lunes, 15 abril 2024
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Acuerdos de Paz 2.0 (IV)

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Con el fin de contribuir a superar la polarización social y nacional, en los artí­culos anteriores de Acuerdos de Paz 2.0 se habí­a sugerido una renovación de la paz suscrita en 1992 entre el gobierno y el FMLN

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Con el fin de contribuir a superar la polarización social y nacional, en los artí­culos anteriores de Acuerdos de Paz 2.0  se habí­a sugerido una  renovación de la paz suscrita en 1992 entre el gobierno y el FMLN, con la mente puesta en 2017, XXV aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz.

Para que los hijos de Chapultepec pudieran ofrecer a sus padres, en las bodas de plata de aquel evento histórico, una renovación del mismo superando la perspectiva bilateral de 1992 y convertirlo en un compromiso nacional. Serí­a por lo tanto una aplicación práctica del concepto de democracia comunicativa de Habermas y que permite articular intereses distintos a través del diálogo.

Gracias a este principio, una eventual versión 2.0 de tales acuerdos serí­a mucho más participativa: desde la sociedad hacia las instituciones, a diferencia del proceso primigenio que se configuró de un modo ilustrado: desde las élites de cada parte hacia el resto de la sociedad:  “todo para el pueblo pero sin el pueblo”.

La versión 2.0 tendrí­a dos aspectos clave: Los partidos polí­ticos firmarí­an compromisos o pactos de estado entre ellos pudiéndose incluso considerar la implantación de un gobierno de unidad nacional.  Por otro lado, la sociedad civil, siendo en su caso apoyadas por las alcaldí­as, como administración más próxima al ciudadano, tomarí­a iniciativas claves para tratar temas relativos a la violencia. Podrí­a ser un proceso similar a lo que en su dí­a apuntó Ellacurí­a: “no hay que seguir recetas de arriba o de afuera, sino partir de la misma autonomí­a de los movimientos sociales”.

 

En el marco de la renovación social 2.0, hemos visto con preocupación que un asunto de relevancia especial ha vuelto a sacudir la sociedad salvadoreña en la primera semana de enero de 2016, amenazando con abrir heridas mal curadas y aún supurando.

En efecto, un juez de la Audiencia Nacional de España ha reiterado la orden de detención de diecisiete militares salvadoreños para poder pedir su extradición a España en relación con el asesinato de cinco jesuitas españoles en el Salvador en 1989. 

Este hecho levantó ampollas en El Salvador, llevando incluso a familiares y antiguos compañeros de armas a manifestarse acusando a España de querer volver a actuar como en tiempos de la colonia.

Sin entrar a valorar este hecho, si quiero subrayar que no deja de resultar contradictorio que nadie se haya manifestado ante la embajada de Estados Unidos en El Salvador para protestar contra la extradición a España del sr Montano, autorizada por una juez estadounidense el 5 de febrero y ahora en proceso de apelación.  ¿Será que hay poderes coloniales de primera y segunda clase?

 

Sin embargo, la intención de su servidor no es entrar a valorar si procede o no la extradición, sino analizar cómo se puede colaborar para salir de este embrollo legal y polí­tico, cargado de un enorme simbolismo. Y cuya resolución satisfactoria para las partes, tendrí­a una gran repercusión social y desde luego, ayudarí­a en gran manera al proceso de sanación nacional. 

Al fin y al cabo, se tratarí­a de evitar la dicotomí­a de vencedores y vencidos. No es procedente. Ya en su dí­a, los causantes sembraron vientos y cosecharon sus frutos. Se puede afirmar que, en cierto modo, el error táctico militar (optar por el asesinato del civiles desarmados: el padre Ellacurí­a y testigos incómodos) les condujo a una derrota estratégica: el olvido histórico.  El nombre de los asesinados permanecerá para siempre en los anales de la historia salvadoreña y el nombre de los “victimarios” irá cayendo en  el olvido social salvo para sus familiares o seres queridos.

 

Asimismo, aunque la razón y en cierto modo,  el espí­ritu de la ley ampare a los demandantes,  el tiempo jurí­dico no es retroactivo y el tiempo polí­tico es inadecuado.

Recuerdo, en este sentido, cuando mi padre me señaló, hace años, que obcecarse en un asunto, erre que erre, aun creyendo estar en lo cierto o teniendo la razón no es suficiente. Se necesitan, abundaba, dos elementos más: “que la otra parte te de la razón” y “que además de dártela, sea el momento adecuado”.  A estos principios habrí­a que añadirles un dicho: “En El Salvador la forma es el fondo y el fondo es la forma”.

En consecuencia paso a plantearme la necesidad de retomar o no la via judicial para cerrar este asunto: ¿acaso no cabrí­an otras opciones?  La pregunta no es capciosa.  La tensión polí­tica y social en El Salvador está al máximo. Y desde la violencia se podrí­a recaer en la tragedia, en cualquier momento. 

En el asunto que nos ocupa, "las espadas siguen en alto"; recordemos que están enfrentados dos “ejércitos”, ambos salvadoreños: por una parte, los conocidos por algunos autores como “los soldados de Cristo” y por otra parte, los que podrí­amos calificar como “soldados de los hombres”. 

