Por Marvin Aguilar Umaña
Hay una estatua en todo San Salvador, solo una escultura, de una mujer, no es indígena, ni afro salvadoreña, no es republicana. Extranjera, de la nobleza y es una Reina. Se llamaba: Isabel primera, Reina de Castilla, Reina consorte de Aragón, Valencia, Mallorca, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Condesa consorte de Barcelona.
El protagonismo de Isabel la católica en el Centro Histórico sansalvadoreño lleva ya 97 años y se debe a que según las leyendas de la conquista temprana fue ella quien creyó en la utopía de Cristóbal Colón de encontrar una nueva ruta hacia la India. Terminando finalmente con el descubrimiento de un nuevo continente en 1492.
Ahora sabemos que no empeñó las joyas de la corona para financiar el viaje de las carabelas de Colón. Fue el judío converso, funcionario y escribano de la corte de Aragón, Luis de Santángel quien aportó 1, 140, 000 maravedíes en sociedad con Gabriel Sánchez y banqueros andaluces para el viaje colombino. Pero para 1924 la creencia era que sin Isabel no existiera San Salvador. De allí la provincial idea del presidente Alfonso Quiñonez Molina de colocarla para el 432 aniversario del descubrimiento de América junto a Cristóbal Colon en el frontispicio del Palacio Nacional el 12 de octubre de 1924.
Fue un regalo de una dictadura para una dinastía. Y es una paradoja histórica que estén allí ya que el Palacio Nacional simboliza el centro de poder de la república salvadoreña, una que, decidió romper con la corona española en aras de construir un destino propio.
Los sucesos los sabemos gracias al poeta Raúl Contreras, salvadoreño que estando estudiando en España en 1924 enviaba esporádicos artículos a El Salvador sobre hechos importantes: todo comenzó cuatro meses antes de esa fecha en un suntuoso acto en Madrid, España, el Marqués de las Torres de Mendoza secretario particular de su majestad Alfonso XIII era testigo de cómo Miguel Primo de Rivera, presidente del directorio cívico militar que gobernaba España desde el golpe de Estado de 1923 hacia entrega al encargado de negocios de El Salvador en el Reino de España Ismael Fuentes y su esposa dos imponentes esculturas de más de dos metros de altura hechas a bronce y mármol.
Una vez desembarcadas en San Salvador el ministro plenipotenciario de España el Vizconde de Pegullal entregó a la dinastía Meléndez-Quiñonez, una familia que gobernó por 18 años El Salvador aquel obsequio que de manera simbólica denotaba no solo una ofrenda entre naciones sino además entre familias nobles (como se veían a sí mismos los Meléndez-Quiñonez) y sistemas similares de gobierno para ser colocado en el frontis del inaugurado hacia doce año atrás Palacio Nacional para entonces sede los tres poderes del Estado de la república de El Salvador.
Aquellas esculturas habían sido elaboradas por el sevillano-francés Lorenzo Coullaut Valera y fundidas en bronce en los talleres Mir y Ferrero en Madrid. Uno de los artistas escultores más afamados de España que entre otras obras tendrá el conjunto de esculturas en homenaje a Miguel de Cervantes ubicado en Plaza España de Madrid y otra cantidad importante repartidas por toda España. Fuera de El Salvador de tan notable escultor solo existe en Latinoamérica el monumento a Bruno Zabala, fundador de Montevideo en Uruguay.
Corolario:
Isabel tuvo al ser puesta en duda su derecho dinástico una ascensión al trono difícil. Se casó a escondías con su primo para mantenerse en el poder. El tiempo justificará todas esas tácticas llevadas a cabo por la reina de Castilla.
Impulsora de la igualdad entre conyugues. Leal en la política. «Justa» con judíos y musulmanes, humanitaria al prohibirle -previa consulta de la junta de letrados- la pretensión de Cristóbal Colón de esclavizar a los indígenas la convierten en una mujer excepcional pero de eso a llamarla «madre de América» como dice la estatua en San Salvador puede estarse cayendo como mínimo en un falso histórico.
Si bien nunca visitó la América colonial su carácter poco habitual en una mujer de finales del siglo 15 donde la mujer es entendida como un ser inferior al varón contrastaría y armonizaría a la vez con el poco protagonismo que la mujer salvadoreña recibirá en los libros de la historia oficial aun en el siglo XXI.
Isabel I de Castilla es por ahora la única mujer en bronce que se yergue sobre la capital de El Salvador ya que los salvadoreños hemos sido incapaces de encontrar en 200 años una mujer nacional a la cual hacerle una escultura. Y tal como lo predijo Coullaut Valera ni los años, ni la endemoniada y contaminada ciudad han hecho que pierda su color.