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Moloch el torturador

El Salvador es el país de los horrores, territorio impúdico para la impunidad. Hace cuarenta años, un torturador que se ganó el apodo de “Moloch”, apuntaba con su dedo flamígero, en nombre de la libertad, a quienes consideraba sus opositores políticos en sendos programas televisivos, auspiciados por benefactores misteriosos. Era la prédica de un loco echando espumarajos, veneno y acusaciones por la boca.

Al día siguiente los señalados desaparecían para acabar muertos en ríos y terrenos baldíos. Difamó y asesino a curas, campesinos e intelectuales, montó un aparataje de espionaje y delación, según él, para detener la amenaza comunista en las Américas.

De fácil retórica, convencía a las mentes débiles, exterminar a los rojos era una cruzada por la democracia, el voto, el arma de los hombres libres impuesto a balazos. Asesinó en el púlpito al máximo pastor de la nación, al guía moral y religioso que predicaba el amor a sus semejantes.

Moloch el torturador creó un partido que gobernó al país durante dos décadas y modificó la Constitución de la República. Con la contundencia de su palabra pretendió borrar la sangre fundacional de la piedra de los sacrificios, o sea las bartolinas de la Guardia Nacional, desde donde quiso en vano, erosionar la memoria colectiva y, en efecto, hay gente que aún añora sus crímenes porque “era cachimbón y con los huevos bien puestos”.

No importan los cientos o miles de víctimas de su psicosis, la muerte en manos de Moloch el torturador significaba la purificación, la redención de los comunistas para llegar al cielo porque Dios perdona a todos, incluso a los rojos que reniegan de las verdades divinas.

Y lo único hermoso y límpido en un monumento erigido en su memoria, en un municipio cercano a San Salvador, es la bandera azul y blanco. La placa negra con letras doradas contiene un mensaje chovinista y redundante, porque la enumeración es el pensamiento cacofónico de que en este país no ingresarán esos valores exóticos y universales traídos por extranjeros como la Verdad y la Justicia. 

Y para un nacionalista de cepa es inaceptable que le induzcan conceptos extraños cuando siempre hay que estar presentes por la patria.

O sea, la patria exclusiva de Moloch el torturador y la de unos cuantos.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.
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