Los resultados preliminares de los comicios presidenciales del pasado domingo 26 de noviembre, arrojaron con el 80% de las actas escrutadas la tendencia irreversible de la victoria de la oposición "Alianza contra la corrupción". Esa misma noche ambos candidatos, el ultra derechista Juan Hernández del partido nacionalista y Salvador Nasralla de la alianza opositora, se proclamaron victoriosos. En las siguientes horas el Tribunal electoral guardó un tenso y sospechoso silencio dilatando el anuncio oficial. Para el martes 28, la Alianza anuncia que ha recibido la totalidad de actas procedentes de todos los centros de votación del país que confirman la victoria. Autoridades electorales revelaron que el anuncio se realizaría hasta el jueves 30 de noviembre.
Sorpresivamente, el miércoles 29, TSE adelanta el anuncio: Juan Orlando Hernández supera en votos a su contendor Salvador Nasralla. En protesta, disturbios se registraron en diferentes ciudades hondureñas. El candidato Nasralla, virtual ganador, denuncia la caída del sistema informático del TSE. En un sorprendente giro de sucesos, la madrugada del 30 de noviembre, la prensa conservadora publica que Juan Orlando Hernández aventaja la contienda en su afán por reelegirse. Por su parte, en grotesco tono, los militares emitieron un comunicado en el que afirman que "el ungido" será su comandante general Juan Orlando Hernández, y advierten que aplicarían la ley antiterrorista a cualquiera que no aceptara los resultados electorales. Horas más tarde, medios locales informaron sobre la falsedad del mismo.
Tradición autoritaria
Contrario a lo ocurrido en los países vecinos, Honduras carece de un proceso histórico social que permitiera avances en los procesos políticos, salvo a episodios de alzamientos insurgentes que en su momento fueron aplastados por la dictadura local con el claro auspicio de los Estados Unidos.
Es decir, como una foto "vintage", en Honduras todavía prevalece la misma estructura de fuerza armada, los mismos cuerpos represivos, con sus mismas tácticas y doctrinas, que prevalecieron en Centroamérica en los años 70 y 80. Pese al ascenso de los movimientos políticos y sociales que empujan por la vía electoral las transformaciones en aquel país, los métodos para que el régimen se sostenga persisten: el fraude electoral y la represión militar y paramilitar a la oposición política.
Es como si en El Salvador todavía gobernara la dictadura militar del Partido de Conciliación Nacional, que gobernó el país a sangre y fuego. El PCN, "aseguraba los resultados" y todavía se recuerdan los operativos que consistían en que la extinta Guardia Nacional de la época recogía las urnas para quemarlas y en esa misma noche se proclamaba al militar dictadorzuelo de turno. Al agotarse cualquier alternativa democrática, aquellas dictaduras militares fueron detenidas por el alzamiento político militar del FMLN, que mantuvo al país en un conflicto interno por más de 20 años.
Es como si en Nicaragua todavía existiera la dictadura de Anastasio Somoza y su tristemente célebre guardia nacional, también detenidos por el ascenso político militar del FSLN. O como si en Guatemala existieran las dictaduras militares heroicamente enfrentadas por las fuerzas guerrilleras de la URNG.
Contrario a todo lo anterior, en pleno siglo 21 en Honduras prevalecen estructuras gorilescas. Así se explica el golpe de estado de 2009, que a plena luz del día exhibió a Mel Zelaya, un presidente constitucionalmente electo, llegando en calzoncillos desterrado a San José, Costa Rica.
Reuniendo los indicios, no es difícil discernir que estaríamos en presencia de un nuevo fraude, otra dura prueba que el pueblo hondureño debe enfrentar.
Agotadas las instituciones y la "vía democrática", ¿qué viene después para el pueblo hondureño?
Solamente.