Pueden pensar que soy un poco dura en catalogarnos como zombis, pero en el fondo creo que eso somos: seres que van por la vida sobreviviendo, sin más que pasar el día, sin más que llegar vivos y vivas a casa, tener un trabajo y comida en la mesa; tratamos que no nos importe lo que pase más allá de nuestras puertas. Si no nos toca, no nos interesa.
Nuestro papel como ciudadanos y ciudadanas se reduce a un voto una vez cada cinco años para las presidenciales, o cada tres para gobiernos locales y diputaciones, si es que vamos a ejercer el sufragio. Los consiguientes días, meses, años, no nos hacemos cargo de lo que pasa a nuestro alrededor. Nos dedicamos a criticar, pero no a actuar.
Las y los pocos que se atreven a hacer algo, los que realmente entienden el momento trascendental en el que nos encontramos como país, los vivos, son -sin duda- las organizaciones sociales, las cuales se encuentran solas librando arduas batallas en tierra de caníbales que buscan devorar todo y a todos.
¿Y quiénes son esos caníbales? Para mí, representan toda aquella persona, natural o jurídica, tanto en el sector público como privado que, sirviéndose de su posición y condición, se aproveche deliberadamente de los bienes tangibles e intangibles del Estado, de la ciudadanía.
Puedo exponer unos pequeños ejemplos de estas luchas que se están librando entre las organizaciones sociales e intereses oscuros: comenzando con la reforma a la Ley del Sistema de Ahorro para Pensiones que desde el 2001 ha generado una deuda que alcanza los 4 mil millones de dólares.
La siguiente en la mesa, la propuesta de una ley que regule el uso del agua, un derecho humano que aún no está reconocido como tal. Asimismo, se encuentra la propuesta por la democratización de las comunicaciones, el proceso de renovación de las concesiones y la digitalización de la televisión. Y otra más, las negociaciones que conllevan la Alianza para la Prosperidad entre el Triángulo Norte y el gobierno estadounidense; quizá al preguntar muy pocas personas comprenderán estos y otros tópicos que conforman nuestro ya complejo contexto social.
Aquí nos podemos preguntar: en El Salvador, ¿ejercemos nuestros derechos como ciudadanos? Realmente muy pocas personas dirían que sí, pocas son las que se atreven a ir más allá, a dar su vida en la defensa del bien común, el que aún nos queda. El grave problema es que un pueblo incauto es más fácil de ser devorado por cientos de intereses, los cuales tendrán repercusiones incluso generacionales.
¿Cuál es la tarea entonces? Primero, considero, comenzar a tomar un rol activo, desde nuestros espacios, participar, proponer y actuar. Lo segundo es educar, desde nuestras capacidades, a las personas que están alrededor nuestro, involucrarlos.
Muchos dirán: “esa no es mi tarea”, “eso tiene que hacerlo el Estado” (mal entendiéndolo como el Ejecutivo). Pero no es así, ya que todas y todos, cada una y cada uno de nosotros somos parte de un todo. Solamente con ese reconocimiento, es cuando conformaremos una nación, más allá del territorio. La nación, como sentido de pertenencia que sobrepase ideologías e intereses.