que le tiene un vergonzoso temor a la vida.
Permanecer en ese estado no nos permite detectar el amor que alguien más pueda sentir hacia nosotros, y menos podemos nosotros dar amor a los demás. Esto, porque percibimos a todos con miedo. Un miedo que no nos explicamos, pues no se trata de un temor a algo específico, sino más bien de un estado del ser que tiñe todos los aspectos de la vida y por eso lo evadimos. Así, quien se droga tiene miedo. Quien finge alegría y vive “hacia afuera” sin poder estar consigo mismo, siente miedo. Quien no soporta la soledad, tiene miedo. Quien ante las derrotas y los triunfos reacciona emborrachándose, vive en el miedo. El miedo nos habita como la emoción central en torno a la que giran todas las demás, y se vuelve nuestro “criterio de verdad”. Con ello, nos amargamos la vida porque arribamos al colmo de sentir miedo de llegar a sentir miedo. Ya lo decía Quevedo: “El ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que pueda pensar”.
Esta cita ilustra que es la mente la que crea el miedo, y también el miedo al miedo. Cuando vivimos así, la existencia no es sino una puesta en escena para ocultar del prójimo el hecho doloroso de que no soportamos la vida porque ésta no es más que miedo en sí misma. No hay mejor manera de describir esta situación que “estar en el infierno”. Una de las maneras en que se manifiesta el miedo a tener miedo es el temor al sufrimiento. Al sentirlo, no nos percatamos de que el miedo es sufrimiento puro. Por eso, un proverbio chino indica que “El que teme sufrir ya sufre el temor”.
Aldous Huxley dijo que “El amor ahuyenta al miedo y recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor expulsa el miedo; también a la inteligencia, la bondad, a todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”. Cuando esto ocurre, cuando la humanidad ha sido expulsada del ser humano por el miedo, podemos fácilmente convertirnos a nuestra vez en productores de miedo. Es lo que ocurre con los bullies, los torturadores, los sicarios, los genocidas, los agresores de toda laya.
Y, ¿cómo vencer el miedo? Primero, aceptándolo. Después, tomando conciencia de que es una creación de la mente. Luego, ordenándole a ésta confiar en que, así como tuvo la capacidad de crearlo, también la tiene para no permitir que la controle. Este es el sentido del proverbio chino que dice: “El miedo llamó a la puerta, la confianza abrió y afuera no había nadie.” Esto porque, cuando confiamos, sentimos amor, y el amor, sólo por serlo, sustituye al miedo.