lunes, 15 abril 2024
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Sobre diásporas, embajadoras, TPS y otras vainas

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Las comunidades inmigrantes han llevado una lucha de medio siglo ante un régimen que pretende cerrarles las puertas, aunque en realidad, dejándolas sin llave para que sigan llegando a hacer el trabajo que los ciudadanos no quieren hacer. Pragmatismo en grado puro

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El twitt de nuestra nueva embajadora en E.E. U.U., donde dice que “El gobierno prepara al país para que nuestros hermanos en el exterior regresen, no solo a invertir, sino a tener un empleo…” y algunos etcéteras, encendió una chispa entre la gente que, supuestamente, es su blanco principal para su trabajo, la diáspora en aquel país. Desacertada opinión.

No voy a hablar de las credenciales de la señora, que seguramente las tiene, sino de un mensaje que creo, nace de un desconocimiento de la situación concreta. Mal comienzo la comunidad –o comunidades– de salvadoreños, que están a punto de afrontar la concreción de una pesadilla que ya tiene veinte años, como es la eliminación del TPS.

Que el presidente Bukele asegurara que su cabildeo con el presidente Trump le hubiera dado un año más de estadía a los tepesianos, ha sido una maniobra que le ha salido muy chueca ante un grupo que le ha dado todo el apoyo, desde el inicio de su carrera a la presidencia, cuando no tenía ni territorialidad. Ahora nuestra gente está sintiéndose muy estafada y eso es delicado, tomando en cuenta que es la tercera parte de nuestra ciudadanía.

Tampoco se inventó él esa foto. Lo mismo hizo Hugo Martínez y también aseguró que por sus gestiones, el estatus se ampliaba hasta enero de 2021. Igualmente lo tendría que hacer cualquiera que estuviera en su lugar. Ese “alivio migratorio”, como se llama, es la joya de la corona para cualquier partido en el gobierno.

Pero no es más que eso: Alivio migratorio. No es una solución, solo, como su nombre lo indica, es un estatus temporal. Estados Unidos concede una protección ante una situación de crisis de un país. Se supone que, eventualmente, esa situación pasará y el protegido volverá a su país, o por su cuenta, los beneficiarios irán solventando la situación a un estatus permanente, como sería la residencia, la cual se puede lograr por varias vías. Estados Unidos es un régimen de leyes. Valga decir que, en eso último, nuestra gente no ha logrado mucho, tal vez por la idiosincrasia.

A partir de 1986, cuando Ronald Reagan decreta la amnistía, los compatriotas que ingresaron después, han tenido que luchar por su estadía en este país. Mucha gente de pensamiento conservador, que aún dividen a la humanidad entre izquierda y derecha, me han preguntado: “Si la izquierda odia a los Estados Unidos, por qué vienen acá”. Esa pregunta merece responderse con un tratado de historia y filosofía, pero basta con decir, por hoy, que ahí es donde se puede encontrar el bienestar económico. O sea, es una empresa, no un país. No se llega a visitar Disneylandia, sino a limpiar casas y hacer jardines. Es por ese motivo, que la gente ha dado y seguirá dando una batalla sin cuartel, no solo para quedarse, sino para lograr todos los derechos de inmigrante que tiene cualquier ciudadano de cualquier color.

Las comunidades inmigrantes han llevado una lucha de medio siglo ante un régimen que pretende cerrarles las puertas, aunque en realidad, dejándolas sin llave para que sigan llegando a hacer el trabajo que los ciudadanos no quieren hacer. Pragmatismo en grado puro.

Y ahí aterrizamos en el punto principal. La lucha por el derecho a migrar se libra en aquel lugar. Estados Unidos es una nación soberana y no hay presidente en el mundo que pueda influir en una decisión interna. Sobre todo, en este caso que, como dice Donald Trump, un estatus que lleva ya veinte años, no es temporal. Y no se ha hecho nada por dar una resolución definitiva. Cuando Barak Obama llegó a la presidencia, con la gran esperanza mundial de que haría las cosas de diferente manera, aun cuando tenía la mayoría en el Congreso, no otorgó la tan ansiada solución para los inmigrantes. Su política fue continuar con el estatus temporal, o sea, como diríamos en buen salvadoreño, hacerse del ojo pacho. Incluso, el programa DACA solo lo hizo a medias. Después, con el presidente Trump, las cosas se complicaron, sobre todo porque él no es empático con las inmigraciones. Más que pragmático, Mr. Trump es ideológico y no oculta su animadversión a nuestra gente. “Shithole countries” ha llamado a nuestro país.

En California, donde hice mi servicio en el Consulado de Los Ángeles, hay que decirlo, los agentes de Migración, ICE, por sus siglas en inglés, han sido muy condescendientes con nuestra gente, con excepción de los que cometen algún delito, sobre todo violencia familiar y conducción bajo influencia del alcohol. En los alrededores del MacArthur Park, icónico lugar de los inmigrantes latinoamericanos, encontramos un regimiento de inmigrantes vendiendo de todo, hasta pupusas y otros bocadillos, en una ciudad que tiene las leyes de salubridad más estrictas del país. ¿Cuántos de esos tienen papeles? Esa actividad comercial, por cierto, incluye la venta de identidades, la “green card”, llamada “mica”, seguro social y hasta partidas de nacimiento salvadoreñas. Y nadie los molesta.

Ese es el panorama de nuestra diáspora. Y no solo la propia. También la del resto de países, incluidos los lejanos, como los coreanos (y muchos ingleses, aunque pareciera increíble). Las calles de Los Ángeles han sido testigos de grandes batallas en el pasado, no muy lejano, como al inicio del los 90, cuando el gobernador Pete Wilson quiso pasar la Proposición 187, con la que pretendía quitar todos los derechos a los inmigrantes, como la salud y la educación a los menores indocumentados. Verdaderas batallas campales terminaron por tirar a la basura esa Proposición. El lema “Aquí estamos y no nos vamos, y si nos echan, nos regresamos”, ha resonado muchas veces en aquellas calles. Es decir, la lucha por el derecho a la inmigración es de ellos. Y la seguirán librando.

Termino con una duda que tengo desde hace años: ¿Qué ha hecho el Parlacen con este tema? Ahí está representado el “triángulo norte”, ¿No era esa una de las tareas que debieron haber cumplido? ¿Cabildear como bloque ante los poderes de aquella nación? ¿Para qué les pagamos entonces?

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Carlos Velis
Carlos Velis
Escritor, teatrista salvadoreño. Analista y Columnista ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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