Después su asesinato en 1980, la familia de monseñor Romero guardó sus pertenencias personales. Ahora, 37 años después de su martirio, son auténticas reliquias del hombre que entregó su vida por denunciar el sufrimiento de los más pobres de El Salvador.
La maleta y su paraguas fueron sus únicos acompañantes en varias ocasiones en que salía a realizar diligencias en su labor pastoral y como defensor de derechos humanos ad honorem.
Su sobrina, Ani Romero de Guzmán, nos muestra el estado en que han conservado sus pertenencias.