Aclaro, para evitar malentendidos, que no propongo al poeta Dalton como un modelo literario obligatorio para nadie. Cada cual, según sus intereses o preferencias estéticas, es libre de adoptarlo o ignorarlo como un modelo de escritura. Apartándome de la tentación preceptiva, mi propósito sería el de barruntar unas notas dispersas sobre la complejidad de su obra y las dificultades que hemos tenido a la hora de asumirla como una herencia capaz de fertilizar nuevas andaduras poéticas.
Digamos que su obra fue una búsqueda, una aventura, un crecimiento difícil y que por lo mismo hay que verla como una palabra en constante movimiento. Esta metamorfosis dificulta la posibilidad de convertir su poética en una foto fija. Aquí no estaríamos ante ese cuerpo inmóvil que dibujan unos estudiantes de arte, sino que estaríamos ante un modelo que nunca cesó de moverse.
Si historiamos la aventura creativa de Dalton solo estamos autorizados para hablar de sus “poéticas” y no tanto de una forma de entender el lenguaje de la lírica que hubiese permanecido imperturbable, esencial, idéntica a sí misma, desde el primer verso de su obra hasta el último. Su palabra, como ejemplo de tránsito y aventura, es dialéctica.
Ya sé que el compromiso fue una constante de su obra y su conducta, pero ese compromiso, más allá de su continuidad, fue un problema, una combustión permanente en el terreno creativo.
Su palabra interaccionó con el entorno político y cultural a lo largo del tiempo. Dicha interacción, a través de zigzagueos, acumulaciones y desprendimientos, fue la plataforma de su trato dialéctico con la poesía moderna.
El Dalton de 1967, dados sus antecedentes, ya no era un amante pasivo del surrealismo, dialogaba con él, no lo repetía, lo administraba, lo dosificaba según criterios de oportunidad retórica. El compromiso literario, en la última etapa de su vida, devino cálculo retórico vanguardista. El Dalton más lúcido, el Dalton de Praga, afirmó que la poética no era un asunto de principios abstractos sino que de “adecuaciones”. No estamos, pues, ante un simple poeta vanguardista salvadoreño, sino que ante un creador latinoamericano que dialogó con “la vanguardia” desde el horizonte conflictivo de un pequeño país centroamericano.
Si elegimos discutir con el poeta salvadoreño instalado en Praga, nos daremos cuenta que ya está más allá del convencional debate entre un lenguaje sencillo o hermético para la poesía. Este dilema, en el que aún están atrapados muchos poetas y críticos literarios salvadoreños actuales, Roque lo trascendió con un “depende”. Elegir entre uno u otro, dependerá del tema, del género discursivo, del público al que el poeta se dirija, de las particulares intenciones del creador, de la circunstancia comunicativa.
Esta flexibilidad para modular el espesor de su voz, la capacidad de elegir la transparencia o la oscuridad estilísticas en sintonía con un “depende”, hay que enmarcarla dentro de una concepción vanguardista de la literatura que jugaba a trastocar géneros literarios, los límites entre la prosa y el verso, las distancias convencionales entre la poesía y el pensamiento.
Quienes le reprochan al poeta su despojamiento metafórico final, parten de una división estática entre los estilos y de una concepción en la cual el único registro válido por principio para la lírica es el sublime. El Dalton de Praga ya había dejado atrás este punto de vista convencional y normativo del estilo poético. En “Taberna y otros lugares” conviven textos de un prosaísmo teatral junto a poemas herméticos. Esta coexistencia entre lo prosaico y lo sublime no la explica el hecho de que tales textos en su heterogeneidad formal procedan de distintas épocas o etapas creativas en Roque. Tales textos lo que demuestran es que el poeta ya entraba o salía con libertad de distintos registros estilísticos. Los mejores versos sencillos que pueden encontrarse en Poemas Clandestinos no son una caída de “la calidad literaria” sino que un ejemplo de cómo el Dalton guerrillero fue capaz de “modular” magistralmente su voz.
Un poeta que somete su palabra a las complejas estimaciones de un “depende” no considera la lírica como el reino exclusivo de la expresión subjetiva personal. Alejado críticamente del romanticismo ingenuo y de lo que resta del romanticismo en la poética de Breton, Dalton da cabida en sus poemas y en su literatura a otras voces: la del asesino del general Martínez y su coloquialidad popular, por ejemplo. La representación formal de esta última voz sería otra evidencia de cómo el poeta ya entraba o salía con libertad, a conveniencia, de distintos registros estilísticos.
Tenemos, pues, una voz lírica flexible, capaz de lo sublime y lo prosaico y enmarcada dentro de un proyecto creativo vanguardista. Esta voz, dotada de una filosofía pragmática del estilo, tiene como base una visión panorámica de las peculiares contradicciones culturales de una sociedad oligárquica centroamericana.
Lo dicho hasta aquí sustenta mi afirmación de que Dalton es un modelo literario complejo. Este modelo padeció y aún sufre una plaga de malos y bienintencionados imitadores. A partir de 1975, ni siquiera los mejores poetas han sido capaces de saquear con lucidez su herencia literaria.