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Sobre la sociedad civil antiderechos

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Quiero comenzar analizando qué podrí­a significar la expresión “antiderechos”. No se trata de que no se reconozcan los derechos humanos, sino de que estos se interpretan desde valores y criterios abstractos. A finales de la década de los setenta, Franz Hinkelammert señalaba que “la absolutización de los valores es el método de su inversión, a través del cual los valores son dirigidos en contra de la vida humana”(1). También podrí­amos decir que se invierten los derechos humanos, dirigiéndolos en contra de esta vida humana concreta y real. El cristianismo, despliegue ideológico que configurará las creencias y valores de occidente, los habrí­a utilizado para configurar los mecanismos de opresión del sujeto humano en tanto ser corporal. No solo se absolutizan los valores, sino que se invierte la realidad, ya que estos “valores de una realidad verdadera” son dirigidos en contra de la vida humana concreta —material, históricamente configurada—, la cual es declarada “realidad simbólica”, y por lo tanto, realidad falsa, maléfica inclusive. Podemos ver esto en la extrema simplificación de la vida humana de los grupos Provida, que prefieren salvar a los embriones aunque mueran las mujeres, o en la obsesión con el cumplimiento de la ley de los bancos que se niegan a condonar las deudas hipotecarias, aunque eso implique la muerte de miles de personas. Los valores ―y los derechos humanos― son convertidos en fetiches. Dice Hinkelammert:

“Se los fetichiza en nombre de una vida verdadera imaginaria, para poder despreciar la vida real. El fetiche de esta vida imaginaria vive de la vida real de los hombres, matándolos (…)

La absolutización de los valores no es de ninguna manera una insistencia en las normas de la convivencia humana. No es el: ‘no matarás´, ‘no robarás´. En la absolutización de los valores se concluye de estas normas su contrario: ‘mata, roba´. Aunque no a cualquiera. Solamente a aquellos que no absolutizan los valores. No hay mayor desprecio de los valores que su absolutización”(2).           

Esta inversión de la realidad es la que exige, en la teorí­a y en la práctica, desenmascarar estos fetiches y recuperar los auténticos valores historizándolos, llevándolos a la misma realidad concreta de las relaciones sociales en la que surgen y necesitan ser discernidos. En otras palabras, quitándoles su carácter absoluto, introduciéndolos en la vida de los seres humanos, en sus relaciones sociales que son materiales —porque competen a la reproducción de la vida real— e históricas(3). Esto corresponderí­a muy bien con la idea de Ignacio Ellacurí­a de que los derechos humanos deben ser historizados para que sirvan realmente a la emancipación humana y al bien común.

Ahora bien, “las normas de la convivencia” —que Hinkelammert “resume” en la prohibición de matar y de robar— son fundamentales para la vida humana (“respeto a la vida humana desnuda… respeto a los medios de vivir”), refieren a los valores que son asumidos por las personas y en ellas se expresan los fines que persiguen con el cumplimiento de dichas normas. No obstante, las normas deben ser concretizadas, deben ser útiles en diversas situaciones en las que la sola referencia a ellas no es capaz de dar cuenta de toda la complejidad de lo que se busca con su implementación. Esto no quiere decir que no puedan ser concebidas de forma abstracta, sino que tal abstracción es solo un momento de las mismas. Es decir: no deben absolutizarse(4).

Mucho menos deberí­an absolutizarse las normas concretas: “boicotea a las multinacionales” es una norma que está determinada por unas condiciones históricas que dejarán de estar presentes en algún momento (así­ como las multinacionales no existí­an hace un tiempo), con lo que la norma perderá su sentido y razón de ser observada. La concretización de las normas no consiste solo en “encarnarlas”, sino en historizarlas, de tal manera que las concreciones de ahora no se vuelvan absolutizaciones (abstracciones) mañana(5).

