lunes, 15 abril 2024

Tiempos de peste, entre la alarma y pasividad: el virus extendido

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Hace un par de semanas, la ciudadanía era consciente de que el coronavirus ya circulaba por España, pero continuó viviendo como si no pasara nada

MADRID – Sin lugar a dudas, hay torpeza en la política comunicativa del gobierno salvadoreño en la actual crisis, pero, de todas maneras, uno se pregunta cuál debe ser el punto de vista más acertado para transmitir una información que se diga cómo se diga siempre será alarmante y producirá miedo.

Se puede ir al extremo opuesto y callar esos datos para no dañar la sensibilidad de la ciudadanía. En España, por ejemplo, nos están sustrayendo las imágenes más duras de la crisis. Se comunican las cifras de muertos e infectados, pero apenas hay imágenes de ellos y del drama que viven sus familiares.

A veces, se abre un resquicio y aparece en la pantalla de televisión una anciana llorosa que suplica un respirador para su marido que está muriendo, pero esa imagen apenas está en pantalla 15 o 20 segundos y da paso a otras más asépticas y menos duras.

Sí, se habla de la soledad en que mueren los afectados, pero con  letras minúsculas para no dañar la sensibilidad de una población confinada y con miedo. Desde el principio el gobierno ha procurado no alarmar a la población, pero en situaciones así también convendría cierta crudeza para que la gente no subestime la amenaza y se auto engañe.

Hace un par de semanas, la ciudadanía era consciente de que el coronavirus ya circulaba por España, pero continuó viviendo como si no pasara nada (acudiendo a los bares, a los cines, a los estadios, a las iglesias, a las manifestaciones) y han sido esa falta de alarma ciudadana y la tibieza gubernamental las que quizás explican la forma en que el virus se ha extendido.

Replantearse la actitud crítica en este momento tan difícil

Hay que replantearse la actitud de nuestras críticas en este momento tan difícil. Para empezar debemos abandonar cualquier maximalismo en los reclamos, teniendo en cuenta que juzgamos medidas adoptadas con urgencia y no con dos semanas de planificación.

Lo que esté mal deberá corregirse sobre la marcha.  Y seamos conscientes de que a menudo se cometerán errores por diversos motivos.

En España, por ejemplo, algunas medidas han sido correctas pero no fueron acompañadas con los recursos necesarios para implementarlas bien. Se confinó a los ancianos en sus asilos, pero no se dotó al personal sanitario que los atiende con los medios adecuados para enfrentarse al Covid-19.

El trágico resultado es que en un solo asilo han muerto 17 ancianos y muchas de las personas que los atendían están contagiadas ¿Qué hacemos? ¿Someter a juicio a las autoridades correspondientes por su mala gestión o comprender que las torpezas y deficiencias de la logística médica se irán subsanando en los días que vienen?

Ningún gobierno ni ninguna estructura sanitaria están preparados para actuar a la perfección ante una epidemia como esta. Esto no significa que los gobiernos no cometan errores graves o que se hallen exentos de ciertas responsabilidades, significa tan solo que tales fallos se juzgarán cuando pase la tormenta. 

Ahora lo que urge es que tales errores en la gestión de la crisis se corrijan lo más pronto posible.


Puto país ese

Puto país ese

en el cual le temen

más a la policía que a la peste.


Puto país ese

en el cual atribula más

la torpeza del mandatario

a la hora de interpretar

los gráficos de la peste

que la peste en sí misma.


Por lo que se ve,

necesita 2,000 muertos

y 30,000 contagiados

para despertar de una vez

para enfrentarse al qué

y no solo a las formas.


Sin lugar a dudas

el peligro lo retrata

desnudo en sus miserias.


Puto país ese que incluso

ante la gran amenaza

no interrumpe la vieja costumbre

de estrangularse diariamente a sí mismo.

ARL, Madrid, marzo 2020.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto
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