El pasado 07 de agosto se cumplieron treinta años de la firma de los llamados Acuerdos de Esquipulas, un conjunto de compromisos firmados por los presidentes de Centroamérica en los años 1986/87 en la búsqueda de una salida pacífica y negociada a la convulsión política y militar que envolvía y desangraba a la región entera. Curiosamente, el silencio y la indiferencia rodearon el XXX aniversario de un acontecimiento tan importante y decisivo para la paz y la tranquilidad de los países centroamericanos.
Esquipulas fue, entre otras cosas, la fórmula centroamericana, elaborada y aplicada por centroamericanos, para encontrar el camino adecuado hacia la paz centroamericana y, por lo tanto, el inicio del fin de los conflictos armados que afectaban directamente a Guatemala, El Salvador y Nicaragua, mientras ejercían un efecto contaminante y peligroso en Honduras y Costa Rica. Pero, además, Esquipulas fue también el inicio de lentos y difíciles procesos de democratización interna en los países más afectados por la guerra y la violencia armada.
A diferencia de los tres países más afectados por la convulsión bélica – Guatemala, El Salvador y Nicaragua – nosotros en Honduras habíamos iniciado ya, siete años antes, un escabroso y vacilante camino para retornar a un régimen constitucional y construir, poco a poco, una institucionalidad democrática y plural. O sea que Esquipulas fue para Honduras un impulso en el proceso democratizador, mientras que para los demás países, con excepción de Costa Rica, fue un punto de partida hacia una nueva institucionalidad y un verdadero Estado de derecho.
Al revisar el contenido de los compromisos firmados en Esquipulas, no es difícil comprobar que hay un sensible déficit de cumplimiento de los mismos, a pesar de los esfuerzos que se han hecho para darle fuerza y sentido a la fórmula pacificadora encerrada en esos acuerdos. En el caso concreto de nuestro país, la democratización no ha sido suficiente ni abundante; su avance ha sido inconstante, saturado de frenazos bruscos, retrocesos peligrosos y parálisis inmovilizadora. El golpe de Estado de junio del 2009, el ya tristemente célebre 28 J, fue, entre otras cosas, un lamentable viraje hacia el pasado, un acto de involución imperdonable que le ha causado un daño casi irreparable a la ya de por si frágil y vulnerable institucionalidad del Estado hondureño. Las triquiñuelas y zancadillas urdidas por los políticos conservadores para impedir la democratización del sistema electoral, son un obstáculo en el camino del mejor cumplimiento de los compromisos contenidos en los Acuerdos de Esquipulas. De igual manera, la alocada militarización del sistema de la seguridad pública y el relanzamiento del antiguo protagonismo castrense en la vida nacional, son atentados directos contra el espíritu de Esquipulas. Y así sucesivamente…
No es casual, entonces, que el régimen haya guardado un calculado silencio ahora que se cumplieron ya treinta años desde la firma de los Acuerdos y cuando la ocasión es propicia para hacer un recuento de los avances, la parálisis y los indudables retrocesos que ha sufrido el proceso de aplicación de las fórmulas pacificadoras y democratizadoras de Esquipulas. No es mucho, por desgracia, lo que nuestro país puede mostrar y demostrar en cuanto al cumplimiento real de los Acuerdos.
Treinta años después de aquel memorable momento, Centroamérica sigue mostrando sensibles falencias y vacíos en sus procesos de construcción democrática y fortalecimiento del Estado de derecho. Incluso Costa Rica, que tiene el sistema democrático más consolidado y funcional de la región, enfrenta hoy serios problemas de desigualdad social e inseguridad pública. Los llamados países del Triángulo Norte estamos enfrascados en graves desafíos que tienen que ver con la seguridad, la corrupción, los flujos migratorios, la debilidad institucional y la politización desmedida de sus instituciones y eslabones estatales. Nicaragua no se queda atrás, mostrando seguramente la institucionalidad más débil y contaminada de toda el área centroamericana, junto a preocupantes y aberrantes tendencias de autoritarismo y prepotencia dictatorial. La región entera sigue siendo tierra de violencia, pobreza y desigualdad, tan desmedidas como amenazantes.
Los compromisos adoptados en Esquipulas, elaborados en forma colectiva por equipos regionales de expertos y atribuidos posteriormente en forma injusta al ingenio y labor creadora de una sola persona, premio nobel incluido, siguen siendo un reto para la región centroamericana y un conjunto de tareas que, en lo fundamental, todavía están pendientes de realización. Ojalá que este XXX aniversario sirva, aunque sea, para reflexionar sobre su significado y, en particular, sobre los interrogantes que nos plantea.