lunes, 2 diciembre 2024

A 117 años de Borges

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Una de sus obras más celebres ha sido "Ficciones" (1944), la cual es una serie de cuentos cortos que se compone en dos partes: "El jardí­n de senderos que se bifurcan" y "Artificios"

Considerado por los intelectuales como uno de los mejores escritores de siglo XX  y hoy por hoy  uno de los más sobresalientes de Latinoamérica Jorge Luis Borges perdura en la mente de quienes aman su obra o de los nuevos lectores que le conocen. 

Nacido en  Buenos Aires, Argentina  un 24 de agosto de 1899, el literato Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo desde pequeño expresó su amor por las letras uno de los pasajes más significativos del pequeño (tan solo con seis años)  fue cuando escribió su primera fábula en 1907 llamada “La visera fatal” tras inspirarse en un pasaje del Quijote de la Mancha y su viaje en la literatura continuó con la traducción al español de “El prí­ncipe feliz” de Oscar Wilde.

Entre sus primeras obras está Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martí­n (1929).

En su camino como escritor Borges se enfrentó a un padecimiento hereditario, la ceguera y luego de la muerte de su padre en 1938 el escritor argentino necesitó ayuda para plasmar sus escritos dando paso al dictado de ensayos, poemas y demás trabajos literarios.

Una de sus obras más celebres ha sido “Ficciones” (1944),  la cual es  una serie de cuentos cortos  que se compone en dos partes: “El jardí­n de senderos que se bifurcan” y “Artificios”. Muchos medios e intelectuales  enlistan este texto como uno de los  100 libros imprescindibles en español.

Borges reflejó en sus escritos una variedad de géneros como, ensayos, cuentos  y poemas.  El argentino fue nominado el 26 de octubre de 1965 al Premio Nobel de la Paz.

A 117 años de su nacimiento se ha hecho una recopilación de sus poemas en honor a su natalicio.

Soy

Soy el que sabe que no es menos vano que el vano observador que en el espejo de silencio y cristal sigue el reflejo o el cuerpo (da lo mismo) del hermano. Soy, tácitos amigos, el que sabe que no hay otra venganza que el olvido ni otro perdón. Un dios ha concedido al odio humano esta curiosa llave. Soy el que pese a tan ilustres modos de errar, no ha descifrado el laberinto singular y plural, arduo y distinto, del tiempo, que es uno y es de todos. Soy el que es nadie, el que no fue una espada en la guerra. Soy eco, olvido, nada.

Un ciego

No sé cuál es la cara que me mira cuando miro la cara del espejo; no sé qué anciano acecha en su reflejo con silenciosa y ya cansada ira. Lento en mi sombra, con la mano exploro mis invisibles rasgos. Un destello me alcanza. He vislumbrado tu cabello que es de ceniza o es aún de oro. Repito que he perdido solamente la vana superficie de las cosas. El consuelo es de Milton y es valiente, Pero pienso en las letras y en las rosas. Pienso que si pudiera ver mi cara sabrí­a quién soy en esta tarde rara.

Despedida

Entre mi amor y yo han de levantarse trescientas noches como trescientas paredes y el mar será una magia entre nosotros. No habrá sino recuerdos. Oh tardes merecidas por la pena, noches esperanzadas de mirarte, campos de mi camino, firmamento que estoy viendo y perdiendo… Definitiva como un mármol entristecerá tu ausencia otras tardes.

El sueño

Si el sueño fuera (como dicen) una tregua, un puro reposo de la mente, ¿por qué, si te despiertan bruscamente, sientes que te han robado una fortuna? ¿Por qué es tan triste madrugar? La hora nos despoja de un don inconcebible, tan í­ntimo que sólo es traducible en un sopor que la vigilia dora de sueños, que bien pueden ser reflejos truncos de los tesoros de la sombra, de un orbe intemporal que no se nombra y que el dí­a deforma en sus espejos. ¿Quién serás esta noche en el oscuro sueño, del otro lado de su muro?

 Los justos

Un hombre que cultiva un jardí­n, como querí­a Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimologí­a. Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

1964

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines. Ya no hay una luna que no sea espejo del pasado, cristal de soledad, sol de agoní­as. Adiós las mutuas manos y las sienes que acercaba el amor. Hoy sólo tienes la fiel memoria y los desiertos dí­as. Nadie pierde (repites vanamente) sino lo que no tiene y no ha tenido nunca, pero no basta ser valiente para aprender el arte del olvido. Un sí­mbolo, una rosa, te desgarra y te puede matar una guitarra. II Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada. Sólo que me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.


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