Pero, ¿por qué la absolutización de los valores hace posible absolutizar las normas, mediante su inversión? Notamos que la norma “no matarás” es abstracta cuando nos preguntamos por la manera como podemos cumplirla en un número variado de situaciones; pero para que el “no matarás” llegue a significar lo mismo que “dejarás morir” —a los jubilados o a los sin techo— se necesita de la apelación a un valor que no haga referencia en absoluto a la vida concreta de las personas. Si se impide a las personas desamparadas que vivan en una casa —aun si se encuentra desocupada y sin posibilidades de que alguien más vaya a ocuparla—, apelando al “respeto de la propiedad privada”, estamos ante un caso de absolutización de los valores ―y del derecho humano correspondiente― que se manifiesta como la inversión de la norma que dice “no matar”. Para los efectos reales y concretos, ahora dice: “mata”. Esto quiere decir Hinkelammert cuando señala que solo como valor se pueden absolutizar las normas(6).           

¿La absolutización de los valores es meramente la inversión de estos mismos valores? Cuando se invierte el valor expresado en el “no robarás” (el respeto de los medios de vida de unos), ¿esto quiere decir que la inversión consiste nada más en que este valor se transforma en su contrario (el irrespeto de los medios de vida de otros)? A primera vista se trata de eso. Pero si observamos con más cuidado las ideas de Hinkelammert, encontraremos que en la inversión de los valores se está yendo en contra de algo esencial y que está en la base de todo valor: la vida del ser humano concreto. “Inversión” quiere decir aquí­ algo más que cambiar un valor por su contrario (o cambiar el “sujeto portador del valor”): es la subversión del marco general en que los valores son valores para la vida del ser humano(7). Porque la vida humana concreta no es un valor, sino la base para que puedan existir los valores. La diferencia es esencial.

Ahora bien, siempre refiriéndose a esta absolutización de los valores, Hinkelammert distingue entre su forma “admisiva” —permisiva— y su forma activa, entre “dejar morir” y “matar”. La forma activa aparece cuando el ser humano se rebela ante la lógica que lo quiere dejar morir “para que viva el valor” y es desarrollada a partir de un mecanismo de justificación que echa mano de la realidad verdadera:

“Para llegar a tener esta su forma activa, sirve la construcción de la ‘realidad verdadera´. Sin tal construcción no se podrí­a justificar la muerte humana en función de la vida del valor absoluto. En referencia a esta ‘realidad verdadera´ se declara por tanto que la muerte real es la vida verdadera (…) Dios, por tanto, manda a aquellos que absolutizan los valores y que crean la ‘realidad verdadera´ a matar a los orgullosos. El valor absoluto ahora tiene la forma activa”(8).

La construcción de la “realidad verdadera” hace posible esta oposición entre muerte y vida que lo pone todo de cabeza. La vida viene a ser la muerte y la muerte ahora es vida. Esto se consigue en dos etapas. En primer lugar, se sustituye la vida de los seres humanos por la “vida del valor absoluto”, ya que aquella es perecedera y ésta eterna. Luego, se prescribe el asesinato de quienes se oponen al valor absoluto —las mujeres que exigen su derecho a abortar; las familias que toman posesión de viviendas abandonadas—. El esquematismo resultante elabora razonamientos que permiten justificar las más grandes atrocidades, todos los asesinatos que sean necesarios, pero siempre sosteniendo que se ejecutan “en función de la vida” y del “respeto de los derechos humanos”.

Una vez dicho esto sobre el significado de “antiderechos”, puedo detenerme en la expresión “sociedad civil”. Esto es clave, pues en la actualidad su significado remite a una grave constatación: lo social ha sido despolitizado, limpiado de todo conflicto, idealizado según un imaginario que está muy lejos de las auténticas alternativas sociales que muchos reclaman. Muchas personas piensan que pueden combatir a estos grupos antiderechos sustrayéndose de la polí­tica, de las diferencias ideológicas y de la conflictividad propia del capitalismo configurador de nuestra vida. Pero eso es una pura ilusión, pues ya es una apuesta polí­tica: la de quien acepta el esquema “natural” de funcionamiento de las instituciones, la democracia funcional al mercado capitalista, las luchas que no hacen mella en la estructura misma de nuestro mundo. La única sociedad civil que puede oponerse a los movimientos antiderechos es una sociedad civil popular, crí­tica y, sobre todo, politizada. La distinción entre izquierda y derecha debe ser recuperada creativamente, no desechada en aras de una pretendida “neutralidad de lo polí­tico”.

