Estaba escribiendo en un ciber-café, cerca de la Universidad de El Salvador; a mi lado se encontraba René Lovo, un famoso director de teatro, que yo había conocido en Costa Rica en su época de estudiante universitario y de actor de teatro infantil; su madre trabajaba de contadora en una ONG que apoyaba a los refugiados salvadoreños en ese país, administrada por mi esposa. Expresó en voz alta una palabra que expresaba asombro, se volteó hacia mí para decirme que estaba leyendo una crítica a un artículo periodístico que yo había escrito sobre mi juventud, que había salido publicado el día anterior; yo le respondí que lo había escrito con una intensión diferente a la que había descubierto la persona que me estaba criticando negativamente; en seguida me dijo que llegara a la Sala de Teatro La Galera el siguiente viernes, porque estarían proyectando la última película que había hecho Manuel Sorto (escritor, actor de teatro y cineasta salvadoreño, radicado en Francia desde hace muchos años) y que tendríamos la oportunidad de conversar con él y su hijo Camilo (quién había hecho la tarea de edición de esa película).
Yo había conocido a Manuel Sorto como director de teatro de vanguardia, a finales de la década del sesenta, había presentado una obra muy interesante en el Teatro Roque Dálton, institución que en esa época jugaba un papel muy importante en la difusión del arte en general. Hace unos diez años, tuve la oportunidad de intercambiar puntos de vista sobre el arte, la vida y los lenguajes con Manuel y Antonio Bonilla (famoso pintor salvadoreño con una inmensa cultura artística), aprovechando una visita de varias semanas que Manuel hizo a nuestro país.
Ese día había ido a la vela de mi amigo Salvador Arias, colega profesional y compañero de lucha; había conversado en ese acto social con varias amigas y amigos que había conocido en la larga lucha por mejorar las condiciones materiales y espirituales de los trabajadores salvadoreños; me había impresionado mucho la actitud de cuatro amigos que cantaron dos canciones revolucionarias que a Chamba Arias le gustaban mucho; una alta dirigente del FMLN ponderó el aporte que ese economista, investigador y activista había hecho a la causa revolucionaria. Me di cuenta que se acercaba la hora de la presentación de la película de Manuel Sorto y su hijo, en el Teatro La Galera (construido personalmente por René Lovo y sus amigos de teatro). Decidí salir del velorio y en la sala de estar vi a Nayib Bukele, hijo de mi gran amigo Armando Bukele, un joven político progresista que está despertando la participación política de varios salvadoreños; lo rodeaban unos quince miembros de base del FMLN que le expresaban su no conformidad con el hecho de que había sido expulsado de ese partido; Nayib los escuchaba con atención, pero en ese momento llegó una de las hijas del difunto para decirle que entrara a la sala en donde lo estaban velando.
Llegué al Teatro La Galera, exactamente a la hora que supuestamente comenzaba la exhibición de la película en que se revela el proceso de producción de la obra de José Antonio Sistiaga, famoso pintor español, sus relatos sobre la guerra civil, en el marco de la instalación de una exposición de lo mejor de su obra pictórica. Al lado de la sala de teatro, hay una pequeña venta de comida y bebida, allí se veía a varias personas que conversaban en pequeños grupos, algunos de ellas tomaban cerveza; al acercarme vi que había unas mesas pequeñas en donde estaban comiendo varias personas. Saludé a algunos de los asistentes (tengo el problema que a mi avanzada edad, toda la gente me parece conocida, pero sólo algunos son realmente mis conocidos), me acerqué al mostrador y pedí una cerveza a dos muchachos que afanosamente preparaban diversos platos de comida.
Saludé a Manuel Sorto y a su hijo, recordamos algunos aspectos anecdóticos de su visita a El Salvador en que habíamos compartido con Toño Bonilla; nos reíamos cariñosamente de los comentarios que hacía su hijo Camilo.
Como a las ocho y media, René Lovo dijo que pasáramos a la Sala de Teatro, hizo una breve introducción sobre el origen de la película; Manuel Sorto saludó formalmente a los asistentes, expresando que se sentía muy orgulloso de presentar por segunda vez esa película en nuestro país (la anterior había sido el año pasado en el Museo Marte). En seguida Camilo, con una sonrisa de satisfacción, dijo en un español afrancesado “apaguen la luz que vamos a exhibir la película”.
Cuando finalizó la película se hicieron muchos comentarios sobre el contenido, especialmente sobre la concepción del arte y la vida del pintor español, así como sobre el cine directo y el proceso y duración de la filmación y edición de la película.
Salimos de la sala de teatro y la mayoría nos quedamos conversando sobre arte, política, criminalidad y desarrollo profesional, saboreando un vaso de cerveza.