Dentro de la general confusión que rodea todo lo concerniente a Venezuela, una cosa va quedando clara de la actual coyuntura: la celebración de la elección para Asamblea Nacional Constituyente fortaleció al régimen y debilitó a la oposición. Ésta apostó al todo o nada. Buscó impedir a toda costa que hubiera siquiera votaciones o, que si las había, tuvieran una participación mínima. No importaba si por falta de apoyo a Maduro o por el clima de temor que las violentas protestas opositoras generaban.
Y así fue en ciertas zonas de la capital y en otras ciudades. Pero no en todas, ni en todo el país. Incluso en Caracas fueron pocos centros de votación los que quedaron inhabilitados. La cobertura periodística tenía material para mostrar protestas y, sobre todo, la violencia desatada. Pero esta partida se jugaba ese día en otro terreno. El chavismo recuperó altos niveles de apoyo electoral, como antes de la debacle de las legislativas de 2015 que perdió abultadamente, mientras la movilización opositora acusaba desgaste y cansancio. Lógico tras más de tres meses de movilizaciones constantes.
Mucha gente percibió que estaba en juego la supervivencia del proyecto y demostró su voluntad porque éste siga y se mantenga. Pese a su anterior voto de castigo o abandono, que el propio presidente Nicolás Maduro atribuyó a “un triunfo de la guerra económica”. El desabastecimiento, la inflación, devaluación de la moneda, inseguridad… son demasiadas crisis acumuladas, que tenían necesariamente que cobrarle factura al régimen. Algunas agravadas por errores, decisiones u omisiones de la conducción política. La causa principal, no obstante, es externa: el hundimiento de los precios del petróleo y su manipulación internacional, así como el boicot y la injerencia imperiales.
La instalación de la Asamblea Nacional Constituyente da oxígeno al régimen. La oposición optó no estar. 364 asambleístas representan a los municipios y 181 a grupos sociales organizados. El chavismo gana tiempo para reconducir y fortalecer el proceso. Está por verse si podrá lograrlo.
Del otro lado, la oposición ha entrado en inocultable desconcierto. Tras haber seguido una estrategia de confrontación total, exigiendo la salida de Maduro, desconociendo al Tribunal Supremo de Justicia y al Consejo Nacional Electoral, hoy se ve forzada a cambiar.
La correlación de fuerzas ha cambiado y, con ella, el escenario. De 21 grupos que están en la Mesa de la Unidad Nacional, unos están por mantener la línea confrontativa, mientras otros optan por participar en las elecciones a gobernadores y alcaldes. La socialdemócrata Acción Democrática (de Henry Ramos Allup), Avanzada Progresista y Un Nuevo Tiempo, entre otros, van a inscribir candidatos. También algunos de los más violentos, como Voluntad Popular (de Leopoldo López) y Primero Justicia (de Henrique Capriles) buscan ahora una cuota de poder vía electoral, aunque esto suponga legitimar al régimen. En cambio, Vente Venezuela (de María Corina Machado) o Alianza Bravo Pueblo (de Antonio Ledezma) desconocen y boicotearán la cita eleccionaria. El viejo lema – “divide y vencerás” – sigue operando en la historia.