Ahora podemos comprender mejor qué es realmente el fundamentalismo, que no es lo mismo que integrismo ―la defensa de la “intangibilidad de un sistema religioso”―, dogmatismo ―convertir los propios principios en algo incapaz de ser negado―, ortodoxia ―quien defiende la pureza e inmovilidad de una doctrina― o conservadurismo ―estar a favor del orden y la tradición―. Hinkelammert considera que el fundamentalismo consiste en la apelación a unos fundamentos con los que se pretenderí­a sustentar afirmaciones verdaderas y correctas acerca del ser humano y la sociedad. Pero dichos fundamentos —y esto es lo esencial— no se obtienen de la vida humana concreta, sino que se inventan, ya sea porque se invierte el sentido de la vida humana o porque se la duplica, creando un “más allá trascendente”. El fundamentalismo inventa un sentido que se formula desde afuera de la vida humana social e históricamente determinada, destruyéndola.

Para nuestro análisis es importante la relación entre el fundamentalismo (los Provida entre ellos) y el neoliberalismo. En ambas corrientes ideológicas encontramos bastante desprecio hacia la polí­tica y los grupos populares defensores de los derechos humanos, mientras el mercado y la esfera económica son presentados como un “lugar seguro” o incluso “sagrado”. En cierta forma se alimenta la unión perversa entre un Estado autoritario extremo y el mercado total, que se encarga de someter a la población a controles de todo tipo y suprimir la seguridad social (salud, educación) mediante estrategias privatizadoras. Si bien no todas las expresiones Provida declaran abiertamente su carácter pro neoliberal, las coincidencias son llamativas y no del todo raras. Por ello, si se piensa seriamente en una lucha contra estas expresiones de la inversión de los derechos humanos de la vida humana concreta y real, esta no puede hacerse fuera de las opciones polí­ticas concretas ni dando la espalda a las luchas anticapitalistas o sustrayéndose de lo ideológico.

(*) Este texto fue leí­do en el “Encuentro Centroamericano de organizaciones a favor de la despenalización del aborto”, realizado en San Salvador, el 23 de noviembre de 2015, y en el Seminario “El trabajo crí­tico de Franz Hinkelammert”, en el marco del XXX Congreso ALAS [Asociación Latinoamericana de Sociologí­a] 2015: “Pueblos en movimiento: un nuevo diálogo en las ciencias sociales”, en San José, Costa Rica, el 3 de diciembre de 2015, y corresponde, con algunas modificaciones, a dos apartados de mi libro Cuerpo, ley y sacrificialidad. La antropologí­a crí­tica de Franz J. Hinkelammert, de próxima publicación.

1.Hinkelammert, Franz; Las armas ideológicas de la muerte, 2ª edición, San José, DEI, 1981, p. 311.

2 Ibí­d.

3.”De acuerdo con la concepción materialista de la historia, el móvil determinante en última instancia de la historia, es la producción y reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más”. Engels, Friedrich.; Carta a J. Bloch (21.9.1890), en Marx, Karl y Engels, Friedrich; Sobre la religión, Salamanca, 1974, p. 443, citado por Hinkelammert en Las armas ideológicas de la muerte, op. cit., pp. 313-314.

4.Cfr. Hinkelammert, Franz; Las armas ideológicas de la muerte, op. cit., p. 312.

5.Cfr. Ibí­d.

6.Cfr. Ibí­d., pp. 312-313.

7.Cfr. Ibí­d., p. 313.

8.Ibí­d.

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Carlos Molina
Carlos Molina
Colaborador ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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