miércoles, 4 diciembre 2024
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Por Benjamín Cuéllar


Vaya, ¡por fin se terminó este domingo recién pasado! Del 20 de noviembre al 18 de diciembre, casi treinta largos días, se realizó el ofensivo espectáculo montado en Catar por la Federación Internacional de Fútbol Asociado. La FIFA, amplísimamente conocida por organizar las copas mundiales de este deporte; también, aunque no sea parte del mismo pues estos asuntos se maquinan y concretan tras bambalinas y fuera de los reflectores, extensamente reconocida por la escandalosa corrupción que prevalece en su seno desde el pasado siglo. El significado de ofensivo, según nos ilustra el diccionario, es que ofende o puede ofender. Pues a mí, realmente, lo ocurrido antes y durante ese torneo me ofendió, molestó e indignó por varias razones.

La primera tiene que ver con haberle otorgado la sede para su realización a la familia dictatorial que, desde hace casi dos siglos, reina en ese territorio ubicado a orillas del Golfo Pérsico. Se trata de un país en el cual las violaciones de derechos humanos debieron ser motivo de escándalo e impedimento para tomar tal decisión por parte de las autoridades de la FIFA; un país en el cual su institución nacional relacionada directamente con el respeto de los mismos fue creada y reorganizada en el 2010 por obra y gracia del Emir, quien además nombra y destituye a sus integrantes y decide sobre los gastos que realiza con fondos asignados por él.

Un país, además, con una altísima discriminación en perjuicio de las mujeres en la ley y en la práctica; un país en el cual la población trabajadora migrante, que es por mucha mayoría entre toda la que habita su territorio, resulta ser víctima de graves atropellos en menoscabo de su dignidad y tuvo que regar con una elevada cantidad de su sangre los estadios en los que se jugaron los partidos del mundial. Un país en el cual ‒entre otras “gracias”‒ se persigue a la comunidad LGBTI, se castiga a la prensa crítica y se hostiga la libertad de expresión. Un país, finalmente, en el cual nunca se hubiera desarrollado semejante competición si la FIFA tuviera un poco de decencia. Pero no cuesta nada darse cuenta, está comprobado, de que esa no es precisamente una de sus cartas de presentación.

Acatar los estándares internacionales en materia de derechos humanos, no fue parte de las consideraciones que el organismo internacional tomó en cuenta para decantarse por Catar. Para nada. Lo que prevaleció fue la danza de los millones repartidos, muchos de estos, entre sus máximos jerarcas a la hora de tomar dicha decisión. Esa es otra de las razones por las que me ofendió e indignó la realización, allá, de esta recién pasada “copa del mundo”. Copa que, más bien, debería llamarse del “primer mundo” pues doce de las disputadas durante sus veintidós realizaciones se las han llevado países que forman parte de este; la decena restante se encuentra en Latinoamérica: cinco en Brasil, tres en Argentina y dos en Uruguay. En México, ni siquiera una; mucho menos alguna en las vitrinas de la también corrupta Federación Salvadoreña de Fútbol.

Ya estrictamente en el terreno deportivo hay mucha tela que cortar, pero no profundizaré al respecto pues –estoy consciente– heriría susceptibilidades y en este ámbito no deseo hacerlo. En otros sí. Pero no puedo dejar de considerar, por ejemplo, el caso uruguayo reciente. La selección de ese país de casi tres millones y medio de habitantes, difícilmente podría haber redituado las ganancias esperadas por la FIFA de haber avanzado en las eliminatorias y coronarse campeona. Había, pues, que sacarla de la jugada y así se hizo.

Para finalizar, no queda más que recordar los dos récords de los cuales puede “presumir” el fútbol nacional. La abrumadora derrota contra Hungría en el certamen realizado en España hace cuatro décadas, es el primero; diez goles en contra y solo uno a favor. Relacionado con el anterior está el otro. Desde entonces y hasta la fecha no ha vuelto a recibir un gol la selección salvadoreña, pues ya van cuarenta años de no participar en un torneo de estos.

El bukelismo sabe que en cuatro años se viene otro mundial. Clasificados automáticamente los tres países anfitriones –México, Estados Unidos y Canadá– la tiene servida y ya comenzó a anunciar los millones de dólares que destinará para lograr la tan ansiada clasificación. Las ganancias políticas y económicas están a la vista. Tras su fracasado intento por adueñarse de la Federación Salvadoreña de Fútbol, hoy procurará hacer lo que sea para que El Salvador participe en el 2026. Claro está: en función de sus intereses.

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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