El Pasado 16 de febrero, la Universidad de El Salvador (UES) cumplió 178 años de haber sido fundada, en 1841, siendo su primer Rector, el Pbro. Crisanto Salazar. Hoy su carta de presentación es una trayectoria de superación académica; y, sobre todo, de compromiso de lucha y defensa de las causas populares.
Yo ingresé a ella en mayo de 1959…
El slogan “Estudio y Lucha” de la UES fue, quizás, la frase que más me impactó el día de mi ingreso a la Facultad de Humanidades, a estudiar Periodismo. Ingresé al primer curso, que entonces se denominaba Año Común, una especie de preparatoria para descubrir y estimular vocaciones en las ramas humanísticas. Al final, mi paso por la UES ha sido como estudiante, como docente, como Director de la Escuela de Periodismo y, siempre, solidario con su visión popular..
La UES era, además del logro de una aspiración, el camino deseado para impulsar mi escondido ideal revolucionario que, un tanto reprimido, estaba latente en mis interioridades sentimentales y del pensamiento, sin duda generado e impulsado por mi conocimiento sobre el abandono y la represión en que los gobiernos mantenían a las poblaciones humildes, además de la explotación laboral que sufrían obreros y campesinos.
“Estudio y Lucha”: Estudio para la formación académica; y Lucha, proyección social en defensa de la conciencia popular.
En cuanto me fue posible me uní al trabajo político del movimiento Acción Estudiantil Universitaria (AEU), que era puntal significativo del Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR), a nivel de la Universidad. La UES no era ajena a la situación convulsa del país, el estudiantado acertadamente dirigido por la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños (AGEUS), se mantenía en pie de lucha.
La madrugada del 26 de octubre de 1960, un golpe de Estado derrocó al presidente de la República, José María Lemus, cuya gestión se había convertido en despótica y autoritaria contra la población. Mi participación fue en los propios escenarios del suceso.
Durante los últimos dos meses anteriores al derrocamiento, la actividad insurreccional en todo el país era intensa, correspondida con fuerte represión por parte de la tiranía. La lucha universitaria recrudecía; la respuesta brutal del gobierno, también. Capturas, secuestros, prisión, tortura, destierro, muerte.
Tres fueron los intentos más fuertes para debilitar al régimen de Lemus casi al final de la lucha, antes de la derrota del gobernante y su huida del país.
El 19 de agosto, una manifestación estudiantil fue reprimida hasta bien entrada la noche. La Escuela de Medicina de la UES, conocida como La Rotonda, en las proximidades del Hospital Rosales, fue cercada por las fuerzas represivas, dejando en su interior a muchos de los manifestantes que habían logrado ingresar. El resto nos apretujábamos en la acera del antiguo Hospital Bloom, después convertido en Clínica Primero de Mayo del ISSS, que era la única fortaleza de defensa personal contra las golpizas y balas, para los que no pudimos ingresar.
El ejército había echado mano del Cuerpo de Bomberos y del Regimiento de Caballería para desalojar a los manifestantes que, en gran número y sin haber podido ingresar a La Rotonda, permanecíamos en plena calle. Los bomberos con sus mangueras hicieron daño disparando torrentes de agua contra los manifestantes, que se fueron dispersando poco a poco hacia los distintos rumbos de San Salvador.
El 2 de septiembre, un nuevo enfrentamiento se dio en la Facultad de Humanidades y sus alrededores, en las proximidades de la entonces Central de Telégrafos. Mi aula de estudiante de Letras estaba ahí, en la segunda planta del edificio que daba al Garaje Mundial. Los estudiantes, con enorme acompañamiento popular, habían surcado las calles y avenidas centrales de San Salvador, desde tempranas horas de la tarde.
La Facultad fue rodeada por una gran cantidad de efectivos del ejército, que intentaban eliminar a las autoridades y a los dirigentes estudiantiles. El Rector Napoleón Rodríguez Ruiz, el Secretario General, Roberto Emilio Cuéllar Milla y muchos estudiantes, fueron blanco de una saña brutal, misma con la que se allanó el sagrado recinto del Alma Máter. Las tropas del gobierno golpearon y asesinaron al estudiante Mauricio Esquivel Salguero, que a su vez era bibliotecario de la Universidad.
El 15 de septiembre, un mitin conmemorativo de la fecha de la Independencia, se realizaba en la Plaza Libertad. Participaban intelectuales, estudiantes, obreros y la población en general, pero siempre en medio de un clima de tensión y protesta popular. Muchos miembros de la Guardia Nacional persiguiendo a los manifestantes, por las distintas calles que deban a la plaza, eran repelidos con piedras y gritos. Era la fuerza bruta anticipándose a posibles acciones patrióticas de un pueblo cansado de vejámenes y represión. Largos minutos de amenazas de disparos con balas de salva y verdaderas contra la población. Pero seguía el ataque, hasta lograr la dispersión total en horas de la tarde. Fue la retirada estratégica ordenada por la dirigencia del movimiento estudiantil, para buscar maneras de reagrupamiento para la nueva ofensiva, en espera del día final.
Y el día final llegó. La madrugada del 26 de octubre, José María Lemus huyó hacia Costa Rica, mientras el pueblo celebraba su triunfo. Y vino el cambio de régimen. El mando transitorio fue asumido por una Junta Revolucionaria de Gobierno, compuesta por los civiles René Fortín Magaña, Ricardo Falla Cáceres y Fabio Castillo Figueroa, y los militares Rubén Alonso Rosales, César Yánez Urías y Miguel íngel Castillo.
Pero, el movimiento reivindicador de 1960 no sólo perdió fuerza, sino que fue desarticulado totalmente por un grupo de militares y civiles. El 25 de enero de 1961, tres meses después de instaurado, sucumbía un programa que había sido esperanza para la población. La Junta había sido derrocada…
El resto, una historia extensa e intensa, para capítulo aparte…