 

Recordando a un filósofo español, Ramón Garcí­a: “El conflicto es inherente al género humano y se da prácticamente en todas las relaciones .”¦ pero su resolución no necesariamente se tiene que realizar con una guerra” o métodos violentos.  

De ahí­ que sea razonable plantearse opciones o propuestas válidas para lograr una situación pací­fica y satisfactoria para todos.

Resulta evidente que la única opción posible implica utilizar la ví­a del diálogo. Nada nuevo bajo el sol. Puesto que ya fue el elemento fundamental del proceso de paz salvadoreño, tal y como señaló el expresidente Cristiani, en su discurso de Chapultepec, en enero de 1992.

Diálogo, que en palabras del filósofo y humanista Panniker: “implica confianza mutua en una aventura común hacia lo desconocido y aspiración a la concordia discorde. Y lleva a descubrir al otro no como extranjero, sino como compañero, no como un ello, sino como un tú en el yo”.  

En consecuencia es pertinente ir en busca de aquellos aspectos, deseos o anhelos conjuntos que sirvan de hilos de Ariadna y permitan tejer una cobija de acogimiento mutuo.

 

Y llegados a este punto se me ocurre que el concepto de “patria” pudiera servir de enlace común para sentar las bases de un diálogo. Concretamente el “amor a la patria” que profesan militares y jesuitas.

En primer lugar, es obvio que comparten su amor por la “patria terrenal”. Y llegados a este punto, no es correcto alegar extranjerismos en el corazón. Recuerden el refrán: “el buey es de donde pace; no de donde nace”.

 

Y en segundo lugar es necesario señalar que también comparten un amor más grande y a la vez más í­ntimo,  vinculado a un sentimiento de una patria más universal: “mi patria es el cristianismo”.

Un concepto amplio, descrito por Panniker en una obra de hace algo más de medio siglo: “Patriotismo y cristiandad”. Superando el concepto “clásico” de patria terrenal hacia una definición más amplia y ciertamente teológica, que no desconoce el concepto polí­tico, histórico o jurí­dico de nación o patria, sino que le abre un horizonte nuevo.

Y esto supone, según Panniker, formar parte de una comunidad cristiana, ser parte de: “aquellas formas de sociedades humanas que constituyen las últimas estribaciones del Reino de Dios en la tierra”. 

 

Si este ví­nculo de formar parte de la comunidad cristiana universal fuera aceptado por ambas partes como punto de partida, se podrí­a abrir la oportunidad de celebrar una primera reunión "exploratoria" entre los representantes de la Fuerzas Armadas y de los Jesuitas.

Aunque en caso de seguir adelante esta propuesta de diálogo, tal vez sea aconsejable distinguir y realizar dos niveles de conversaciones.  

 

El primer nivel podrí­a corresponder a un encuentro “entre seres humanos”: En donde a cambio del arrepentimiento personal, al haber asesinado a sangre frí­a a otros hermanos en Cristo, irrespetando el Quinto Mandamiento, se podrí­a recibir la gracia del perdón sanador y de este modo fomentar conjuntamente la cicatrización de la herida abierta en noviembre 89.  Insisto en que el arrepentimiento deberí­a ser de naturaleza “personal”. Por lo tanto no afectarí­a  a un arrepentimiento  de naturaleza “profesional” en virtud de haber cumplido las órdenes (injustas) en su dí­a.

In extremis aquel militar implicado que esté dubitativo, siempre puede acogerse a la fórmula de la confesión para saber que su declaración será guardada y protegida celosamente por los padres.

Deberí­a ser un encuentro de naturaleza í­ntima, privada, sin cámaras, micrófonos ni declaraciones públicas de resultados, sólo con Cristo de testigo. Aunque tal vez los detalles se puedan abrir al publico si ambas partes lo desearan: bien ahora o dentro de 25 años. En sus manos está el su derecho de decidir dónde, cómo y cuándo. 

 

Una vez finalizado el primer nivel, se darí­a paso al segundo. En donde el diálogo serí­a más bien de carácter institucional. Y los altos representantes de cada parte conversarí­an para buscar una fórmula consensuada “win win”, en donde no salga menoscabada ni la verdad de los hechos ni la dignidad de nadie. 

 

En caso de ser fructí­fero este segundo nivel conversatorio, la Compañí­a de Jesús en El Salvador y las Fuerzas Armadas salvadoreñas podrí­an emitir un comunicado conjunto para "echar doble llave al sepulcro de El Cid" y ayudar a la reunificación social, en el marco de sus fines institucionales pero compartiendo una visión nacional de paz y en paz.

 

Como colofón se sugiere celebrar una ceremonia conjunta ecuménica cristiana de “Acción de gracias” en un lugar histórico salvadoreño que sea relevante:  Este acto abierto “urbi et orbi” podrí­a ser celebrado con representantes de la Iglesia católica  y confesiones evangélicas, contando con testigos de honor: gobierno, parlamento, asamblea legislativa, autoridades y sobre todo el  pueblo salvadoreño.

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El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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