martes, 16 abril 2024
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San Salvador en los años del Rock and Roll

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"Sometimes i get to feeling, i was back in the old days, long ago. When we were kids when we were young things seemed so perfect, you know"

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“Sometimes i get to feeling, i was back in the old days, long ago. When we were kids when we were young things seemed so perfect, you know”


La primera vez que vi bailar rock and roll en vivo y en directo todaví­a no cumplí­a los 7 años. No fue, como podrí­a suponerse, en una fiesta, en el cine o en la televisión, sino que en la propia casa de Tuco y Tico. ¿Alguien recuerda a esa pareja de bailarines? No sé si serí­an hermanos o simplemente fueron dos buenos cheros ““ amigos ““; pero bailando parecí­an gemelos. El  sentido del ritmo y de la música rocanrolera les corrí­a por las venas.  

“The days were endless, we were crazy we were young, the sun was always shining we just lived for fun”

Tuco y Tico eran famosos en el barrio Candelaria. Viví­an al frente de la casa de mi abuela, situada a unos metros del cuartel antiguo de la Guardia Nacional en la calle Modelo.  En realidad la casa no era ni de mi abuela ni de mi tí­o, ellos viví­an de alquiler. Tener casa en aquellos dí­as era un lujo asiático. ¿Pero de quien eran esas casas? , me pregunto yo ahora.  Era una casa grande, estilo español con un jardí­n al centro y muchas plantas tropicales, y, además, con agua potable y luz eléctrica. El jardí­n me fascinaba. Era mi “selva privada”. Ahí­ entre los helechos gigantes y los “Pies de León”, me pasaba las horas jugando con mi camioncito de tolva, abriendo hoyos y construyendo carreteras de fantasí­a hasta que escuchaba la voz de un niño exclamando en el parlante: “See you later Alligator”. Entonces salí­a corriendo como Speedy González a ver ensayar los números artí­sticos de Tuco y Tico. Yo no era el único mocoso que admiraba las piruetas y los pasos de aquellos formidables artistas en ciernes al compás de Bill Haley y sus Cometas.  

“The bad things in life were so few”

En la vecindad se respiraba la pobreza, pero la gente hací­a de todo, vendí­a de todo, se reparaba todo para que en la mesa no faltara la comida.  Claro que también habí­a tacuaches ““ ladrones de poca monta ““ en las esquinas, sin embargo, las muertes por homicidio, que sí­ las hubo, eran pocas”“ en comparación con la situación actual ““ que cuando ocurrí­an, eran noticia de primera plana en los tres periódicos más importantes del paí­s.  En esos dí­as del rock and roll, la única violencia organizada existente era la de la Guardia Nacional, la de la Policí­a Nacional y la de la Policí­a de Hacienda. Más tarde entraron al terreno de operaciones la organización paramilitar conocida por sus siglas, ORDEN (Organización Democrática Nacionalista), y la Agencia Nacional de Seguridad Salvadoreña (ANSESAL). Estos eran los encargados de mantener la “paz y el orden” heredados de la dictadura de Maximiliano Hernández Martí­nez en la década de los 30 y la de vigilar a la “subversión comunista” y, dado el caso, eliminarla fí­sicamente en nombre de la democracia oligárquica cafetalera. Sin embargo, quienes salí­an de su casa por diversión, por trabajo o simplemente a vagar sin rumbo, estos no lo hací­an con el miedo o con el temor a no regresar sanos y salvos.

“Those days are all gone now.”

Como un “Tom Sayer” criollo salí­a a recorrer mi barrio y los alrededores sin compañí­a alguna. Mi  “Misisipi” fue el rio Acelhuate. Ahí­ me divertí­ lanzándole piedras a los ávidos Zopes ““ zopilotes”“que se peleaban entre sí­ por las tripas de un cadáver de perro callejero sin pedigrí­. Así­ conocí­ las calles y los callejones de la Colonia Ferrocarril, las del barrio El Calvario y las de La Vega, lugares donde hoy en dí­a la vida vale menos que un comino. En aquellos dí­as andar a pie, además de ser un buen ejercicio corporal, era también una forma de conocer la capital y por supuesto, un método de ahorro muy efectivo, sobre todo tratándose del bolsillo de un niño comenzando la edad del pavo. Eso sí­, habí­a que estar siempre en guardia y muy alerta para detectar a los malandrines. En aquel entonces todaví­a no existí­a el crimen organizado y las  “maras antiguas” eran simplemente un grupo de imberbes que trataban de imitar a las bandas juveniles gringas al estilo de “Rebelde sin Causa” o “West   Side Story”. Ni siquiera las “maras antiguas” más agresivas, como la de San Jacinto, la del barrio La Vega, la de Mejicanos, la de Villa Delgado o la del barrio Santa Anita con sus “puntas” (navajas), “manoplas” y “aspirómetros” (cable de acero), ni todas juntas, alcanzaron el grado de criminalidad y letalidad de las actuales.

Los dí­as de la “paz relativa oligárquica” en El Salvador se fueron, sin darnos cuenta, con la guerra civil y el surgimiento de las pandillas criminales y el narcotráfico, así­ se fue también nuestra infancia, niñez y juventud.   Lo que quedó después fue una tendalada de cadáveres, la rabia amarga y la tristeza profunda.  

“Because these are the days of our lives. They have flown in the swiftness of time. These days are all gone now but some things remain. When I look and I find no change.”

El Salvador del siglo XXI ha cambiado mucho en relación al paisito aquel que me vio nacer y crecer. Hay muchas carreteras nuevas y los centros comerciales al estilo americano crecen como hongos tropicales, pero para alguien que vivió su infancia y adolescencia en lo que hoy en dí­a es el centro de la vorágine de la violencia marera, las cosas poco han cambiado sustancialmente en la nación cuscatleca.

Más no crea, estimado lector, que estas lí­neas las escribe un melancólico sexagenario que sueña con el pasado y que además lo idealiza. El problema en El Salvador es que, objetivamente, la correlación de fuerzas socio-económicas no está a favor de Juan Pueblo. A él, con tantos malls y high ways, le han colocado un traje de smocking primermundista que le oculta los “cánceres, caspas, shuquedades, llagas, fracturas, tembladeras y tufos”, que hace décadas diagnosticó Roque Dalton en su poema: El salvador será“.  La violencia es solo uno de esos cánceres.   Los “Tom Sawyer” o los “Oliver Twist” son una enfermedad endémica en las sociedades donde reina la injusticia social. En esto El Salvador no ha cambiado mucho; pareciera como si el tiempo se hubiera detenido.

 “Those days are all gone now but one thing is still true. When I look and I find I still love you.”

A pesar de todas las vicisitudes vividas en aquellos años, cuando se estilaba el bucle engominado a lo Elvis Presley, el balance es positivo. Ya no podemos hacer la “caí­da de la hoja” de Tuco y Tico, pues cualquier intento, atentarí­a contra la salud. Sin embargo, el recuerdo de San Salvador en los años del Rock and Roll todaví­a siguen tan fresco y colorido como el “Tutti Frutti” de Ricardito.

Roque Dalton escribió lo siguiente en su poema Todos: “Todos nacimos medios muertos en 1932, sobrevivimos, pero medios vivos.” Y yo dirí­a, parafraseando al poeta, que los salvadoreños renacimos en los 60, crecimos en los 70, nos desarrollamos en los 80   y volvimos a nacer medios muertos en 1992, sobrevivimos, pero medios vivos. ¿Cuándo volveremos a renacer?  

Y aquí­ me tienen ahora, pues, con una matata ““ morral”“ al hombro llena de tiempos y espacios, asumiendo la vejez como un proceso natural, pero todaví­a rodando optimista por la montaña rusa de la vida, like a Rolling Stone, para que el moho del conformismo, conservadurismo y pasotismo no nos corroa el alma y el pensamiento.

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Roberto Herrera
Roberto Herrera
Columnista y analista de ContraPunto. Salvadoreño residente en Alemania. Ingeniero graduado en electrotecnia, terapeuta ocupacional independiente con especialidad en pediatría y neurología. Narrador y ensayista.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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